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Un viaje por las entrañas de Cuba

A 20 años de su estreno, la inolvidable película de Humberto Solás sigue siendo necesaria: su mensaje permanece intacto, su historia es un canto en pos del diálogo y el acercamiento entre cubanos, al perdón y a la reconciliación de nuestras familias. Así lo ve uno de sus principales colaboradores, Sergio Benvenuto Solás

Autor:

Iris Celia Mujica Castellón

A 20 años de su premier en el cine Chaplin, Miel para Oshún es un filme con mucha historia por contar. Desde su argumento conciliador y una aportadora experiencia en términos de realización, la propuesta de Humberto Solás marcó un antes y un después en la cinematografía cubana. Concebida, según palabras de su director, con la intención de «restañar las inevitables heridas» dejadas por la migración y sus rompimientos, la trama del joven que regresa al país tras vivir su infancia en Estados Unidos parece no envejecer en la vitalidad de su testimonio.

La fortaleza de Miel… habita en sus conflictos intactos y en la memoria de quienes acompañaron muy de cerca el proceso creativo, como Sergio Benvenuto Solás, quien aunque aparece como coguionista en algunas fichas del filme, prefiere ser reconocido como colaborador. Para él, los méritos de esta empresa recaen en su madre, Elia Solás, y, por supuesto, en la genialidad de su tío Humberto. Aun así, con exquisita amabilidad, accedió a compartir algunas experiencias y consideraciones personales sobre ese «roadmovie familiar».

—Después de nueve años en «pausa», Solás regresó al cine con una película que rompió las definiciones filmográficas del propio autor...

—Al terminar El siglo de las luces en 1992 y durante casi una década, Humberto Solás estuvo moviendo diferentes proyectos que no se pudieron concretar. Fue una etapa en la cual no paró de trabajar; de reducción drástica de la producción local, en medio del período especial. Durante esos años impartió numerosos talleres internacionales y se puso en contacto con productores. Escribió los guiones: Retour a Cienfuegos, para una coproducción con Francia; y Havana Broadway, que debía ser filmado en Nueva York. A pedido escribió otro dedicado a la dramaturga Inés Rodena, mientras fue premiado en el Festival de La Habana por el del largometraje Horcón, que inicialmente pensó que rodaría en Chile en codirección. Miel para Oshún nació de una idea original de su hermana Elia y tiene su primera versión culminada alrededor de 1993. Incluso, entró en fase de preproducción dentro de un proyecto de varios filmes latinoamericanos, con coproducción norteamericana, encabezada por Alfonso Arau, pero este proceso se detuvo por un hecho que deterioró las relaciones con EE. UU.

La familia. De izquierda a derecha: Maytee Robaina García, Sergio, Sonia Benvenuto Methol (hermana), Luis Carlos, Elia, Sergio Adrián, Eduardo Benvenuto Machado (tío paterno) y Aldo. Foto: Cortesía del entrevistado.

«Le tocó esperar hasta 1999, cuando aceptó hacer una publicidad para Gran Caribe a condición de reunir los fondos para iniciar la grabación de Miel para Oshún. Los profesionales de la cadena estaban muy motivados y le dieron rienda suelta para que el cineasta realizara la campaña con muchísima libertad artística. A su vez, se beneficiaban con numerosas figuras y compañías de arte que apoyaban gratuitamente la mirada cultural que imprimía Humberto a este excepcional empeño. Mi hermano, Aldo Benvenuto Solás, quien fuera más adelante el productor general del proyecto Cine Pobre, entró como productor de rodaje, pues ya había laborado en los años precedentes en el Icaic. Yo me incorporé como primer asistente.

«Así trabajábamos a diario los cuatro: Elia, Humberto, Aldo y yo, y en ocasiones se sumaba mi otro hermano, Luis Carlos, cuya profesionalización como jefe de escena en la danza marchaba exitosamente. Esta devino fórmula extendida a ese maravilloso período entre 2001 y 2011 que hoy denominamos Cine Pobre Humberto Solás. Por eso, la etapa de pre y postproducción de Miel para Oshún, a nivel familiar, se imbrica con el Festival Internacional del Cine Pobre, un proyecto del que Elia es también coautora desde la sombra. Cada instante de su diseño, de sus batallas y de su ejecución, en vida de Humberto y a posteriori, contó con su presencia: primero intangible y luego sumamente tangible en la queridísima Gibara».  

—¿Nunca le pareció demasiado arriesgada la propuesta del director? A fin de cuentas no solo hablamos del retorno de Solás tras una década sin dirigir, sino también de la incursión en la tecnología digital en el cine.

—Para Humberto representaba un sacrificio no solo utilizar en aquel momento una cámara que daría resultados de imagen inferior al de las de cine (hablamos del año 2000), sino prescindir de una puesta en escena con construcciones, decorados, vestuario... También le fue difícil tomar la decisión de trabajar cámara en mano y adecuar el rodaje a limitaciones de iluminación. Pero, por otra parte, le surgió nuevamente la libertad de filmar un número grande de tomas sin restricciones, la posibilidad de experimentar y de revisar el material final al culminar una escena, eran opciones bien tentadoras.

Miel para Oshún nació de una idea original de su hermana Elia Solás. Foto: Cortesía del entrevistado.

«Esta oportunidad de grabar en digital le permitía atravesar la Isla con un costo mínimo y Miel para Oshún era eso: un viaje por las entrañas de Cuba. Quería lograr una fotografía sencilla que nos diera la sensación de que estábamos mirando el país a través de una ventanita (encuadre escogido para el lente de la cámara). Humberto en su estilo no se repetía y asumía en cada filme, diferente siempre al anterior, enormes riesgos estilísticos y conceptuales».

