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Las cosas que Eliseo Diego amaba (+ Fotos y Videos)

No hay artificio, no hay «construcción», no hay falsedad en sus textos aún vivos. Es lo que considera Josefina de Diego cuando apunta las razones por las cuales su padre, el inolvidable autor de En la Calzada de Jesús del Monte, cuyo centenario de nacimiento se cumple este 2 de julio, sigue siendo leído con tanta devoción

Autor:

José Luis Estrada Betancourt

Haber nacido del amor de Eliseo y Bella, y ser miembro de la familia Diego-García Marruz fue un regalo que le hizo la vida. Pudo haber sido una «presión» difícil de llevar para muchos mortales que tuvieran unos parientes de ese calibre, pero al menos por parte de los suyos solo recibió amor y más amor, Josefina de Diego, uno de los tres descendientes de ese ilustrísimo de las letras hispanoamericanas que llegó al mundo para iluminarlo con sus poemas y cuentos un día como hoy, 2 de julio, hace cien años. Que fuera feliz era lo que siempre le pedían, según le explicó amablemente Fefé a Juventud Rebelde, a través del correo electrónico. 

«El regalo consiste, en primerísimo lugar, en que me tocó la inmensa dicha de tener unos padres y una familia buenos, «en el buen sentido de la palabra bueno», como decía don Antonio Machado, citado muchas veces por mi padre. Fueron personas trabajadoras, consideradas, decentes, y ese es el legado más valioso que me dejaron. A lo que uno se dedicara ‒ya fuera a escribir poemas, a dar clases, dibujar o barrer las calles, por mencionar una de las actividades más humildes a las que se puede consagrar alguien‒ tenía que hacerlo bien, respetando siempre “al otro”, a los demás. No siempre uno logra transitar por esta vida “haciendo las cosas bien”, pero, al menos, se debe intentar. Y si se cometen errores, algo de lo cual nadie se escapa (unos más graves que otros), tratar de enmendarlos, en lo posible.

Me tocó la inmensa dicha de tener unos padres y una familia buenos, «en el buen sentido de la palabra bueno», afirma Josefina de Diego. Foto: Cortesía de la entrevistada

«En la familia Diego-García Marruz hubo (¡y hay!) poetas, pintores, músicos, pedagogos y científicos. Mi abuela materna fue una gran pianista. Su primer hijo, Felipe Dulzaides, resultó un importante jazzista y pianista, a quien muchos siguen extrañando en el Bar Elegante del Hotel Riviera. Mi abuelo Sergio García Marruz y Marruz se convirtió en un notable médico, ginecólogo y obstetra, como mi tío Sergio (uno de sus hijos, de igual nombre, es guitarrista). A mis primos, los Vitier, la música les viene por parte de madre y de padre, pues Cintio estudió violín, y lo tocaba muy bien, además de ser, como Fina, poeta, ensayista y miembro fundador, al igual que mi padre, de la revista Orígenes. 

Las dos hermanas Bella y Fina García Marruz (en el centro) contrajeron matrimonio con los amigos Eliseo (izquierda) y Cintio (derecha). Foto: Cortesía de la entrevistada

«Mi madre Bella se graduó de Pedagogía en la Universidad de La Habana, fue una de las editoras de la revista Clavileño, profesora de inglés y de literatura. Era a ella a la primera a quien mi padre le leía sus nuevos poemas y textos, pues valoraba muchísimo su criterio.

«Sí..., de algún modo me sentí presionada, pero no por ellos. Cuando empezaba el tercer año de la licenciatura de Lengua inglesa y literaturas inglesa y norteamericana, me cambié de carrera y matriculé en la Facultad de Economía, y de eso me gradué. Como economista ejercí muy poco tiempo. Siempre he estado vinculada, en mis diferentes trabajos, al mundo del arte, la literatura y el cine».

‒¿Cómo Josefina pasó a ser Fefé?

‒Mis dos hermanos y yo jugábamos con nuestros padres diciéndoles que se habían esmerado tanto en ponernos nombres muy «sonoros» (Constante Alejandro, María Josefina y Eliseo Alberto) para terminar llamándonos «Rapi», «Fefé» y «Lichi». El Fefé viene por las Josefinas o Josefas, por la parte de mi madre: tatarabuela, bisabuela y abuela. A mi abuela materna, Josefina Badía, sus amigas le decían «Fifi». Cuando mamá salió embarazada por segunda vez, mi abuelita decidió que sería una niña (no estuvo muy desacertada, solo que vine «convoyada» con un varón)y, para diferenciarme de su apodo, me nombró así.

