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¡Que viva el pillo manigüero mambí! (+ Fotos y Videos)

Cincuenta años acaba de cumplir Elpidio Valdés, un símbolo amado de Cuba. Su autor, el gran Juan Padrón, ya no está físicamente entre nosotros, pero su legado permanece vivo, con fuerzas iluminándonos 

 

Autor:

José Luis Estrada Betancourt

Colmado de comentarios, una y otra vez se comparte el post en el cual Juan Padrón cuenta sobre las circunstancias del nacimiento de su legendaria y cubanísima criatura de ficción, en el recién inaugurado perfil de Facebook, Elpidio Valdés oficial, que acaba de irrumpir como parte de la campaña #MuchoMachetePorDarTodavía, la cual celebra los 50 años de que el insurrecto mambí se diera a conocer en una historieta donde por fin nada «le hace sombra», cinco meses después de aquel «parto» creativo de marzo de 1970.

«Estaba en Leningrado, bajo cero y con tremendo gorrión. Me gustó tanto trabajar al personaje cubano (Elpidio), que descarté todo lo que había dibujado (de Kashibashi). Fui al mercado y me compré una botella de vino tinto moldavo, un cartón de Ligeros, pan negro, medio queso gruyere y comencé de nuevo, pero con el cubano como protagonista», se publica en el perfil para recordar el notable acontecimiento que significó para el imaginario popular cubano la edición, el 14 de agosto, de Elpidio Valdés contra los ninyas.

Sobre el increíble camino que recorrió Valdés hasta lograr instalarse con fuerza en el corazón de los cubanos, le narra a JR otro incansable, Jorge Oliver. «Resulta que en el semanario Pionero Juanito estaba publicando Kashibashi, que se hacía eco del auge que alcanzaron las películas e historietas de samuráis japoneses, pero a su cabeza genial se le ocurrió introducir un personaje cubano con un machete. ¿A dónde fue a parar el tipo? ¡A Japón!, donde se empataba con Kashibashi.

«En esa época eran famosos los personajes norteamericanos de historietas y del cine que viajaban en el tiempo, a otros planetas, etc. Por tal razón, en la segunda entrega incluyó a su cubanito, quien fue a dar al Oeste, sí, al de los cowboys. Y para justificarlo, lo convirtió en un agente secreto de los mambises encargado de comprar armas para la liberación de Cuba. 

«En el tercer episodio, en lugar de ubicarlo en Cuba, Padrón, tan ocurrente como de costumbre, lo envió al planeta Marte. Como estaba de moda la ciencia ficción... Hubo que esperar hasta la cuarta salida para verlo incorporado a una tropa mambisa», relata el creador del Capitán Plin y Rui la Pestex, quien se conoció con Juan en el período en que ambos respondieron al primer llamado del Servicio Militar: él cayó en la Defensa Antiaérea,mientras el célebre matancero, fallecido lamentablemente este 2020, fue recibido en la Marina de Guerra.

«Antes de finalizar el Servicio Militar empezamos a trabajar juntos para el 1er. Festival de Aficionados de la FAR, donde estaba de organizador. Necesitaba un spot en la televisión y se lo pedí a Juan, a quien habían trasladado para los Estudios Cinematográficos de las FAR. Fue la primera obra que hicimos a cuatro manos.

«Andando en peleas en las que tratábamos que se realizaran más propuestas para los niños, llegamos a la Oficina de Santiago Álvarez, donde se iban a discutir los posibles contenidos de la producción del Departamento de Dibujos Animados del Icaic. Ciertamente existían magníficos materiales, pero muy experimentales, creados por dibujantes con un elevado nivel artístico e ingeniosas ideas, mas muy distantes del público infantil.

«Los dos nos artillamos y preparamos para solicitar que la capacidad de producción de animados se pusiera en función de los niños cubanos, sin embargo, había que enfrentarse a Santiago Álvarez, quien de pronto nos dijo que, tras consultar con Alfredo Guevara, la presidencia del Icaic había determinado que la prioridad serían los chamas. Juanito se comenzó a reír y a mí la quijada me dio en el piso. Fuimos como Quijotes y terminamos como Sanchos. Desde entonces echamos a andar y hoy seguimos juntos».

El premio más hermoso

No pudo salvar mucho el imprescindible productor de la filmografía cubana, Paco Prats, de su antigua casa en Luyanó, con la cual se enfureció el tornado que hace dos eneros castigó esa barriada habanera, solo algunas pertenencias y los hermosos carteles que con evidente afecto les dedicara Juan Padrón a quien mereciera, con Senel Paz, el premio nacional de Cine 2020.

