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Sotomayor tenía miedo saltar

Este 13 de octubre Javier Sotomayor Sanabria cumple 50 años de edad rodeado por el inconmensurable amor de su Isla. En su carrera saltó en 17 ocasiones 2,40 metros o más

Autores:

Hugo García
Lis García Arango

Matanzas.— «Yo tenía miedo saltar». Con esta afirmación nos sorprende el hombre que más alto se ha elevado en el mundo. «Hasta me llegaron a expulsar del área deportiva donde entrenábamos porque no quería saltar, le temía a las alturas», confiesa el único humano que ha sobrepasado, sin auxiliarse de ningún medio, la altura de una portería de fútbol, que oficialmente es de 2,44 metros.

Sus primeros años fueron como los de casi todos los niños cubanos. Algunas travesuras en la casa, porque era intranquilo y rompía muchos adornos. Le gustaba hacer los mandados más ligeros para ir corriendo, porque soñaba con el deporte, en especial las carreras y el béisbol, hasta que a los diez años fue para la EIDE, en Varadero.

«Gracias a la enseñanza del atletismo en Cuba es que fui saltador», manifiesta en exclusiva a este diario Javier Sotomayor Sanabria, quien este 13 de octubre cumple medio siglo de vida. Anda vestido a la moda, con reloj de pulsera, un anillo, una manilla y gafas oscuras.

Carmelo Benítez era su entrenador en las cinco disciplinas que practicaban por entonces, que eran salto de longitud, salto de altura, 60 metros, 1 000 metros, y lanzamiento de una pelota de béisbol.

«La primera vez que salté me elevé a 1,43 metros en una clasificatoria para ir a la competencia provincial pioneril en Varadero, en el año 1978», recuerda.

«Los entrenadores estudiaban las actitudes de los niños. Me vieron actitudes para el salto de altura y me pusieron a entrenar esa modalidad. Tuvieron buen ojo. Quizá porque era un niño espigado.

«Cuando llegué a mi casa después de una semana becado le dije a mi familia que quería irme de la EIDE, porque me querían obligar a saltar. Mi abuelo, mi mamá y mi papá fueron los que me persuadieron y me dijeron que si los entrenadores pensaban así era porque me veían cualidades para ese deporte.

«El primer año no fue de muchos resultados. Pero a partir de ahí empecé a ganar en competencias escolares, pioneriles, y poco a poco, aunque le seguía temiendo a la altura, cada año me trazaba nuevos objetivos, hasta que con 14 años salté dos metros. Ese año fui promovido para la ESPA. Después de un año y medio de estar en La Habana ya saltaba 2,33 metros. Primero quise ser el mejor de Matanzas y después el mejor de Cuba en las diferentes categorías. Tuve suerte, porque me tocó vivir la mejor época del salto de altura a nivel mundial, donde había varios que saltaban más de 2,40 metros. Si me hubiera tocado otra época, puede que hubiera sido el mejor del mundo, pero a lo mejor no hubiese saltado 2,45 metros».

—¿Cuéntanos un poco de tu infancia?

—Vivía en una casa grande, con mis abuelos, mis padres, mi tía, otro tío mío con su mujer, mi hermano, tres primos y yo.

«Casi más de la mitad de la casa era de tejas. Fue hasta principios de la Revolución la panadería de Limonar. Mi abuelo era el panadero y después del Triunfo de la Revolución fue el administrador por muchos años. Lo conocían como «el Maestro», porque toda la vida se dedicó a ese oficio.

«Me crié en lo que fue la panadería que quedaba en el patio de mi casa, que era grande. Allí estaban todos los hornos. Era un patio bastante amplio, donde siempre jugábamos a las cuatro esquinas, al taco, a la pañoleta. Había espacio como para jugar todo eso con la familia y con las amistades.

 «En el patio había dos estanques bien grandes. Los llenábamos de agua y nos metíamos. No teníamos espacio para nadar. Ahí por lo menos nos mojábamos. Estuve desde el preescolar al cuarto grado en la escuela primaria Antonio Maceo; el quinto grado, en Inti Peredo y el sexto me fui para la EIDE Augusto Turcios Lima, de Varadero, y de séptimo a noveno estuve en la misma EIDE, en Matanzas. En septiembre de 1982 fui para la ESPA, en La Habana. No fui un estudiante de coger 100 en todas las asignaturas, pero en toda mi trayectoria estudiantil nunca desaprobé una prueba, ni sacaba 70 puntos. Siempre estuve entre los 80 y los 100 puntos.

«No es que me gustara fajarme mucho, en la primaria conmigo nadie tenía problemas, pero sí me metía en los problemas de mis amigos, de mi hermano o de mis primos. Cada vez que veía un abuso, una injusticia, eso provocaba que me fajara. Así estuve hasta la ESPA.

