Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Yo quería que sonara a Martí (+ Fotos)

La impresionante actriz y dramaturga María Laura Germán considera que es muy importante hablarles a los niños del amor, de la amistad, de la familia, pero también de la muerte. Con ese convencimiento escribió Los dos príncipes para Teatro de Las Estaciones

Autor:

José Luis Estrada Betancourt

«Quien no sea capaz de morir por amor en estos tiempos, lo tiene todo perdido». Se lo dice a Juventud Rebelde María Laura Germán, impresionante actriz, escritora, dramaturga y crítica matancera cuando le cuenta sus motivaciones a la hora de convertir Los dos príncipes en una pieza que desde entonces deslumbra dentro del selecto repertorio del colectivo que dirige Rubén Darío Salazar. «Esa es una batalla que debemos ganar con los niños», insiste quien se graduara de Dramaturgia en el Instituto Superior de Arte y forma parte de Teatro de Las Estaciones.

«Me han hecho todo tipo de preguntas tabú respecto a Los dos príncipes y sigo respondiendo que sí, que se trata de una obra que habla sobre el amor, porque son dos niños que se adoran. Yo tengo un mejor amigo, tengo a Iván García, ese actor; yo me tiro por un barranco por Iván García, yo lo hago. Y si soy capaz de hacer algo así, por qué no transmitir esa manera de amar inconmensurable del ser humano. Creo que en el siglo XXI es esencial reflexionar sobre estos temas, también a través de la obra de Martí, quien es un contemporáneo indiscutiblemente».

—¿Por qué justamente elegir Los dos príncipes?

—Lo cierto es que no lo decidí yo, sino Rubén. Revisando los archivos de Teatro de Las Estaciones encontramos el guion que escribieran los hermanos Camejo, que consistía en el poema y unas acotaciones para ser realizado en teatro de sombras. Nos resultó muy interesante que ellos lo vieran, que lo imaginaran de esa manera, por el tema de la muerte, lo fantasmagórico, del recuerdo.Y entonces me propuso que hiciera una versión, y a mí me encantó la idea.

Desde la primera versión de los hermanos Camejo, Los dos príncipes fue pensando para teatro de sombras.

«Cuando decidimos que sería una precuela, Rubén me dio una serie de pautas, a partir de la cuales empecé la investigación. Lo primero tuvo que ver con la escritura, porque yo quería conservar el estilo de Martí, que sonara a Martí, que pareciera el mismo poema del cual nosotros solo conocíamos el final; como si hubiéramos encontrado un documento antiguo en el cual únicamente se hubiera escrito la primera parte.

«Desde pequeña siempre me pregunté cómo había sucedido, por qué el príncipe y el pastor murieron juntos. Y me inventé muchísimas fábulas que ahora de adulta una se explica de otro modo. Soy de las que piensa que es muy importante dialogar con los niños sobre el amor, la amistad, la familia, pero, también, sobre la muerte, ¡y quién mejor lo hacía que nuestro Apóstol!».

—¿Qué desafíos te impuso «completar» la historia?

—El primer reto fue encontrar cuál podía ser la causa real de que el príncipe y el pastor murieran juntos; hallar, dentro de los cuentos que me inventé de niña, cuál podía ser el más martiano, y descubrí que tenía que ver con la amistad y con el amor, dos sentimientos que él vinculó muchísimo, que vivió y que, además, defendió a ultranza.

«Y lo segundo fue la escritura. Empecé a investigar acerca del romance, género en el que está escrito Los dos príncipes, el cual preferí dejar para las acotaciones, buscando que la voz de Martí envolviera toda la obra. Lo más complejo: elegir el estilo que utilizaría para los personajes que al final terminó siendo octosílabos para el príncipe, una de las métricas preferidas de José Martí y que podía reflejar mayor refinamiento; y quintetos para el pastor, para dar más sencillez, lo campestre; para mí ese resultó el principal hallazgo. Luego tratar que nos remitiera al Medioevo, que fuera un lenguaje actual, sin que perdiera la poesía».

—¿Por qué Rubén habrá pensado en ti para este proyecto?

—Rubén y yo tenemos una cercanía más allá del tiempo que llevamos trabajando juntos como director y actriz, que responde a nuestra manera de ver la vida, la literatura y el teatro para niños; una cercanía que es consecuencia de los años en que he permanecido a su lado, pues me uní a él cuando apenas había cumplido 18 años y ya ha transcurrido poco más de una década. Por supuesto, su modo de construir el teatro, con el que me formó, constituye una parte de mí.

