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¡A otro con ese cuento!

Esta reciente temporada de El cuento casi no logró llenar las expectativas que el espacio generaba y debió hacer en el loable propósito de recrear piezas literarias tanto universales como del patio

Autor:

Frank Padrón

Con este título no voy a referirme al espacio humorístico, sino a otro bien diferente; se trata de El cuento, que hasta hace poco ocupó espacio en la parrilla televisual. Sobre todo quienes amamos el teatro e incluso nos ocupamos profesionalmente de la escena, valoramos programas que, como este (o Teleteatro, que también formó partede la cartelera nocturna), hacen menos dura la ausencia de las puestas en vivo, aun cuando sea el cristal del aparato el que sustituya –o lo intente- la «cuarta pared».

Pero esta reciente temporada casi no logró llenar las expectativas que el espacio generaba y debió hacer en el loable propósito de recrear piezas literarias tanto universales como del patio, de ayer o contemporáneas, que significan en cualquier caso títulos valiosos, siempre ensanchados al trasladarse a otro lenguaje y, en última instancia, con el objetivo final de remitir directamente a la fuente primigenia, como descubrimiento o relectura.

No pude ver todas las emisiones de El cuento, pero me referiré a algunos que sí pude apreciar, como ocurrió con La muerte de un funcionario, microrrelato clásico de Antón Chéjov (1860-1904) que ubicó la burocracia (tan flagelada en su obra por el extraordinario novelista y dramaturgo ruso) durante el siglo XIX, período zarista, en un contexto cercano, en tanto cubano y contemporáneo, ejercicio de traspolación tan legítimo como provechoso cuando se logra conservar la esencia del referente y hacer del hipertexto una obra enriquecedora y proyectada hacia otras coordenadas, susceptible de nuevas lecturas e interpretaciones, propias del carácter polisémico de la literatura, del arte todo, como es sabido.

Pero lejos de esto, el adaptador Miguel A. Amado, el director Pepe Cabrera y sus colaboradores, emprendieron una lectura empobrecedora de aquel delicioso cuento, magistral en su manejo del sarcasmo, del perenne zarandeo del autor a la ridiculez y patetismo de muchos empleados públicos; en este caso, uno obsesionado por haber salpicado al estornudar a un superior, para lo cual ningún gesto de disculpa y conformidad por parte del «ofendido» resulta suficiente, al punto de desembocar en un desenlace trágico.

En la puesta televisiva, el relato focaliza aspectos apenas esbozados o inexistentes en el relato original, como el adulterio de la esposa del protagonista, o la promiscuidad amatoria del jefe, lo cual diluye el verdadero epicentro dramático del texto, que ataca sobre todo el servilismo y la lisonja. El sutil sentido del humor que atraviesa la narración chejoviana, adquiere aquí ribetes de sainete, de pincelada gruesa, junto a los aditamentos de suspense mal incorporado que también padece, dentro de una puesta en que los efectos para representar tales motivos resultan igualmente pedestres y nada convincentes. Pese a las actuaciones decorosas de Patricio Wood y Ullyk Anello, el cuento dejó mucho que desear.

Algo parecido sucedió con Mírame, dirigido por Carmelo Rubio sobre un guion de Irene Griñán que se centró en la violencia femenina hacia el hombre, caso quizá no tan mayoritario como su contrario, pero sí existente y variopinto. La esposa adúltera, utilitaria y vinculada a negocios turbios, agrede a su cónyuge: un profesor respetado pero que pierde facultades, verbal y físicamente, lo cual encuentra en la víctima (acaso por vergüenza y/o dependencias) encubrimiento y disimulo.

El resultado, pese a lo interesante que significaba de entrada lo poco abordada de esta variante de la violencia familiar, fue endeble ante la acumulación de motivos dramáticos sin suficiente desarrollo, indefinición del verdadero supraobjetivo del texto, maniqueísmo en la conformación caracterológica y una puesta signada por el atropello y la precariedad en la edición, a pesar de lo cual Tahimí Alvariño, Rubén Breña, Danae Hernández, Laura Mora, Carlos Migueles y el resto del elenco confirieron cierta autenticidad a la representación.

4 Non Blondes trajo un tema, por fortuna, ya un poco más visibilizado en los medios, tras férreas cortinas de silencio de incluso décadas: el lesbianismo, particularmente la «salida del clóset» en adolescentes y jóvenes que deben enfrentarse a un entorno familiar adverso e incomprensivo.

Partiendo de un notable texto (homónimo) de la narradora Mylene Fernández Pintado, asistimos a un trayecto con solidez en el subsistema de personajes, que tantea sobre todo las reacciones de los padres y otros parientes, además de los intríngulis de la pareja haciendo uso adecuado del monólogo interior que desanda la protagonista. Salvo algún que otro diálogo algo rebuscado, la diégesis va llevando atinadamente al lector hacia puntos neurálgicos del tema que abarcan la audacia de quienes deciden abrazar la autenticidad antes que una vida de engaños y los estereotipos más comunes que esgrimen distintos miembros del núcleo familiar, a los cuales saben afrontar con entereza y convicción.

En su versión televisual, la directora y guionista Elena Palacios —también coautora junto con Altair Reyes de una certera dirección de arte— consigue focalizar tales conflictos mediante una puesta que privilegia el tono agridulce del original (porque la autora incluye, acertadamente, ciertas dosis de ironía y humor en general) pero se le va la mano en la proyección lúdica del tratamiento audiovisual, al punto de aterrizar en un efectismo que casi convierte la puesta en un gran videoclip, en el que se sobredimensionan tanto la música (rica y variada la banda sonora de Ruffo de Armas, pero recargada y excesiva en su empleo) como ciertos planos-detalle y otros recursos sobre todo lumínicos y de imagen, lo cual resta enjundia y calado a la narración. Por su parte, las actuaciones maduras de Ingrid Lobaina, Eileen Acosta, Cheryl Zaldívar, Yadier Fernández, Rodrigo Gil y Ana Gloria Buduen se —y nos— conectan con los bien trabajados personajes.

Por suerte, El cuento se despidió con la adaptación más convincente y cristalizada, a mi juicio, de lo que pude apreciar de la temporada: Bartleby, basado en un relato de una de las cimas de la narrativa anglosajona del siglo XIX –específicamente del llamado Renacimiento estadounidense—, Herman Melville (1819-1891): Bartleby, el escribiente.

Bartleby.

Maysel Bello se responsabilizó con esta puesta de un texto que impugna el burocratismo, la rutina laboral, el acomodamiento y la insensibilidad, cuando un nuevo empleado comienza en una oficina alterando el curso normal con su actitud lacónica e introvertida. Tanto la ambientación —a la que contribuyó una fotografía grisácea y claroscura— como el sólido diseño de caracteres (el contrapunto entre el jefe y el nuevo escriba, que sostiene dramáticamente el cuento, se desarrolla con sutileza y gradación crecientes), o la alternancia de planos —reflejos eficaces de la rigidez espacial que metaforiza la postura social y existencial de quienes laboran allí, dentro del trabajo monocorde— se calzan con unos muy bien proyectados desempeños de Raissel Cruz, Waldo Franco, Xavier Chao, Bárbara Menéndez…

Válido este espacio de TV, El cuento, pero esperemos que en las próximas entregas haya mejores y más sólidas propuestas. Lleguen entonces, más versiones que… per-versiones.

 

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