«A mi general Paco Prats, con cariño mambí», «Para el único y verdadero Paco Prats del cine de animación», «Para mi socio Paco Prats Tetilla, el único y verdadero Coronel Valdés»..., escribe con su caligrafía inconfundible pensando en quien se uniera al Departamento de Dibujos Animados en 1963. Leyéndolo por enésima vez, el de la dedicatoria deja que las lágrimas se les escapen mientras dialoga con JR sobre el aventajado discípulo del australiano Harry Reade, «Padroncito, a quien tuve como gran amigo, el padre del símbolo nacional del cine de dibujos animados cubanos».

Por si lo desconoce, Paco le esclarece al diario que «son los directores los verdaderos creadores. Ellos conciben los guiones, los diseños de personajes..., mas el productor, en esta especialidad, debe organizarlo todo, repartir los planos... Te hablo de aquella época cuando se trabajaba a papel y a lápiz, en acetato, pintado con pintura podrida, que había que batir constantemente y ponerse un nasobuco, pues el mal olor era terrible...

«Con esos materiales se hizo Elpidio y Padrón siempre estuvo consciente del enorme sacrificio que representaba, pero si nosotros nos entregábamos, más se entregaba él. Elpidio era una obra gigantesca de amor. Cierto que para esa fecha se habían realizado otros materiales importantes como Gugulandia, de Hernán Henríquez; y Tulio Raggi había entregado El negrito cimarrón, pero las películas de Elpidio fueron lo máximo. El público las adoró desde que se exhibió la primera en la Cinemateca: Una aventura de Elpidio Valdés, que codirigió con Noel Lima, como mismo compartió con José «Pepe» Reyes la realización del segundo, Elpidio Valdés contra el tren militar.

«Llevo un tiempo escribiendo Testigo de un sueño, un libro sobre la historia del dibujo animado cubano y resulta una mezcla de satisfacción, por los logros indiscutibles; y de tristeza, porque ya ha fallecido tanta gente valiosa: Juanito, Tulio, Pepe Reyes, Lucas de la Guardia... Estoy solo... Por eso debo terminarlo y entregárselo al Icaic», dice convencido quien tuvo a su cargo más de 500 películas.

«En Testigo de un sueño me refiero, por supuesto, a esta serie extraordinaria. Recuerdo que en Una aventura de Elpidio Valdés se escuchó por primera vez la Balada de Elpidio Valdés, compuesta por Silvio Rodríguez, y aparece la voz de Frank González (luego se sumarían Irela Bravo, Teresita Rúa...) con la de Ada Cruz, la del mismo Juanito y Tulio, así como la de Tony González, un excelente realizador de efectos sincrónicos que poseía ese don.

Una aventura de Elpidio Valdés, el primer corto de la popular serie.

«No es un secreto: las películas le dieron muchísima popularidad y altos honores artísticos... Fíjate que Juanito me concedió el grado militar de “Coronel de su Guerrilla” y mi crédito de productor apareció del mismo tamaño que el suyo...

«Una tarde, de regreso para Luyanó, cogí una guagua que iba atestada de estudiantes del Pre de Marianao y me tuve que montar por atrás. Desde el centro, una señora que me reconoció, gritó mi nombre y comenzó a preguntarme sobre la película en proceso. Intenté contestarle en voz baja, pues me daba mucha pena, y en un momento determinado empecé a sentir cantada por los jóvenes, primero muy bajito y luego bien alto: “Para Elpidio Valdés, patriota sin igual, no hay gaito que lo pueda espantar”... Me bajé emocionado y llorando a moco tendido en la siguiente parada, aunque me faltaban unos kilómetros para llegar. Muchos sacaron sus cabezas y me despidieron con exclamaciones y griterías. ¿Quieres un premio más hermoso que ese?».

Primera historieta de Elpidio Valdés.

La estrella que me ilumina

Rosa María Carreras no olvidará nunca el día exacto de la semana en que la llamó su amigo y compañero de muchos años, Paquito Prats, para proponerle que ocupara una plaza vacante de editora que existía en el Departamento. «Él sabía mis criterios sobre la edición de ciertos géneros y no me veía muy entusiasmada. Algunas de mis amistades consideraban que aquello equivaldría a retroceder profesionalmente, pues Animados se considerada la oveja negra. Al constatar mis dudas solo me dijo:“No, no me respondas ahora, hoy es viernes, el lunes volvemos a hablar. Piénsalo, consúltalo con la almohada”.

