Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

¡De nuevo a por el Grand Prix de Lausanne!

Desde que en 1990 Carlos Acosta conquistara la medalla de oro en el renombrado certamen suizo, ningún otro cubano formado en nuestro sistema de enseñanza artística había competido o participado en el llamado «trampolín para aspirantes a estrellas». ¡Ahora lo harán tres!

Autor:

José Luis Estrada Betancourt

Surgido en Suiza, en 1973, el Prix de Lausanne constituye, para muchos, la principal competencia internacional anual que convoca a jóvenes bailarines entre 15 y 18 años de edad. Fue justo en ese certamen donde Carlos Acosta conquistó la medalla de oro que comenzara a delinear su brillante carrera internacional, en el ya lejano 1990. Desde entonces ningún otro cubano formado en nuestro sistema de enseñanza artística, había logrado clasificar en el llamado «trampolín para aspirantes a estrellas». Esa gran oportunidad de representar a la Escuela Cubana de Ballet la tendrá ahora, del 1ro. al 10 de febrero, no solo el santiaguero Leandro Fernández Ferrer, sino también su coterráneo Chay Deivis Torres Pérez y la santaclareña Amisaday Naara Rodríguez Peña.

Solo 17 primaveras tienen estos tres impresionantes alumnos de la primera hornada del Grupo Artístico Docente de Acosta Danza (GAD) que, fundado en septiembre de 2017, se completa con otros 45 estudiantes. Cierto que están algo nerviosos, pero ni así se ha opacado la felicidad que llena de luz sus ojos, como pudo constatar recientemente JR antes de que partieran a celebrar con sus familias la llegada de un nuevo año y a recibir ese calor que tanto bien hace cuando se acercan desafíos importantes que vencer.

Le corresponderá a Leandro intentar reeditar el triunfo que se agenció Carlos Acosta hará tres décadas, pero no se siente en lo absoluto presionado. Se sabe ganador desde que lo seleccionaron para participar en el concurso. Estaba en la clase de Historia del arte cuando le dieron la noticia, y no empezó a dar saltos de alegría porque aquel no era el mejor sitio para eso. Había trabajado muy duro con la profe Aymara Vasallo Peraza, subdirectora del GAD, y aunque la fe jamás lo abandona, conocía que la exigencia es tremendamente alta.

«¡Imagínate qué contentos nos pusimos todos!», reconoce quien alcanzara la categoría de primera solista del Ballet Nacional de Cuba (BNC) y se ha encargado de la preparación de los muchachos.«Estábamos muy positivos, mas no perdíamos de vista que el nivel de este certamen dirigido  a bailarines de condiciones excepcionales, es en verdad muy elevado. Ya era un logro que Leandro estuviera entre los candidatos, y más que quedara escogido».

Sin dudas ha sido también una oportunidad inmensa para la Vasallo, quien hace un año decidió aceptar la propuesta que le hiciera el director de Acosta Danza, cuando determinó retirarse. «Me daba la posibilidad de seguir mi carrera de algún modo, y desde entonces no acaban las satisfacciones». La más cercana ha estado relacionada con los muy especiales Leandro, Amisaday y Chay, y la participación de los mismos «en el concurso más exigente de la actualidad.

«Desde agosto pasado comenzamos a entrenar a dos estudiantes: una muchacha y un muchacho, a quienes sometimos a una preparación física intensa y a clases de ballet muy determinadas, porque había que enviar un video con unas especificidades muy marcadas. Era esencial que mostraran una serie de pasos en las distintas variaciones que me tocó montar, así que de cierta manera también yo me estaba midiendo...

«¿Y sabes qué? Tuvimos que filmar el video de madrugada para utilizar las luces del estudio, pues el país atravesaba  serias dificultades con el petróleo, pero resultó, pues de los dos eligieron a Leandro Fernández», explica Aymara, quien además informó a JR sobre el rol que desempeñarán en Lausanne, Amisaday y Chay:

«Como parte del Grand Prix se organiza un proyecto coreográfico, el cual se presenta durante la gala de premiación. Es ahí donde estarán Amisaday y Chay, quienes se pondrán a las órdenes de un coreógrafo que montará una pieza para estudiantes de las escuelas partner del certamen, como es el caso de Acosta Danza, desde hace dos años».