«¡La historia de Rapi y de Lichi se la dejo a otro periodista! Por cierto, quiero que me permitas enviar desde aquí un mensaje a una colega tuya que en el mes de marzo me escribió solicitándome una entrevista, no encuentro su correo y no le he podido responder. En aquella oportunidad le dije que no podía porque estaba terminando una traducción, lo cual era cierto. Pero también, en ese momento, atravesaba un período de depresión grande, pues comenzaba lo de la pandemia y yo andaba, como todos, muy asustada, batallando con mis miedos. Cuando me concentraba en el libro, no podía entrar, por ninguna parte de mi mente, la preocupación del coronavirus. Sin embargo, me daría muchísimo gusto contestar las preguntas que quería hacerme, a ella, que fue la primera en contactarme con motivo del centenario de mi padre».

«Mi madre se enamoró de ese bosquecillo y le dijo a mi padre, con mucha solemnidad, que cuando se casaran quería que sus hijos crecieran en ese lugar (Villa Berta, Arroyo Naranjo)», cuenta Fefé. Foto: Cortesía de la entrevistada

‒A diferencia de muchos niños que se crían solos, tu infancia transcurrió junto a tus dos hermanos (uno, por demás, jimagua contigo), en una quinta alejada del centro de la ciudad... Parece una película...

‒Mi padre vivió los primeros nueve años de su vida en esa quinta, Villa Berta, en Arroyo Naranjo. Siendo ya novio de mi madre, un día la quiso llevar a ella, y a Cintio y a Fina, a ese jardín maravilloso. Mi madre se enamoró de ese bosquecillo y le dijo, con mucha solemnidad, que cuando se casaran quería que sus hijos crecieran en ese lugar. Y así fue. Para Villa Berta nos mudamos en 1953, y vivimos allí hasta 1968. Fuimos muy felices: nosotros, nuestros amiguitos del barrio, nuestros primos y todas «las personas mayores». En su conferencia A través de mi espejo, mi padre afirmó: «El Paraíso de mi infancia tiene un nombre: Arroyo Naranjo». Y fue también, el Paraíso de nosotros.

Villa Berta, en Arroyo Naranjo, fue también el paraíso para los hijos del matrimonio de Eliseo y Bella. Foto: Cortesía de la entrevistada

El padre Ángel Gaztelu con los tres hermanos: Rapi, Lichi y Fefé. Foto: Cortesía de la entrevistada

‒¿Cómo el profesor de inglés se convirtió en el gran poeta que llegó a ser reconocido como Premio Nacional de Literatura?

‒«Ganarás el pan con el sudor de tu frente», nos dice la Biblia en el primer libro del Antiguo Testamento, Génesis. ¡Pues de algo hay que vivir! Son muy pocos los escritores que pueden mantenerse solo de su obra, tiene que ser un caso como el de García Márquez, por ejemplo, y no solamente por haber merecido el Premio Nobel, sino porque sus novelas, excelentes, llegaron al corazón de sus lectores. Y de las casas editoriales, lo que es muy importante. Creo que también influye mucho ahora la divulgación que tiene la literatura a nivel mundial, hay un «mercado», premios cuantiosos, ferias del libro, eventos literarios, todo un movimiento editorial e industrial que ayuda a la promoción de algunos escritores.

«Afortunadamente y, como siempre dijo, mi padre tuvo acceso, gracias a los suyos, a los mejores títulos para niños y jóvenes de su época, lo que contribuyó a desarrollar el talento que, sin dudas, tenía. La lectura de la buena literatura es fundamental en la formación de un escritor. Y en la formación de todo el mundo: para su cultura general, para el conocimiento y dominio del idioma. Como decía el destacado médico y escritor español Gregorio Marañón ‒y recuerdo un discurso de Carlos Rafael Rodríguez que lo citaba: El médico que solo sabe medicina, ni medicina sabe». 