«Como me conoce tan bien, sabía, además, que mi primera obra publicada en serio fue una adaptación de Los tres pichones, de Onelio Jorge Cardoso, con la cual me estrené en el teatro en verso, de la misma manera que conocía, pues había sido mi coautor, que para la tesis de Dramaturgia en el ISA había adaptado la Sonatina, de Rubén Darío, que igual es una obra para niños en ese mismo género. Dos años después me sorprendió asegurándome que estaba lista para este gran empeño.

«Los dos príncipes me tomó un año de investigación. Empecé releyéndome La Edad de Oro, la desarmé y la volví a armar. También revisé la obra general de Martí para contaminarme con su pensamiento, su literatura, su actuar. Tras ese tiempo, y varios intentos sin poder avanzar ni quedar mínimamente conforme, un buen día me senté y no me levanté hasta 48 horas después en que quedó el proyecto inicial que, como es de esperar, sufrió algunos cambios.

«Me ayudó el hecho de que soy una actriz, entrenada además por Rubén, por su forma de decir el verso (para esa fecha había estado en el elenco de Los zapaticos de rosa), lo cual te impone una sonoridad. Y luego, trabajar con el resto de los otros actores contribuyó a que fuéramos puliéndolo hasta llegar a la versión espectacular de Rubén.

Otros de los clásicos de Martí llevado a la escena por Las Estaciones: de izquierda a derecha: María Isabel Medina, Javier Martínez de Osaba, María Laura Germán e Iván García. Foto: Sonia Almaguer

«Siempre es un reto pretender aproximarse a Martí, pero si no se intenta... ¡Y mira lo que tenemos, cómo se llena la sala cada vez que Los dos príncipes aparece en cartelera, cómo los niños lo entienden y disfrutan! Inocencia no significa estupidez. Hay ingenuidad en ellos pero cuando les tocas el corazón, saltan la picardía, la inteligencia, todas esas cualidades que llevan consigo y que nosotros debemos cultivar».     

Seguramente es un tabú mío, pero siento que Los dos príncipes resulta una pieza teatral con un final muy triste...

—Lo triste lo puso Martí. Lo triste ya estaba escrito. De hecho, nosotros escribimos la parte feliz. No obstante, cuando se viene a disfrutar de Los dos príncipes ya se sabe de antemano cómo acaba la obra. Así y todo, cada vez que la representamos constatamos cómo el público infantil logra conectarse con la historia inicial. Por tal razón es el que menos se ve emocionalmente afectado, pues se deja conducir, a diferencia de lo que ocurre con los adultos. No olvidaré aquella ocasión en que al finalizar la puesta un niño les preguntó a sus padres: “¿Por qué no los salvaron?”. Fue un momento conmovedor. Él no podía entender por qué, si se querían, si se llevaban tan bien, no se hizo nada para salvarlos...

«Tienes razón: hay tristeza en Los dos príncipes, pero hoy en día los niños están rodeados de otras mayores, más desgarrantes. Yo creo que la de esta obra nos debe servir como un alerta, como experiencia de vida».

—¿Qué fue primero: la niña que quería escribir teatro o la que deseaba ser actriz?

—La niña que soñó escribir. Yo quería ser escritora. La culpable fue mi hermana, quien escribe muy bien y a quien imitaba constantemente. La influencia de mis padres igual fue enorme: mi madre trabaja en la biblioteca Gener y Del Monte, así que todos mis golpes en la rodilla, mis bocas y cabezas partidas, fueron bajando y subiendo esas escaleras. Yo sé ordenar, buscar en los ficheros... Cuando niña, en vez de a la doctora o la maestra, jugaba a la bibliotecaria. Por eso no era extraño que ganara el concurso del mejor lector que se organizaba en Matanzas y que pareciera un poco rara (sonríe), pero mira para todo lo que me ha servido.

«Pero sí, escribir fue lo primero que quiso la niña. Yo soñaba con abrir un libro y que dijera: “A María Laura Germán”, pero como no conocía a ningún escritor que pudiera darme esa felicidad, entonces decidí que las personas que yo quería sí iban a recibir un libro dedicado por mí: “A Dayana Garrido”, que es mi hermana; a mis madres...».

—¿Cuándo supiste que ese sueño podía hacerse realidad?

—Muy para mí, pero nunca dejé de escribir. Cuando aún estudiaba en la Vocacional, Ediciones Matanzas convocó un concurso para jóvenes escritores en las categorías de poesía y cuento breve. En la secundaria no me cansé de llenar cuadernos de versos, mas después me empezó a interesar la narrativa. Me fui por esa opción, me presenté y gané. Esa publicación me hizo sentir tan orgullosa, que siempre la menciono como la primera (sonríe). Cuando me vi publicada, me pareció tan maravilloso que la gente me leyera, me felicitara, que me puse a investigar qué podía servirme para enfocarme en este objetivo y descubrí que existía un lugar llamado Instituto Superior de Arte y una carrera nombrada Dramaturgia, y ahí sí que me enamoré perdidamente».

