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Contrapunteo cultural entre dos continentes

La exposición Entre Senufo y Meninas, que se exhibe de modo virtual, confirma la genialidad de un creador que se reinventa una y otra vez, y se niega a ser encasillado dentro de corrientes o movimientos artísticos

 

Autor:

Aracelys Bedevia

Moisés Finalé ha recorrido el mundo con su pintura y, desde hace muchos años, vive la mayor parte de sus días en Francia, donde desarrolla casi todo su trabajo. Sin embargo, siempre vuelve a la Patria. Le gusta pintar en Cuba, donde también reside, y a la hora de exponer en el país apuesta con frecuencia por hacerlo, sobre todo, en Galería Habana.

Su obra es de muchas lecturas y referentes históricos, de pensamiento; una obra en la que abundan la experimentación y el desapego a corrientes y movimientos artísticos. Cuatro décadas han transcurrido desde el momento en que este matancero, nacido en la ciudad de Cárdenas, el 27 de septiembre de 1957, inició su carrera como artista.

El acontecimiento ha estado acompañado en los últimos días de una merecida campaña promocional y una exposición en Galería Habana, que lleva por título Entre Senufo y Meninas y puede disfrutarse de modo virtual.

Bien pudo el pintor, por el cúmulo de trabajo realizado, haber presentado una retrospectiva de su obra, pero Finalé necesita sorprendernos y sorprenderse ante el lienzo o cualquier otro soporte que elija. No se permite volver sobre lo mismo ni dejar de crear. 

Entre Senufo y Meninas es una propuesta completamente nueva en la que, cautivan, por decirlo de algún modo, desde el tema elegido hasta el empleo de las técnicas, e incitan a conectar épocas y modos de asumir el arte y, por consiguiente, la vida.

Logra Finalé, con su exquisita maestría, unir referentes europeos, en este caso Las meninas con los senufo, que vienen de África, para lograr un contrapunteo entre ambos continentes y ponerlos a dialogar en un mismo espacio. Sus Meninas, aun cuando mantienen la parte formal, tienen poco de las que hizo Velázquez y se presentan de disímiles maneras: disfrazadas, por ejemplo, tras el aspecto de estatuillas africanas. Ha querido Finalé representarlas de un modo teatral e incorpora también elementos que se integran al cuadro.

Detrás de esta muestra, y de todas las anteriores, hay una minuciosa búsqueda y estudio de la idea que decide desarrollar.

«No me gusta pintar por pintar, sino que busco temas que a nivel social se puedan insertar y que hagan pensar y reflexionar al espectador. Para mí es fundamental trabajar, crear, vivir. Una amiga hace muchos años decía que soy como una cámara fotográfica porque voy archivando lo que veo y me interesa. Todo eso está dentro de estas obras, incluso, sin yo darme cuenta», dijo.

—A pesar de que casi toda la exposición está hecha sobre la base del grabado, predomina la técnica mixta, ¿por qué?

—Es el deseo de experimentar, de hacer algo nuevo. En esta serie hay pintura y, como dices, mucho grabado. También integro los cuadros con esculturas en metal, así como con otras materias que aparecen en el tríptico, lo que hace muchos años técnicamente no hacía. Siempre, de una forma u otra, hay una renovación.

«Puede que eso sea lo que las personas buscan o esperan de mí cada vez que hago una exposición: ¿cómo voy a aparecer técnicamente? Me aburre presentarme con la misma obra y forma de pensar o de hacer, por eso siempre trato de renovarme. Si voy a exponer tengo que interesar al público, por respeto. Tengo que hacer algo nuevo y la muestra tiene que interesar, por la técnica, a nivel de idea, formato, todo».

—Los inicios...

—Hubo mucho estudio. Primero en Matanzas, en la Escuela Provincial de Arte y luego en la ENA y el ISA. Después estuve dos años en el taller de serigrafía de La Habana, ahí tomé el espíritu de hacer grabados. Más tarde transité por el arte popular cubano.

«Empecé a viajar y a rencontrarme con obras como las de Lam, Matisse, Picasso. Poder ver Guernica (Picasso) y La jungla (Lam), por primera vez, me marcaron como artista. Apreciar las piezas en directo y no a través de diapositivas o imágenes, hizo que avanzara rápido y me dio otras posibilidades en cuanto a nivel de creación».

—¿Podemos hablar de etapas en tu obra?

—Sí, claro, siempre las hay. Cuando joven me interesaba mucho en la obra de Cunin, Francis Bacon, Saura, después llamaron mi atención otros creadores que descubrí con los años, y movimientos artísticos con los que me fui identificando sin inscribirme a ninguno. Trato de ser lo más honesto posible con mi obra y conmigo mismo.

—¿Dibujabas desde la niñez?

—Parece que sí, a pesar de que en la familia no hay tradición de artistas. Fui un niño como todos los del barrio, que salíamos a jugar sin zapatos a la pelota, íbamos a la escuela. Nuestros padres se ocupaban como podían porque tenían mucho trabajo en aquella época. Un día llegaron a Cárdenas, a mi escuela, creo, unas pruebas vocacionales para estudiar en Matanzas y las aprobé.

«Posiblemente tenía condiciones, pero no creo que lo supiera, ni la familia tampoco. Fue un descubrimiento para todos, en especial para mí cuando comencé, teniendo en cuenta que era mi camino. Eso me marcó para toda la vida».

—¿Cuál es la pieza que siempre te acompaña?

—Tengo una muy grande que expuse en el Museo Nacional de Bellas Artes, La sombra. No se conoce prácticamente porque es inmensa y la he podido exponer una o dos veces. Poseo otras como El bosque de La Habana o Amores de los 80, que pinté desde Francia (era una deuda que tenía con la etapa en la que era más joven) no sé si con nostalgia o para quitarme de arriba el conflicto de que yo pensaba que tenía que haberla pintado desde los 80.

«Hay piezas que me marcan. Las que más me gustan casi siempre trato de dejarlas para mí y de tenerlas en casa. Escondo mucha obra que no presento ni se la dejo ver a nadie. Me gusta mucho hacer carpetas y dejarlas cerradas para luego abrirlas después de diez o 15 años. Tengo manías así.

«Cuando pinto cierro ciclos. Hay piezas que hice y ya no me gustan. En los años 93 y 94 reciclé, por decirlo de alguna forma, mi propia obra, o sea, la destruía y acaparaba solamente el trozo que me gustaba para hacer una completamente nueva. Algunos amigos me dicen que no pueden darme un cuadro mío para que lo restaure porque lo cambio completamente, y es cierto. Si intervengo después de algunos años lo transformo».

—Cumples 40 años de vida artística. ¿Cómo miras tus inicios, el presente, el futuro?

—Se me fue el tiempo muy rápido. Pintando. En el año 1981 creo que fue cuando hice mi primera exposición en el Museo Nacional de Bellas Artes. Siempre me veo en ciclos de exposiciones, en grupos de obras que estoy haciendo, unas más grandes, otras más pequeñas. Sigo trabajando todos los días y creándome fantasmas, ideas que me motiven para seguir pensando. Las piezas de esta exposición fueron realizadas para que se expusieran juntas, la galería apareció después. Las hice poco antes de que llegara la COVID-19, más o menos.

«He luchado y trabajado mucho para llegar a donde estoy. Me da mucho placer que el público comience a aceptar mi obra y que la vea con agrado, que la reconozca en diferentes lugares, museos, países y que diga: “esto es un Finalé”. Mi obra es de mucho sacrificio. La he buscado y trabajado intensamente para que sea mía y he tratado de hacerla con el corazón. Ahora estoy pensando en una nueva serie».

 

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