‒Debe haber sido maravilloso ser testigo de aquellos encuentros de domingo en los que se reunía el Grupo Orígenes en tu casa…

‒Siempre digo que yo tengo mi «subgrupo» Orígenes. A casa iban Cintio, Fina, Agustín Pi y su esposa Dinorah, Octavio Smith, Gastón Baquero, Lezama, el padre Ángel Gaztelu, el músico asturiano Julián Orbón y su esposa Tanguy, Roberto Fernández Retamar y Adelaida. También venían otras personas, como es natural. Recuerdo a los poetas españoles Jomí García Ascot y María Luisa Elío. Y, en 1967, la memorable visita de Julio Cortázar. Pero para mí, para responder tu pregunta, ellos solo eran nuestros tíos y amigos de mis padres. La mayoría del tiempo nos la pasábamos jugando en el jardín. Tenía 17 años cuando nos mudamos de esa quinta, recién comenzaba a interesarme «en serio» por la literatura, el cine y el arte en general.

A muchos de los miembros del Grupo Orígenes les gustaba reunirse os domingos en Villa Berta. De izquierda a derecha: Eliseo, Bella, Sergio, Fina, Cintio y Agustín Pi. Foto: Cortesía de la entrevistada

‒¿Qué rasgos distinguen la obra de Eliseo que logran que los lectores en el mundo se sigan acercando a ella con tanta devoción?

‒Habría que preguntarle a cada lector qué encontró en la poesía de mi padre, en sus textos, pues cada persona incorpora, asimila el poema, cuento o novela de acuerdo a sus gustos y necesidades. El lector reinterpreta el poema, lo hace suyo. Podría decirte, no obstante, que pienso que lo que ha hecho que las personas se sigan acercando a su obra, generación tras generación, es porque fue escrita, como mi padre siempre decía, a partir del «principio de la necesidad», del que hablaba Rilke en Cartas a un joven poeta. No hay artificio, no hay «construcción», no hay falsedad. Escribió porque sintió esa urgencia de compartir con los demás «las cosas que él amaba», parafraseando uno de sus poemas más emblemáticos. Revisaba mucho todo lo que escribía, una y otra vez. Conservo manuscritos de algunos de sus poemas, ahí se ven las tachaduras, cambios de palabras, cambios del lugar que ocupa la palabra en el poema. Se enfrentaba al «papel en blanco»,[1] con muchísimo rigor. Una vez un joven le confesó que su poesía lo había ayudado, no solo a escribir, sino a vivir. Y hace muy pocas semanas recibí una bellísima y conmovedora carta de un joven catalán que me dijo prácticamente lo mismo: que la poesía de mi padre le había cambiado la vida.

Cuando por fin vio la luz En la Calzada de Jesús del Monte, ya Eliseo había escrito dos volúmenes de cuentos: En las oscuras manos del olvido (1942) y Divertimentos (1946). ¿Por qué el poeta pudo más que el narrador o el ensayista?

‒Papá era considerado entre el pequeño grupo de amigos que se reunían en casa de mi madre y de mi tía Fina, como el prosista del grupo, justamente porque solo había escrito cuentos. En muchas ocasiones afirmó, medio en broma y medio en serio, que había comenzado a escribir poesía para impresionar a su novia Bella. ¡Lo que logró, sin dudas, de forma contundente!, pues estuvieron juntos, entre noviazgo y matrimonio, más de 50 años. Pero prefiero responderte esa pregunta con palabras de Aramís Quintero, de su prólogo al tomo de Prosas escogidas (Editorial Letras Cubanas, La Habana, 1983): «Pero en rigor, y no obstante su penetración, Eliseo Diego no es un ensayista, ni un crítico, ni un verdadero narrador. Eliseo Diego es todo lo ensayista, crítico y narrador que puede ser un poeta hecho, como él, casi exclusivamente para la experiencia y expresión poéticas».

‒Justo el pasado año En la Calzada de Jesús del Monte celebró 70 años de su publicación. Para ese entonces Eliseo solo contaba con 28, sin embargo, entregaba al mundo futuro un clásico de la literatura hispanoamericana...

