Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Amores perros

Autor:

JAPE

La vio con su perrito pequinés, Pachanga, paseando en el parque de la esquina. Pensó que esta era su oportunidad. El momento ideal que Floro desde hacía varios años había esperado. Yordanis, la dueña de Pachanga, laboraba en su mismo centro y vivían en el mismo barrio desde hacía más de dos décadas. Años atrás casi llegan a una linda relación, cuando él tuvo aquella profunda crisis en su vida matrimonial y ella su primer divorcio. Por cuestiones que ahora no puedo contar, porque harían muy larga la historia, aquel amor nunca llegó a una feliz cosecha. O sea, no fructificó. No obstante, dejó en él el agridulce recuerdo de lo que pudo haber sido su gran amor, y la invariable certeza de que nunca más volvió a amar así.

Se dirigía hacia el mencionado dúo (ella y Pachanga) con toda la iniciativa y disposición necesarias para la empresa que se había propuesto concretar. Sus apurados pasos marcaban el ritmo de las ideas. Trataba de armar el rompecabezas de aquel discurso que ya había ensayado varias veces en su trabajo, en la cuadra y en la Casa de la Cultura de su municipio, cuando coincidían en las clases de inglés. Incluso pensó decírselo en ese idioma, pero ni él ni el profesor sabían cómo se traducían literalmente aquellos nombres: el de él, el de ella y el de su perro pequinés. Y es sabido que sin sujeto no hay oración posible y omitirlo sería poco serio y profesional.

Pero eso ya no importaba. Cada vez era menor la distancia que los separaba y ya casi tenía íntegro su parlamento inicial: «Cariño, atiéndeme, quiero decirte algo que quizá no comprendas, doloroso tal vez. No quiero que pienses que se trata de una declaración de amor, aunque parezca no más que una canción… Lo cierto es que esta incontrolable pandemia me ha puesto a pensar… me refiero a la COVID-19; de mi mujer podemos hablar en otra ocasión. Quiero que sepas que después de ti jamás he vuelto a amar a alguien. No me he vuelto a enamorar totalmente, para qué… Creo justo que sepas lo importante que fuiste, y eres, en mi vida…».

Cuatro metros, tres metros, dos metros y ¡ringggg!, sonó el teléfono de él. Para ceñirnos con mayor veracidad a los hechos, lo que se escuchó fue: «Todo aquel que piense que la vida siempre es cruel, tiene que saber que no es así…». Ese tema servía de tono a su móvil. Hubo un corte, pequeño silencio e inmediatamente se oyó su voz:

—Dime, ¿qué pasa, mi amor?

—¡Floro, deja todo lo que estés haciendo ya y ven para acá que sacaron perritos y picadillo en el mercadito y marqué para los dos! ¡No te pongas a bobear que eso es para ahora mismo!

Se cerró la comunicación. Un pequeño silencio. Floro guardó su teléfono. Miró a Yordanis y a Pachanga, que nunca supieron de su presencia, dio media vuelta y con paso apresurado se dirigió hacia el mercadito.

 

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