Los tres elegidos

Cuenta la bella Amisaday que dormía cuando su mamá la despertó, porque la subdirectora la había llamado. «Estaba consciente de que en la academia de Acosta Danza podía encontrar muchas posibilidades de desarrollo, pero esta nunca me la imaginé. Te juro que ninguna de las dos creíamos lo que nos acababan de decir, nos parecía mentira», confiesa quien culminara el nivel elemental en la Escuela Vocacional de Arte (EVA) Olga Alonso.

Chay, por su parte, pasó «tremenda pena: me hallaba en la calle y mis padres se encargaron de decírmelo delante de todo el mundo».

Del alboroto que se armó con la buena nueva no solo se enteraron los vecinos del barrio de Trocha, sino además los de Chicharrones, donde tiene su casa Leandro, quien admite que lo que más lo «angustió» fue «poder disfrutar únicamente de dos semanas de vacaciones (sonríe).

«Regresé a La Habana el 28 de julio y el 1ro. de agosto ya había empezado a practicar con mucha seriedad. Me encontraba un poco desentrenado, pero la preparación me puso en forma enseguida», afirma este santiaguero que va al Grand Prix de Lausanne con «enormes expectativas» y quien desde ahora nos está invitando a su gradación cuando cierre el curso académico 2019-2020.

Que Chay prefiriera el mundo del arte no asombró a ninguno de los suyos. ¿Qué otro camino podía escoger quien nació en el seno de una familia de artistas? «Mi abuelo es músico y mi tía también, en el folclórico Cutumba. Desde pequeño me encantaba ver las funciones y soñaba con la danza.

«Un buen día supe que un vecino iba a llevar a su hijo a hacer las pruebas en la EVA José María Heredia y me les uní, y hasta ahora no he parado de bailar».

Justo en la José María Heredia, desde la edad de ocho años, comenzó a florecer la amistad entre Torres Pérez y Fernández Ferrer, quienes se conocían de vista, del barrio. Mas a diferencia de aquel, Leandro «no tenía ni la más remorota idea de qué era la danza, solamente miraba el televisor y veía a los bailarines, lo cual me motivaba mucho. Mi tía fue quien se encargó de avisar de las audiciones y ahí mi mamá me dijo: es ahora o nunca...

«Fui primero deportista: practiqué pelota y kárate, pero los talleres que ofrecía el Ballet Santiago acabaron por reafirmar mi vocación. Mi papá no quería, ya sabes que todavía no acaban los prejuicios, y más en mi barrio, pero yo quería ser bailarín sin importarme lo que dijera la gente», enfatiza este joven que prefirió el ballet. El mismo muchacho que el público fiel a Acosta Danza recordará del pas de deux Las llamas de París o como protagonista de Belles Lettres, la famosa coreografía de Justin Peck, en la funciones que ya ha tenido la academia.

De seguro los amantes de la prestigiosa compañía también mantienen en su memoria la magnífica interpretación que hace la talentosa hija de Villa Clara de Adiós, felicidad, un solo de su autoría inspirado en la conocida canción de Bola de Nieve. Cada vez que está en la escena, Amisaday comprueba lo enormemente feliz que es. Ella cree que aún no caminaba y ya se veía saliendo en el televisor. «Solo deseaba ser artista, de lo que fuera, ¡pero artista!

«Mi mamá me tuvo que llevar al médico de pequeña porque en la escuela temían que tuviera problemas de columna. De ese modo descubrió que mi “mal” era exceso de flexibilidad. Pasé por gimnasia rítmica, después por baile español, hasta que entré en la escuela de arte, por danza, porque ese año no abrió ballet.

«Esa etapa ha sido de las más bonitas que he vivido. No paraba de aprender, gracias a mis maestros, a mi directora Georgina Garí, que era como un sol. Por supuesto que había que hacer grandes sacrificios, mas  yo me sentía por las nubes, aunque no viera muñequitos, ni saliera a jugar... A veces llegaba a mi casa tan cansada que no me quedaban fuerzas para bañarme o comer, sin embargo, no importaba. Haber terminado como la alumna más integral en sexto y noveno grados, valía el esfuerzo», apunta esta muchacha que se especializaba en volver «loca» a su mamá, como cuando cursaba octavo y la puso a correr detrás de telas para el traje con el cual ganó el primer lugar en los concursos que ese año se convocaron en Villa Clara, Ciego de Avila y La Habana, defendiendo un solo de Pina Bausch.

«Una de las enseñanzas mayores que me llevé de la EVA fue que había que ser no solo bailarín sino artista, una condición que no solo existe cuando se actúa en un escenario, sino en todo momento».

