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El gran amor de Matanzas

El Teatro Sauto, el «monumento civil más relevante del neoclasicismo cubano del siglo XIX», recibió el Premio Nacional de Restauración 2020

Autor:

Amarilys Ribot

El 6 de abril venidero el Teatro Sauto cumplirá 158 años, el «monumento civil más relevante del neoclasicismo cubano del siglo XIX», como lo elogia la Doctora Alicia García Santana. Pero ahora posiblemente luzca más bello que en sus primeros días, razón por la cual el Consejo Nacional de Patrimonio Cultural le otorgó el Premio Nacional de Restauración 2020.

Su historia es la historia misma de los momentos de esplendor colonial de este enclave entre ríos: la ciudad de San Carlos y San Severino de Matanzas, fundada en 1693 como primera urbe moderna de la Mayor de las Antillas, que fue, sin embargo, casi un pueblo hasta los albores del siglo XIX. La habilitación de su puerto y el gran boom azucarero amasaron fortunas y fomentaron tal despegue en la sociedad y la cultura que en 1860 fue bautizada como Atenas de Cuba.

A partir de 1858 comenzó a perfilarse aceleradamente el sueño de un coliseo digno para la ciudad: se colectaron fondos, se discutieron propuestas y el mismo Gobernador de la Cuba  colonial autorizó la obra para la cual fue elegido el proyecto del italiano Daniel Dall’Aglio, quien ya había diseñado el teatro Iturbide, de México, y contribuido en los decorados del habanero Tacón.

El arquitecto romano y el entusiasta farmacéutico Ambrosio Sauto afrontaron los vaivenes de su fabricación. Levantado como una isla breve en el centro mismo de la Plaza de Colón (hoy De la Vigía), es el único de nuestros teatros en el que resultan visibles sus cuatro fachadas. Estas visten con gracia a un edificio paradigma del estilo neoclásico.

Las fachadas orientadas geográficamente —según el trazado citadino— poseen 173 puertas y ventanas para permitir la circulación de aire y reducir el calor. Desde la década de los años 80 del siglo pasado, el teatro fue climatizado debido a los aumentos globales de la temperatura y como aislante sonoro ante el tráfico vial. Sin embargo, la imponente mampostería oculta un secreto: ¡el Sauto es un teatro de madera! En el empleo del noble material radica uno de los pilares de su famosa acústica producto del talento de su proyectista, quien lo concibió como un gran instrumento musical a partir de sus elementos estructurales, como aseguran los arquitectos Daniel Taboada y Ramón Cotarelo.

Ellos han estudiado cuidadosamente la obra de Dall’Aglio, quien además concibió su hermosa sala en forma de herradura adaptando los modelos italianos, pintó sobre ella el lujoso mural de las Musas, hizo la telonería, diseñó la maquinaria escénica, así como el mecanismo que eleva la platea para emparejarla con el escenario durante ciertos eventos: «este constituye una pieza museable de excepcional valor por su exclusividad y excelente estado de conservación», explica el historiador Daneris Fernández, testigo de su rehabilitación durante la restauración actual.

Gracias a las gestiones del gran mecenas que fue el Doctor Sauto, se compraron en el extranjero lunetas, lámparas, lucernas, faroles, espejos, mármoles, porcelanas; muchos de esos objetos aún se atesoran. Hoy el Conservador de la Ciudad, Leonel Pérez Orozco, se enorgullece de que la institución «conserve un 93 por ciento de originalidad, por lo que merecería protección como Patrimonio de la Humanidad».

Fue bautizado originalmente como Esteban en honor al gobernador local, hasta que en 1899 los nuevos aires de la independencia cambiaron su nombre por el de su bienhechor y administrador, cuyos restos descansan en ese, su edificio.

Una por una, todas las generaciones de matanceros han acudido al teatro o, al menos, han descansado un momento en su parque. Una por una, todas las generaciones de artistas han esperado pisar ese escenario, donde han cosechado aplausos Sarah Bernhardt, Anna Pávlova, Alicia Alonso, Jacinto Benavente, José White, Teresa Carreño, Antonio Gades, Andrés Segovia, María Guerrero, Brindis de Salas.

El Sauto encierra historias rutinarias o excepcionales que componen parte de su patrimonio intangible. Sus salones han servido de cine y cobijado bailes, banquetes, eventos sociales, espectáculos deportivos... Ha sido sede de compañías diversas, academias de arte, oficinas y hasta de una logia. Allí radicó en 1959 el primer museo creado por la Revolución.

El uso continuo ha exigido varias restauraciones, la más reciente tocó a su fin después de diez años de espera. Enormes o pequeños, pero siempre singulares, son los elementos rehabilitados, construidos e incluso descubiertos que buscan respetar las exigencias de un edificio teatral de tal historicidad: las lunetas, el empapelado de los palcos, el telón de presentación, los marcos dorados en pan de oro, un cuadro de Servando Cabrera, la gran lámpara de 10 000 cristales que perteneció al casino del Hotel Nacional, a la que hoy se suma otra procedente del Gran Teatro de La Habana.

Sauto reabrió sus puertasen 2019 enriquecido con hallazgos arqueológicos como evidencias aborígenes que hacen suponer que se alza sobre el cacicazgo de Yucayo, citado por los cronistas. Estos y otros descubrimientos pueden ser conocidos a partir de su concepción como teatro-museo, en la que cada sección, del sótano al ático, exhibe elementos históricos. Sus ricos fondos pueden ser consultados en el Centro de Documentación Cecilia Sodis, anexo a la oficina del historiador del teatro, el Salón de la Fama, o compartidos en su sala de video y conferencias.

Además, se renovaron sus sistemas técnicos, de servicios, y se estructuró su nueva identidad visual, señalizaciones y facilidades para discapacitados que facilitan el disfrute tanto de su sala principal para 800 espectadores (distribuidos en platea y cuatro niveles de balcones), como del Salón de los Espejos, reservado para 150 personas en espectáculos de menor formato, o simplemente durante visitas guiadas, explica su director, Kalec Acosta Hurtado. El teatro cuenta además con un elegante salón de protocolo y laboratorios de conservación y para restauración de papel.

Dícese que el pintor y muralista mexicano Diego Rivera sentenció una vez: «Reconozco a Matanzas por el Sauto». De ser así, su fina percepción de artista lo hizo identificar enseguida el símbolo en el corazón de la urbe. No se ha podido verificar tal historia pero, como quizá diría Dall’Aglio, si non è vera, e ben trovata. En buen castellano: es tan justo que merece ser cierto.

 

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