«Así inició mi fantástica, mi mágica labor de aprendizaje en Dibujos Animados. Para enriquecer la suerte, ¿con quién crees que empecé? Con dos personas muy significativas en mi vida personal y profesional: Tulio Raggi y Juan Padrón. Esa suerte de tenerlos fue, para mí, una estrella que me iluminó y me sigue iluminando. 

La serie de Elpidio Valdés es lo más importante que me pasó en mi vida, afirma Paco Prats.

«Padrón, con su maestría, su humor, con su sencillez, me enseñó todo lo mucho que desconocía sobre el género. No fue el profesor impartiéndome una clase, sino el ser humano invitándome a desandar a su lado un sendero lindo, con un personaje insigne que yo venía amando, que había conquistado a los niños cubanos sin excepción. Fue un regalo, que me llegó de una manera sorpresiva. Eternamente estaré agradecida por esa oportunidad profesional y de todo tipo.

«Tuve la lucidez de saber aprovechar muy bien esos años. Desde el primer momento sentí el respeto a mi recorrido anterior, pero igual estaba dispuesta a aprender. El dibujo animado se caracteriza por un trabajo de sonido que requiere ser “fabricado” en una mesa de edición. Enfrentarme a algo así con mi primer proyecto, el segundo largometraje de Padroncito, Elpidio Valdés contra dólar y cañón, resultó una prueba tipo reto que pude vencer con su apoyo y enseñanzas. 

Fragmento de uno de los carteles dedicado por Juan Padrón a Paco Prats.

«Mi admiración por él será mientras viva. Fue tan exigente, tan riguroso, tan respetuoso de la historia de Cuba... Cualquier obra suya, pero sobre todo sus Elpidios, son ideales para aprenderla riéndose, porque el humor se hallaba en sus genes, en su sangre, en su modo de decir y hacer. Realmente era un ser maravilloso.

«El cuarto de edición por lo general se mantenía repleto de los que esperaban a que les llegara el material para seguir adelante y que no querían perderse sus cuentos, sus anécdotas. Yo me obligaba a concentrarme, pero él me tocaba por el hombro y me decía: apaga eso y vamos conversar. Y es que le encantaba transmitir lo que sabía, a pesar de ser en verdad una persona muy tímida, muy tímida, mas cuando se encontraba entre amigos, en confianza, se desbordaba».

Paco Prats vive orgulloso de sus carteles de Elpidio Valdés.

El gran bosque

Asegura la destacadísima editora Rosa María Carreras que para Juan Padrón no existía horario. «Cuando llegaba el momento de ir por sus hijos al círculo (entonces eran pequeños), me decía: “Vamos a cortar, buscar a los niños, llevárselo a la Gallega, y regresamos”... Si Padrón es el papá de Elpidio, la mamá es Berta Durán. Y yo también soy de esa familia. El parentesco no me importa, pero sé que pertenezco a ella de corazón».

Y, claro, tanto Silvia como Ian Padrón Durán son los hermanos e hijos orgullosísimos. «Crecer al lado de mi padre —admite quien se graduara de Sicología—, ha sido una de mis fortunas mayores. La vida me regaló uno muy divertido y cariñoso, que le encantaba jugar conmigo, y lo mismo me llevaba a la escuela, que me peinaba y me ponía los zapatos, me ayudaba a bañarme, a hacer la tarea o me enseñaba a cruzar una calle. Y siempre con humor y juegos.

«De pequeñita no sentí que ser la hija de Juan Padrón tuviera demasiado impacto en el sentido de que siempre vivimos de una manera muy sencilla, nunca íbamos de celebrity, ni mi papá adoptaba una actitud de famoso. No obstante, esa situación no dejaba de ejercer cierto peso, porque los maestros, por ejemplo, no podían perder la oportunidad de la cercanía con alguien con sus habilidades. Y le solicitaban encargos a través de mí. 

Silvia junto a su adorado papá, el gran Juan Padrón.

«Recuerdo la ocasión que le tocó diseñar la bandera de mi primaria o aquella en que le pidieron la escenografía de una obra de teatro y, claro, a veces se molestaba porque, bueno, tenía mucho que hacer. “La próxima vez le dices que no”, me decía, pero yo no podía fallarle así a la maestra y era tan tímida... Ese tipo de “conflictos” ahora se ven con diversión pero entonces se padecían. De cualquier modo, lo que ha predominado es la alegría. Siempre he recibido mucho cariño y muestras de admiración; la gente se conmueve porque ya no nos acompaña físicamente, sin embargo, su obra sigue dándonos motivos para ser felices», enfatiza quien de los largometrajes, si tuviera que elegir, se quedaría con Elpidio Valdés contra dólar y cañón; y de los cortos adora Elpidio Valdés encuentra a Palmiche, «por esos valores y afectos tan especiales que transmite entre el personaje y su caballo, su mascota, su compinche. 