Asi, igualmente lo aprendieron Leandro y Chay, quien desde hace tres años se siente a sus anchas dentro del GAD. «Empecé por danza y aunque luego pedí que me trasladaran para ballet, no me dejaron. Ello explica que pasara más tiempo en el salón con mis otros compañeros que en mi propia aula, intentando dominar los pasos que ellos aprendían».

Para Leandro, quien se volvió un «experto» en competencias en las cuales si acaso llegaba a la final, no hubo mejor año que el quinto. «Viví una etapa en la cual me sentí aislado, apartado, tal vez por aquello de que, por los mismos concursos, los maestros me atendían un poco más, o quizá porque mis compañeros me veían como un autosuficiente, pero no era así.

«Felizmente, quinto año resultó genial, se creó una unión muy fuerte entre los ocho, que además logramos aprobar el pase de nivel, sin excepción. El único grupo que consiguió esa hazaña», dice con orgullo quien terminara siendo el más integral de la reconocida EVA José María Heredia.

Los grandes sueños

Ídolo de multitudes, Carlos Acosta era casi un desconocido para Amisaday Naara y para Chay Deivis, definitivamente más metidos en otro universo, mas conocer del sueño del Premio Nacional de Danza les cambió a los tres la vida como «por arte de magia». Por el periódico (posiblemente a través de Juventud Rebelde) conocieron los santiagueros de las audiciones.

«Trataron de desanimarnos, no nos querían entregar ni los expedientes, pero nosotros nos empecinamos. Las audiciones nuestras se realizaron en Holguín. Nos pusimos de acuerdo y nos presentamos. Por suerte, todo funcionó de lo mejor», nos entera Chay. Amisaday, en tanto, supo del llamado por una amiga cercana que al final no quiso probar, «mas sabía que a mí me encantaría la idea.

«Enseguida se lo comenté a mi mamá: “¡Pero es ballet!, ¡tú nunca te has parado en puntas!”. “No importa, aprendo allí”, le respondí. No lo niego, estaba supernerviosa, pero me fui para Camagüey, donde me seleccionaron para que me presentara en La Habana. Jamás olvidaré el momento en que se anunció el paso que debíamos hacer: sissonne failli assemblé... El cuerpo se me enfrió, creí que me hablaban en chino... Por suerte la profesora se percató de que, como era de danza, no había entendido, entonces nos pusieron un sissonne simple. Al terminar estaba segura de que había suspendido, por eso fue tan emocionante cuando me llamaron para decirme que me esperaban en la sede de Acosta Danza.

«¿Y para qué contarte la locura con las puntas? Se me ocurrió coger un número más chiquito, pues me había hecho la idea de que me tenían que servir cuando me parara sobre ellas. Me apretaban horriblemente. Recuerdo que Carlos vino y me mandó a hacer un développé á la seconde y a pararme en puntas, pero yo no podía, me tenía que aguantar de la directora, hasta que él se empezó a reír (sonríe).

«Es muy difícil dominar las puntas, más cuando no empiezas a intentarlo desde niña. Se me hacían unos uñeros terribles y me dolía mucho, sobre todo en primer año, pero ya después se las ponía hasta a mi mamá, andaba con ellas para arriba y para abajo... La experiencia fue linda».

Con un hermano mellizo que se decidió por el béisbol y otro mayor que trabaja en el aeropuerto, Leandro admite que ese primer año sufrió un mundo la separación de su familia. «Tener que esperar cuatro meses para verlos era para mí un suplicio. Y si me enfermaba para qué decirte: entonces extrañaba a mi mamá a cada segundo».

Chay también ha echado sus lagrimitas, sin embargo, se felicita por ser parte de «una experiencia única que nos ha abierto los horizontes, al permitirnos enfrentarnos con profundidad a los diferentes géneros de la danza: el ballet clásico, lo contemporáneo y el folclor. Ha sido una oportunidad mágica a la cual hemos tratado de sacarle el máximo provecho. Yo estoy muy agradecido».

Y si a Amisaday la marcó la distancia, «a mi mamá, aunque somos cinco hermanos, le dolió todavía más. Pero nos hemos ido adaptando con el tiempo, sobre todo porque somos conscientes de que estamos viviendo justo lo que anhelábamos. Son los sacrificios que a veces exigen los grandes sueños».

Chay Deivis Torres Pérez.

Leandro Fernández Ferrera.

La profe

Aymara Vasallo.

