Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

En los 90 de un sobreviviente

Este 9 de junio cumpliría sus nueve décadas de vida el querido ensayista y poeta Roberto Fernández Retamar. La Casa de las Américas, que lo acogió por mucho tiempo como presidente hasta su desaparición física el pasado año, ha organizado diferentes homenajes desde el espacio virtual. Juventud Rebelde se suma al tributo con la publicación de varios de sus poemas, que han calado en distintas generaciones

Autor:

Juventud Rebelde

El otro

 

Nosotros, los sobrevivientes,

¿A quiénes debemos la sobrevida?

¡Quién se murió por mí en la ergástula,

Quién recibió la bala mía,

La para mí, en su corazón?

¿Sobre qué muerto estoy yo vivo,

Sus huesos quedando en los míos,

Los ojos que le arrancaron, viendo

Por la mirada de mi cara,

Y la mano que no es su mano,

Que no es ya tampoco la mía,

Escribiendo palabras rotas

Donde él no está, en la sobrevida?

 

Felices los normales

 

Felices los normales, esos seres extraños.

Los que no tuvieron una madre loca, un padre borracho, un hijo delincuente,

Una casa en ninguna parte, una enfermedad desconocida,

Los que no han sido calcinados por un amor devorante,

Los que vivieron los diecisiete rostros de la sonrisa y un poco más,

Los llenos de zapatos, los arcángeles con sombreros,

Los satisfechos, los gordos, los lindos,

Los rintintín y sus secuaces, los que cómo no, por aquí,

Los que ganan, los que son queridos hasta la empuñadura,

Los flautistas acompañados por ratones,

Los vendedores y sus compradores,

Los caballeros ligeramente sobrehumanos,

Los hombres vestidos de truenos y las mujeres de relámpagos,

Los delicados, los sensatos, los finos,

Los amables, los dulces, los comestibles y los bebestibles.

Felices las aves, el estiércol, las piedras.

 

Pero que den paso a los que hacen los mundos y los sueños,

Las ilusiones, las sinfonías, las palabras que nos desbaratan

Y nos construyen, los más locos que sus madres, los más borrachos

Que sus padres y más delincuentes que sus hijos

Y más devorados por amores calcinantes.

Que les dejen su sitio en el infierno, y basta.

 

Palacio cotidiano

 

Yo decía que el mundo era una estrella ardiente,

laberinto de plata, cerrazón con diamante:

y ahora descubro el júbilo de la estancia minúscula,

la vida emocionada del vaso entre mis labios,

más cristalino y claro si el sol se apoya y canta

en sus paredes límpidas.  Ahora veo el dorado

temblor que se levanta del pedazo de pan,

y el crujido caliente de su piel. Y me es fácil

entrar en el palacio cotidiano, manual,

de las enredaderas del patio, donde un príncipe

de silencio y de sombra calladamente ordena.

 

Y es que a esta vivienda que va horadando el tiempo

—la cual es más hogar mientras es más profunda—

tú trajiste la primavera de tu beso;

trajiste tus sonrisas, como una fina lluvia

vista entre los cristales; trajiste ese calor

dulce, para el reposo, para el sueño posible.

Y supe que era bello el mundo aun fuera de ese

centro de perfección: el amoroso palio

del rocío, y el vidrio que calza y rompe el aire.

Yo sentí levantarse un pueblo de pureza

allí donde vivían ayer muebles y hierros.

 

Como quien abandona las lanzas y destina

sus manos a los árboles, que se vuelven viviendas,

mis ojos, amarrados a relámpagos de oro,

dejo caer ahora sobre la pobre mesa,

sobre la luz medida que ha inundado mi casa,

sobre el silencio y la quietud que la acompañan:

y miran cómo sale un sereno color,

una vida armoniosa y honda de sus cuerpos.

 

Un hombre y una mujer

 

¿Quién ha de ser?

Un hombre y una mujer

Tirso de Molina

 

Si un hombre y una mujer atraviesan calles que nadie ve

               sino ellos,

calles populares que van a dar al atardecer, al aire,

con un fondo de paisaje nuevo y antiguo más parecido

a una música que a un paisaje;

si un hombre y una mujer hacen salir árboles a su paso,

y dejan encendidas las paredes,

y hacen volver las caras como atraídas por un toque de

               trompeta

o por un desfile multicolor de saltimbanquis;

si cuando un hombre y una mujer atraviesan se detiene

la conversación del barrio,

se refrenan los sillones sobre la acera, caen los llaveros

               de las esquinas,

las respiraciones fatigadas se hacen suspiros:

¿es que el amor cruza tan pocas veces que verlo es motivo

de extrañeza, de sobresalto, de asombro, de nostalgia,

 

como oír hablar un idioma que acaso alguna vez se ha

               sabido

y del que apenas quedan en las bocas

murmullos y ruinas de murmullos?

 

Una salva de porvenir

 

A Jacqueline y Claude Julien.

A Fina y Cintio.

 

No hay pruebas.

Las pruebas son que no hay pruebas.

No estaban, no están, no estarán dadas las condiciones.

Creer porque es absurdo,

Y creemos.

Más absurdo que creer es ser,

Y somos.

Nada garantiza que fuera menos absurdo

No ser ni creer.

Las llamadas pruebas yacen por tierra,

Húmedas reliquias de la nave.

Se derrumbaron las estatuas mientras dormíamos.

Eran de piedra, de mármol, de bronce.

Eran de ceniza,

Y un grito de ánades las hizo huir en bandadas.

 

No guardar tesoros donde

La humedad, los bichitos los mordisqueen.

No guardar tesoros.

 

El tesoro es no guardarlos.

El tesoro es creer.

El tesoro es ser.

 

No existen las hazañas ni los horrores del pasado.

El presente es más veloz que la lectura de estas mismas

palabras.

El poeta saluda las cosas por venir

Con una salva en la noche oscura.

Sólo lo difícil.

Sólo lo oscuro.

Y contra él, en él, el fuego levantando

Su columna viva, dorada, real.

 

El amor es

Quien ve.

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