—Pero, ¿y la actriz, entonces? Porque eres un «tronco» de actriz, una actriz total...

—Comencé a actuar en TV Yumurí, de Matanzas, con diez años, en un programa llamado El mejor amigo. Le agradeceré siempre a Fara Madrigal, quien conocía a mi mamá de la biblioteca, pensó que podía funcionar para ese espacio creado para promocionar la lectura. Luego me propusieron el Notitín, el noticiero pioneril, hasta que Jesús del Castillo y la misma Fara me buscaron para Barquito de papel. Fui parte del elenco fundador de ese espacio, en el cual permanecí hasta que entré en la Vocacional.

Junto a Fara Madrigal y Arneldy Cejas Herrera en el espacio televisivo Barquito de papel.

«No olvidaré la ocasión en que, conversando con Fara, le comenté que deseaba estudiar actuación y la Madrigal me dijo: “Independientemente de lo que estudies, tú serás actriz, el actor se hace en las tablas, así que si tienes en mente el ISA, te sugiero que elijas Dramaturgia, porque con el talento que posees para escribir te dará esa base teórica fuerte que necesitas”, y aquí estoy».

—¿Cuál fue tu primera obra representada? ¿Qué sientes cuando ves un texto tuyo en la escena?

A dónde van los ríos. El primer montaje estuvo a cargo de un grupo de teatro aficionado en Cárdenas. Viajé hasta allá con Iván García a mi diestra, como de costumbre, y fue raro y maravilloso a la vez, porque hasta ese momento solo había visto lecturas dramatizadas de textos míos en el ISA, como estudiante, como ejercicio de experimentación. Pero es muy diferente cuando un director decide que la tuya es la pieza que quiere montar.

«Más allá de los puntos en contacto o las visiones diferentes que puedan existir entre uno y los responsables de la puesta, pienso que es un lujo tremendo, para agradecer, que haya artistas y creadores que se interesen por tu texto, por lo que has querido expresar. Se trata de una experiencia conmovedora y fascinante... Por cierto, A dónde van los ríos es mi obra que más han montado: en Cárdenas, Pinar del Río y en Sancti Spíritus».

—¿Con cuál de tus obras te has sentido más satisfecha?

—Con Los dos príncipes, definitivamente. Como escritora, actriz, e incluso como asistente de dirección. Todos esos trabajos han sido de crecimiento, satisfacción y plenitud total. Yo soy, lo que se dice, una actriz muy «metida». O sea, me gusta colaborar, porque, lo confieso, la dirección de actores me encanta. Por eso no me pierdo un proceso de montaje, ni los ensayos, no solo porque Rubén me da la oportunidad y la confianza, sino porque me complace. Cuando siento que alguna idea mía puede funcionar, no me cohíbo para expresarla.

 

Como la Pastora de Los dos príncipes, su texto llevado al teatro más querido hasta el momento. 

—¿Fue Iván García quien te conectó con Teatro de Las Estaciones?

—No, Yerandi Bazar. Me trajo, nos hicimos novios, yo sabía que trabajaba con Las Estaciones, una compañía que conocía desde niña (de hecho, he visto casi todo su repertorio, incluso creo que hasta la última función de La caja de los juguetes en el Teatro Sauto). Y le pedí que me facilitara conocer al grupo desde dentro, con la intención de estar de oyente; empezabaentonces mi segundo año en el ISA. Rubén enseguida me aceptó.

«Recuerdo que se montaba Federico de noche, agosto de 2008.Como a la semana, se apareció Rubén con el proyecto de Una niña con alas, a partir de la poesía de Dora Alonso. De pronto se volteó hacia mí y me preguntó: “Laura, ¿quieres actuar?”. “Sí, claro”, le respondí, y entré en el proceso de montaje de esa obra, que resultó una escuela. Es como la puerta de entrada para los más jóvenes, porque no hay hacia dónde coger: animación, actuación y tu experiencia de vida, las memorias de tu infancia, para ver cómo te la puedes arreglar con todo. Estrenamos en abril de 2009, en Ediciones Vigía».

—De los muchos personajes que has asumido en Las Estaciones, ¿cuáles te han dado mayor satisfacción?

—Muchos personajes me han costado. Pienso ahora mismo en la Reina de Alicia en busca del conejo blanco, el primero de los numerosos personajes que me tocó asumir e interpretara la gran Fara Madrigal en Las Estaciones, sin dudas un paradigma para mí. Se había hecho una temporada reciente y yo sabía que era muy fuerte pararme con 25 años a representar un rol en el cual esa primera actriz había dejado una huella. Fue complicado porque me tocó prepararlo en 15 días con la ayuda de Rubén, pues se avecinaba el Taller de Títeres. Había que llevarlo adelante sin quese pareciera a lo ya visto ni perdiera calidad.Un desafío. El día antes de la función me eché a llorar, porque estaba muy asustada, y no era para menos.