Para Aymara Vasallo la retirada de los escenarios no fue un paso improvisado, poco pensado. «Quería hacerlo en el instante oportuno, cuando todavía pudiera representar los roles con la mayor calidad posible, y para ese momento me preparé». Eligió el Festival Internacional de Ballet Alicia Alonso de 2018, justo el año en que la compañía arribaba a su aniversario 70 de fundada.

«Mi sentido de pertenencia al BNC es muy grande, pero ya había cumplido 41 años, una edad en la cual una bailarina debe ir pensando seriamente en su futuro. Como parte de ese proceso de ir encontrando un camino, estuve tres años impartiendo clases en la Escuela Nacional de Ballet, lo cual me permitió consolidar mis conocimientos, mientras en la compañía comenzaba a tomar ensayos... Y de verdad me sentía a gusto transmitiendo a los demás lo que a mí me habían enseñado.

«Luego me ofrecieron trabajo en Acosta Danza y acepté, me parecía una oportunidad para crecer, para superarme. El BNC ahora mismo está integrado por bailarines muy jóvenes, el promedio de edad es de 21, 22 años, y consideré que debía darle paso a esas figuras que están comenzando.

«Es genial seguir aprendiendo, no solo como profesora sino también a conducir una subdirección. Estamos hablando de una escuela que lleva tres perfiles al mismo tiempo: el ballet, la técnica cubana de la danza moderna y el folclor afrocubano, lo cual resulta complicado para un estudiante. Entonces, ha sido un reto pero estoy muy contenta, feliz de poder ayudar».

Hija de un médico veterinario y de una pediatra que llegó a soñar con ser bailarina, pero que no duró ni un segundo cuando se presentó a las pruebas, al parecer Aymara heredó de su progenitora esta gigantesca pasión.

«Escuchaba una música y no podía dejar de moverme», le dice a JR. Entonces decidieron buscar una maestra que determinara si tenía condiciones. Y sí, fue la respuesta, solo que debía bajar cinco libritas.

«Entrar en L y 19 fue lo más grande del mundo para mí: la puerta que se abrió de par en par para llevarme adonde yo quería: al Ballet Nacional de Cuba, donde se encontraban todas las estrellas que admiraba en la televisión y de las que se escribía en los periódicos... La seguridad absoluta me la dio aquella Giselle a la cual me llevó mi mamá, protagonizada por Josefina Méndez. Cursaba entonces primer año de nivel elemental... Esa función me marcó de una forma que no te puedo describir. Solo me decía: “yo quiero ser así, yo quiero bailar así”. En ese ballet Josefina no era humana, sino un hada, un ser sobrenatural».

Como le sucede a casi todas las bailarinas, le tocó a Aymara batallar con el peso, pero poseía buenas condiciones físicas y flexibilidad, además de que sacaba siempre las mayores notas, «pero en casa no me permitían que me confiara: “siempre tienes que ir por más, nunca te conformes”, me insistían. No puedo decir que fuera un período traumático, por el contrario: disfruté cada minuto, aunque se tratara de una carrera difícil, que implicaba ampollas, dolores en las uñas, en las piernas, en la espalda, pasar hambre... Para mí todo eso era normal, venía dentro del “paquete”».

Por ello integrar las filas del BNC le puso broche de oro a sus desvelos. «Era la meta mayor, en tiempos en que de 15 muchachas que optaban por las plazas, podían solo elegir tres o cuatro. Ahí no valía el concurso que hubieras ganado ni las medallas  obtenidas, tenías que demostrar ante un jurado impresionante que estabas en buena forma de verdad. Te puedo asegurar que la primera vez que me vi parada en ese cuerpo de baile de Giselle haciendo la diagonal, sentí que volaba, que había llegado al cielo».

—El público y la crítica admiraba tu perfeccionismo...

—Soy exigente, lo cual tampoco es muy bueno, porque a veces te exiges tanto que no te perdonas cuando algo no sale como esperabas, y uno debe bailar disfrutando. Sí trataba de mantener los estilos porque Josefina, Loipa, Aurora, Mirta, Marta, Svieta... nos los trabajaron mucho. Entonces, ¿cómo no vas cuidarlos? Pienso que esas eran mis cartas de triunfo, porque no era una bailarina de muchos giros (el mío era hacia la izquierda) y saltos; pero insistía en ello, sabía que era lo que más me costaba, y me esforzaba el doble, el triple... La parte artística era lo esencial para mí. Es lo que nos diferencia de una gimnasta: el estilo, la limpieza de los pasos...

«Me hace feliz que las personas piensen tan lindo de mí, sobre todo que me extrañen, es bueno que lo extrañen a uno un poquito».

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