Esta pregunta la deben responder los investigadores de su obra, los críticos, no me corresponde a mí, por ser su hija, entrar en ese tipo de valoraciones. Él, incluso, comenzó a escribir esos poemas mucho antes, a los 24 años aproximadamente, y así lo dijo en varias entrevistas. En la revista Orígenes (1944-1956), número 14, verano 1947, aparece publicado uno de los poemas de En la Calzada de Jesús del Monte, libro que concluyó en 1947 y publicó, finalmente, en 1949. El eminente intelectual mexicano Octavio Paz, premio Nobel de Literatura 1990, al conocer la noticia de su fallecimiento, dijo: «La muerte era lo único que faltaba a Eliseo Diego para convertirse en leyenda de la poesía latinoamericana» (Periódico Excélsior. Jueves 3 de marzo de 1994, México DF).

Siete décadas después de publicado, En la Calzada de Jesús del Monte sigue siendo un clásico de la literatura hispanoamericana. Foto: Cortesía de la entrevistada

Si dentro de la imprescindible obra de Eliseo tuvieras que escoger algún libro (además de En la Calzada de Jesús del Monte) o poema para presentarle tu padre a las nuevas generaciones y que estas quedaran prendadas de su luz para siempre, ¿cuál sería?

Me resulta difícil responder a esa pregunta. Les diría, más bien que lo leyeran, que buscaran ellos mismos ese libro. Y les recomendaría el poema Voy a nombrar las cosas

No es más, poema musicalizado por Ireno García que forma parte del CD Ireno García canta a Eliseo Diego.

Has dictado conferencias que tienen como centro la biblioteca de Eliseo...

En 2014 escribí y leí la primera conferencia sobre mi padre, El inglés y la literatura inglesa en la vida y obra de Eliseo Diego. Lo hice para conmemorar los 20 años de su muerte. Después escribí una especie de continuación, necesaria, me parece, España y la literatura española en la vida y obra… Su padre, Constante, era asturiano, de Infiesto, Oviedo. Y los padres de su madre, que nació en La Habana, eran el asturiano Sandalio Fernández-Cuervo y la catalana Amelia Giberga. Muy cerca estuvo siempre España en el corazón de mi padre, por su familia y por su literatura. Cervantes, Quevedo, Calderón de la Barca, San Juan de la Cruz, Lorca, Juan Ramón Jiménez, Jorge Manrique, Antonio Machado, Miguel Hernández, Alberti, Gómez de la Serna, Azorín, María Zambrano… La lista sería interminable.

«Posteriormente, realicé el inventario de toda su biblioteca, labor que me llevó un año completo, y decidí hacer esa conferencia. Y una especie de segunda temporada, Lo que me cuentan los libros de la biblioteca de mi padre 2: la biblioteca de un traductor. Todas esas conferencias iban acompañadas de proyección de imágenes en Power Point y están agrupadas en un libro cuyo título es Un rumor apenas (Ediciones Extramuros), que espera, disciplinada y pacientemente en imprenta, pues no se ha podido publicar por falta de papel. La edición de ese libro, a cargo de Lourdes Cairo, fue un trabajo titánico, pues tiene muchas citas y una extensa bibliografía».

Presentación de una de las conferencias preparadas por Fefé que tuvo como centro «lo que me cuentan los libros de la biblioteca de mi padre». Foto: Cortesía de la entrevistada

‒Te graduaste de Economía para «alejarte» de la literatura, pero es más que evidente que esta ya se hallaba en sangre... ¿Qué te llevó a escribir El reino del abuelo?

‒Sentí la necesidad, de la que hablaba Rilke, de escribirlo. Me rondaban esas historias, esas palabras, era como un rumor en mi cabeza. No fue fácil, como se dice ahora, decidirme a escribir y, después, a publicar. Te copio un fragmento de Cartas a un joven poeta, donde queda claro ese «principio de la necesidad», del que tanto hablaba mi padre: «Investigue la causa que le impele a escribir; examine si ella extiende sus raíces en lo más profundo de su corazón. Confiese si no le sería preciso morir en el supuesto que escribir le estuviera vedado.  Esto ante todo: pregúntese en la hora más serena de su noche: “¿debo escribir?”. Ahonde en sí mismo hacia una profunda respuesta; y si resulta afirmativa, si puede afrontar tan seria pregunta con un fuerte y sencillo “debo”, construya entonces su vida según esta necesidad; su vida tiene que ser hasta en su hora más indiferente e insignificante, un signo y testimonio de este impulso». 