Fragmento de Elpidio Valdés contra dólar y cañón, segundo largometraje de Juan Padrón.

Elpidio Valdés encuentra a Palmiche es de los cortos el que más le gusta a Silvia Padrón.

«Trabajar con él igual fue encantador. Cada día se las agenciaba para que me brillaran los ojos. En los últimos tiempos estuvimos preparando varios proyectos que ahora saldrán a la luz por los 50 de Elpidio. Parte de la frustración cuando murió es que no pudo disfrutar de un año que prometía ser espectacular para él, no obstante, materializaremos todo lo que soñamos. Es la única manera de honrarlo, de estar a su altura como ser humano excepcional y como profesional con mayúsculas», dice quien quedará al frente del Centro Cultural y Creativo La Manigua.

¿Y tu Silvia tiene algo que ver con el amor de Elpidio?, le pregunta JR. «A María Silvia la creó antes de que yo naciera. Le puso el nombre de su suegra (María) y madre (Silvia). Mi historia es que para tenerme, mi mamá debía hacer reposo absoluto y mi abuela materna se hallaba en España, entonces Silvia se ofreció a cuidarla, pero enfermó y murió tres meses antes de mi llegada al mundo. Mi nombre fue en honor a ella».

¿Confesiones? «La primera falta ortográfica de la que fui consciente la cometí en primer grado. Cuando la maestra me rectificó, sentí mucha vergüenza, debido a que se trataba de la obra de mi padre. Había escrito: El Pidio Valdés».

Posiblemente les ocurra similar a muchos niños, «pero por la manera como lo aman no demorarán en saber que va junto», insiste Adanoe Lima, el mismo de La luna en el jardín y quien afirma sentirse privilegiado por haber tenido la oportunidad de asumir la dirección de animación en Elpidio Valdés ordena Misión Especial, el corto de la serie más cercano en el tiempo. 

No había forma de que no me asombrara del especial don de Padrón, asegura Adanoe Lim

Adanoe se halla entre los que se niegan a hablar en pasado del afamado caricaturista, ilustrador, historietista y guionista, por lo valioso que nos legó. «Trabajar con los grandes directores de la animación constituye una experiencia enriquecedora que jamás se olvida, máxime si es alguien como Juan Padrón, a quien admiré desde temprana edad. ¿Te imaginas entonces recibir las enseñanzas, los sabios consejos del creador de Elpidio, de alguien que ha vivido en carne propia la emoción de ser parte indisoluble del mundo de la animación, de ser uno de sus más auténticos protagonistas? Cuando se tiene un referente de tal talla, siempre querrás hacer tu obra lo mejor posible.

«No había forma de que no me asombrara del especial don de Padrón, de su talento, su genialidad, su luz, para narrar historias. Cuando terminamos el curso de animación gracias al cual empecé en los Estudios, quienes aprobamos recibimos talleres especiales. El suyo, de guiones, resultó una bendición.

«¡Qué encanto el suyo a la hora de tratar con las personas!, todos terminábamos oyéndolo alelados, sin querer llegar al final. Esa forma de ser se refleja en su obra, que se caracteriza por mostrar un equilibrio perfecto entre buenos argumentos, sólida historia y un humor que en él se desarrolló en grado superlativo, y, no obstante, siempre había mesura, porque tenía un tino muy peculiar».

Siguiendo la obra de jóvenes como Adanoe, Rosa María, quien no esconde que los admira enormemente, afirma sentirse tranquila con esa generación actual enfrascada en la continuidad: «Muchachos talentosos, entregados, con esa actitud de respeto a la historia que se ha vivido, sin dejar de crear su propia obra. No de la misma manera, sino a la manera de ellos, con idénticos entusiasmo y fuerza.

El parentesco no me importa, pero sé que pertenezco a esa familia de corazón, afirma Rosa María Carreras.

«Es estimulante saber que la obra de Padrón y de muchos otros no ha terminado. De algún modo hemos sido la semilla que los ha ayudado a crecer para convertirse en el gran bosque. Gracias infinitas a quienes han seguido una trayectoria tan hermosa y necesaria, como la que nos dejó en herencia Juan Padrón, asegurando la fantasía infantil y, por qué no, la de los adultos también». 

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