«Y si debo mencionar algún otro que me haya llenado, sería justamente Alicia, mi primer protagónico con Las Estaciones, y que nació totalmente de mí. Un personajecon el cual mantengo una relación de amor-odio impresionante; podríamos escribir un libro solo con mis procesos para armarlo. Esta Alicia es mi niña, la que yo fui, esa niña».

Todo está cantando en la vida... ha sido la más reciente obra de María Laura en las Estaciones. En la foto, junto a Iván García.

—Tu experiencia más cercana como dramaturga ha sido con Todo está cantando en la vida. (Un recital de afecto para Teresita Fernández)...

—Igual Rubén me lo propuso y enseguida le dije que sí. Otro paso adelante, un crecimiento profesional y en el alma.

No resulta extraño encontrar a María Laura colaborando con otros grupos teatrales como El Portazo. Foto: Sonia Almaguer

—Te veo en otros proyectos teatrales, como El Portazo, pero siempre regresas a Las Estaciones...

—Te rectifico: regreso a otros lugares, esa es la gran verdad. Yo estoy aquí en Las Estaciones, no me voy para ninguna parte. ¡Vamos, escribe eso! (sonríe).

—¿Por qué así?

—Esta es mi casa, el lugar donde pienso permanecer. Aquí me formé, me sigo formando, y, además, me gusta estar. Defiende una poética que tiene mucho que ver conmigo. Yo tengo dos partes radicales: la poética: la de Los dos príncipes, por ejemplo; y la desfachatez: la que saco en El Portazo pero también en obras de Estaciones al estilo del Retablillo de Don Cristóbal y la Señá Rosita o con la Madre de Pablito (Retrato de un niño llamado Pablito). Sin embargo, siempre Estaciones me conecta con esa poesía que uno necesita. Aquello me alimenta los demonios y esto me devuelve la paz...

María Laura Germán al estilo del Retablillo de Don Cristóbal y la Señá Rosita. Foto: Sonia Almaguer

«Mi madre me enseñó desde muy pequeña que se puede ser de todo en la vida menos desagradecido. Y yo creo que la mejor manera de homenajear a los maestros es abrazándolos, queriéndolos, pero, sobre todo, trabajando junto a ellos y demostrándoles que el aprendizaje que propiciaron no ha sido en vano, sino que germinó en un campo fértil, donde es verdaderamente útil.

«Las Estaciones tiene el poder de marcar un antes y un después en la vida de cada actor, técnico, utilero, diseñador... que pase por sus filas. ¡Siempre! También para quienes asisten a sus funciones, por la manera en que una obra puede removerles hasta las entrañas y, al mismo tiempo, iluminarlos, sacarles una sonrisa, conmoverles el corazón. Mas, para aquellos que participan en los procesos creativos resulta vital, por la energía que se mueve en este lugar, porque compruebas cómo de verdad el teatro funciona como familia.

«Desde que estoy, por aquí ha pasado un montón de gente y todas han salido diferentes, siempre mejores personas, algo fundamentalen la historia de un grupo: llegar a convertirse en esa especie de templo de la buena energía, del bienestar, de lo bien hecho, de respeto al arte. Para mí ha sido un privilegio inmenso compartir escena con Iván García, Freddy Maragoto, Yerandi Bazar, Fara Madrigal, Migdalia Seguí, con Rubén... La humildad con la que esos genios trabajan con uno se halla muy raramente, sin embargo, en Estaciones es parte de las esencias. Para mí eso es orgullo de ser titiritera».

La Germán y Yadiel Durán en el espectáculo musical para niños y adultos Cuento de amor en un barrio barroco.

‒Titiritera... A veces suena para la gente como demasiado fácil...

‒Yo soy de la teoría de que el titiritero es el más parecido al superactor. El titiritero asume todas las tareas que tiene un actor, ¡todas!: actuar, cantar, bailar, decir bien; el trabajo físico, el intelectual y, además, animar, darle vida a un títere, y hacerlo creíble.

Con Iván García en El irrepresentable paseo de Buster Keaton, inspirado en el texto original de Federico García Lorca. Foto: Julio César García.

‒Has sido una actriz muy premiada...

‒Ni tanto, lo normal. Pero, ¿sabes qué? Los premios que me han otorgado por Alicia en busca del conejo blanco, Retablillo de Don Cristóbal y la Señá Rosita y Retrato de un niño llamado Pablito, me han hecho muy feliz, porque me los he luchado a «guante pelao» (sonríe).  

María Laura Germán es una actriz total. Foto: Sonia Almaguer.

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