—¿Qué recuerdas del proceso de construcción dramatúrgica de Miel para Oshún del cual fuiste parte?

—Mi colaboración en el guion de Miel para Oshún fue muy modesta, a pesar de acompañar durante días y horas ese proceso de construcción dramatúrgica, y de dialogar mucho con mi madre. Elia era la guionista, sabía la historia que quería contar y fue encontrando las soluciones en ese proceso de intercambios que se daban apasionadamente y al que Humberto se sumaba y se distanciaba, en una complejidad creativa única en la que mi madre estaba creando para él. Cuando aparecía a menudo con sus inconformidades o con sus propuestas, dejaba bien caliente el proceso y por lo general venían nuevos giros, mediaciones y, sobre todo, las soluciones en un proceso que se alternó con otros proyectos que pugnaban por ser ejecutados.

«El proceso de consolidación de la escritura y preproducción del filme coincidió con un período reflexivo en el que Humberto, director de cuyas películas habían accedido a los más grandes presupuestos del cine cubano, comprendió que se avecinaba una nueva y larga etapa de escaseces en la cual las prioridades serían diferentes y la continuidad del trabajo de un cineasta dependería mucho de la posibilidad de disminuir los costos. Era el momento de comenzar a pensar el cine cubano de otra manera, durante unos años y por diferentes razones habría que lidiar con la reticencia de productores, fotógrafos, directores y decisores».

—¿Cómo se vivió la experiencia de roadmovie? ¿De qué manera se produjo el rodaje del filme?

—La publicidad para Gran Caribe implicó armar dos complejos rodajes de casi un mes: uno en La Habana y Varadero, y el otro a lo largo del Archipiélago, con los productores Luis Lago y Magalis González para sus dos partes. Un tercer video resume ambos mediometrajes, que Humberto me posibilitó realizar bajo su dirección general. Parte de las ganancias habían sido pactadas para consolidar el aporte del Icaic a Miel para Oshún.

«Lago fue el director de producción de un proyecto que se grabó en video digital con un equipo de 25 personas que recorrió en un solo ómnibus todo el país. Esto no tenía precedentes en el cine institucional. Casi siempre los equipos son de 80 integrantes, quienes se mueven en camiones de luces, el de la planta eléctrica, el de utilería y vestuario. Es decir, que con esta apuesta de Solás se rompió con el esquema habitual de producción del Icaic.

Sergio junto a Humberto en una de las tantas jornadas del Festival de Cine Pobre de Gibara. Foto: Cortesía del entrevistado.

«Tuvimos la suerte de encarar la filmación con dos experimentados directores de fotografía españoles: Tote Trenas, que había culminado Solas, de Benito Zambrano, y grabó las escenas habaneras; y Porfirio Enríquez, realizador de Martín Hache y de otros filmes latinoamericanos. Este último, un hombre muy culto, asumió el difícil rodaje estilo roadmovie que representaba ese viaje progresivo a través de la película. Durante este proceso me puse de acuerdo con Yan Vega, que iba tomando momentos de la preparación que utilizamos para el making of que codirigí. En Miel… se creó un clima de trabajo extraordinario, un equipo muy comprometido con Humberto, consciente de la importancia de crear al lado de una figura de su talla».

Miel... abrió, en su momento, una brecha de esperanza para los creadores cubanos y del Tercer Mundo en general…

—Solás se adelantó al resto de sus colegas del Icaic al propiciar que la institución adoptara su propuesta de producir en video digital, con lo cual tomó a muchos por sorpresa y removió todo el andamiaje de producción y de posproducción.Viéndolo desde el presente, lo que Miel... estaba moviendo 20 años atrás, sería parte del proceso de gestación del Festival Internacional del Cine Pobre, avalado por un Manifiesto del Cine Pobre lanzado durante el prestreno del filme en Madrid y que también cumple en el presente 20 años.

«Este surgió para potenciar al cine institucional realizado con bajos recursos y al alternativo e independiente no solo en Cuba, sino más allá de nuestras fronteras. Durante el rodaje en Gibara, esa ciudad detenida en el tiempo, se desataron las emociones finales que le ofrecieron al artista la oportunidad histórica de fundar un evento desenfadado, una gran puesta en escena como la de los filmes costosos a la medida de sus antojos, y que propiciaría un importante impulso al desarrollo local de la comunidad».

—Además de una triada actoral de lujo (Isabel Santos, Jorge Perrugoría y Mario Limonta), ¿cuáles son, en su opinión, las claves que le valieron el éxito a Miel para Oshún?

—El filme llegó directamente al corazón de la gente, tanto en Cuba como en el extranjero, donde cosechó numerosos lauros. Pienso que su propuesta de reconciliación no era exclusiva a nuestro país, y fue muy fácil de comprender en un mundo donde los conflictos culminan a menudo separando dolorosamente a las familias. Humberto quería que el lenguaje del Miel para Oshún le hablara de manera diáfana a la gente, nunca estuvo tan preocupado por llegar a los cubanos, en Cuba o en cualquier parte en que la vieran. A 20 años de su estreno, Miel para Oshún sigue siendo necesaria: su mensaje permanece intacto, su historia es un canto en pos del diálogo y el acercamiento entre cubanos, al perdón y a la reconciliación de nuestras familias.

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