‒¿Por qué elegiste escribir esencialmente para los niños?

‒Los tres hermanos escribimos para niños, algo que no todos conocen: Lichi dos libros, Rapi también, y los ilustró con sus hermosos dibujos. Pienso que fue por la influencia de nuestro padre, por su amor y respeto a la literatura para niños. Acostumbraba a citar al escritor inglés Walter de la Mare: «Para los niños, ni lo mejor es suficiente». Y porque me gusta el mundo de los niños, su inocencia, su sinceridad. He tenido la gran alegría de saber que mi libro, Un gato siberian husky, ha sido uno de los preferidos de hijos y nietos de amistades mías. Una amiga me contó que su nietecito dormía con él debajo de su almohada. ¡No hay premio, ni crítica, que pueda compararse a eso!

«Pero también he escrito otro tipo de literatura, para adultos, algunos cuentos y remembranzas de mi familia. Muchos de esos textos también esperan por el papel, agrupados en un libro, ¿Y ya no tocan valses de Strauss? (Ediciones Matanzas). Su editor es Alfredo Zaldívar, que lo trabajó con mucho cariño, junto a diseñadores y a todo el equipo encargado de su composición».

‒Te has dedicado a la traducción, al igual que tu padre. De esa obra, ¿cuál destacarías especialmente?

‒Me dio mucho gusto traducir dos clásicos de la literatura inglesa, Winnie the Pooh y The House at Pooh Corner. Solo se ha publicado el primero, por la Editorial Gente Nueva. El segundo obtuvo la primera mención en el Concurso de Traducción Literaria José Rodríguez Feo que convoca la Uneac, en 2015. Quiero aprovechar que estamos hablando de traducciones para explicar que mi padre solo tradujo del inglés al español, no sabía ruso. El Premio Máximo Gorki que le concedió la Unión de Escritores de la antigua URSS fue por sus versiones al español de poetas rusos. Resultó un trabajo muy intenso, que duró varios años, en el que poetas-traductores le entregaban los poemas traducidos al español, se lo leían en ruso, lo trabajaban juntos. Muchos de estos excelentes poetas, rusos y ucranianos, llegaron a ser grandes amigos de mis padres.

‒Desde hace años, trabajas en el ordenamiento y publicación de la obra de tu padre. A cien años de su natalicio, ¿consideras que su creación literaria es justamente conocida?

‒Pienso que no. Sé que aquí, en nuestro país, lo quieren, admiran y respetan mucho, pero por diversas razones, tengo la impresión de que se le ha olvidado un poco. Tiene que ver, también, me parece, con los problemas económicos, la escasez de recursos para publicar sus libros y que puedan encontrarse con más facilidad en las librerías. Y no solo me refiero a él, sino a muchos otros grandes de la literatura cubana, latinoamericana y universal. También, internacionalmente, se le conoce poco, solo en algunos círculos universitarios y académicos.

«La celebración de su centenario, que trasciende nuestras fronteras, creo que proporcionará un impulso grande a esa necesaria promoción. En España ya se han publicado dos libros de poesía suyos: una antología, Nos quedan los dones (Editorial Cátedra) y En la Calzada de Jesús del Monte (Editorial Pre Textos) por primera vez completo, con un hermoso y erudito prólogo de Milena Rodríguez; y sus Divertimentos (Editorial Verbum). También en Italia y Francia se están traduciendo sus cuentos y poemas. El prestigioso Colegio de México prepara un coloquio, que tuvo que posponerse para noviembre. En Estados Unidos se le recuerda, a través de fundaciones culturales y académicas, como la Universidad de Austin, que prepara un homenaje y que también tuvo que posponerse para noviembre».

‒Ocurrió el martes 1ro. de marzo de 1994, la tristísima noticia de su muerte...

‒Prefiero no hablar de este día porque me trae recuerdos muy dolorosos.

Haber nacido del amor de Eliseo y Bella, quienes estuvieron juntos más de 50 años, fue un regalo que le hizo la vida, reconoce Fefé. Foto: Cortesía de la entrevistada

El documental Dueño del tiempo es una entrevista que aborda la vida y obra del escritor y poeta cubano Eliseo Diego.

[1] La página en blanco, Inventario de asombros.

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