«La relación con mi papá y mi abuelo, que eran los que vivían en la casa, siempre fue buena. Mi abuelo fue de los que siempre me inspiró mucho, mucho. Los fines de año en la sala de la casa me preguntaba: « ¿Cuántas medallas vas a coger este año?». Así era todos los años. Cuando empecé en la EIDE, todavía no había alcanzado ni una sola medalla en mi carrera y ya él me decía campeón».

—¿Viajas con frecuencia a Limonar?

—Por las circunstancias voy poco. Mi madre y mi abuelo fallecieron; mi padre, mi abuela y mi hermano están en Matanzas. Allá me quedan dos primos. Prácticamente toda la familia ha muerto o vive en Matanzas. Aunque voy una o dos veces al año, lo añoro y lo menciono en cada lugar que visito. Nunca dejo de decir que soy limonareño.

—¿Crees en el destino, en el talento?

—Para tú diferenciarte del resto de los mortales tiene que haber una combinación de varios factores. Tener todas las cualidades y explotarlas con el entrenamiento, con la disciplina, con la concentración. El que no esté preparado físicamente no llega a ser campeón. Igualmente, puedes estar preparado en buena forma física, que si no estás preparado psíquicamente tampoco tienes un buen resultado. Hay que lograr la combinación de esas dos cosas y haber nacido con talento, al que debes ir entrenándolo todos los días».

—¿Cómo eran tus relaciones con los rivales?

—Siempre fueron buenas. Hasta le regalé mis zapatillas al rumano Sorin Matei para que compitiera. Estábamos en Bratislava y la marca Adidas me había hecho unas zapatillas especiales que mandé a modificar a mi forma por la manera en que saltaba. Le mandé a hacer algunos ajustes, a subirle la parte del tobillo y cambiarle los clavos de posición. Sorin se deslumbró un poco con las zapatillas porque nunca las había visto de esa manera, y le dije: «si te gustan, te las regalo». Al otro día fue a la competencia y obtuvo su mejor resultado que era 2,40. No competí en esa jornada. Cuando aquello el récord mío era de 2,44. Él intentó 2,45 y estuvo cercano de saltar el récord del mundo con un par de zapatillas mías.

—¿Cuánto le aportaste al salto de altura desde el punto de vista técnico?

—Técnicamente tuve que mejorar. Comencé saltando la modalidad de tijera en Limonar, porque no había colchones; solo un cajón de arena.

Por lo general siempre hice alguna que otra modificación hasta 1988. Mejoraba los aspectos que tenía mal o adaptaba mi técnica. Hoy no hay ningún saltador que salte igual que yo. Teóricamente el último salto es el más corto y el último paso mío era el más largo. Yo entraba con mucha velocidad. El ángulo de la pierna libre lo hacía muy abierto, el ángulo de entrada de la carrera de impulso lo hacía diferente a los demás saltadores y eso lo fui adaptando para sentirme más cómodo y buscar efectividad. A medida que me iba sintiendo bien, le iba sacando provecho y así me fui adaptando a mi técnica. Tuvieron que ver mucho mis entrenadores, pero creo que también influencié mucho. Fui un estudioso de la técnica, de cómo iba a sacar el pie o a entrar. Mis entrenadores en ocasiones me regañaban cuando empecé a hacer esas cosas. Hice muchísimas variaciones dentro del salto.

—¿Posiblemente hubieras obtenido medallas de haber participado en las olimpiadas de 1984 y 1988?

—No participamos ni en 1984 ni en 1988, donde en ambas tenía posibilidades de ser medallista, en una más que otra. En 1984 saltaba 2,33, cuando la medalla de plata fue 2,33 y el bronce 2,31. En el año 1988 las posibilidades eran más reales porque 10 días antes de la final olímpica salté mi primer récord mundial de 2,43 y la medalla de oro fue de 2,38.

—¿Qué aprecias más: la medalla de oro Olímpica o el récord del mundo?

—A mí se me reconoce más por ser recordista del mundo que por ser campeón olímpico, y mientras dure el 2,45 voy a decir que aprecio más el récord. Cuando me lo rompan, entonces será más importante la medalla de oro de Barcelona 92.

—¿Cuándo rompiste el récord mundial llevabas algún amuleto?

—Nunca llevaba amuleto. Cuando nació mi hijo llevaba su foto a las competencias. Soy religioso a mi manera. No es que me viré un pie y le eché la culpa a una brujería, o si gané o perdí fue porque Dios o Shangó no quiso. Me preparaba a mi manera, lo mejor posible. A lo mejor la noche antes, tal vez el mismo día por la mañana, podía pensar en Dios o en Shangó. Cuando iba a saltar, mi mente estaba plenamente en lo que tenía que hacer. A mí me podía estimular Dios, Shangó, una palabra de aliento de amigos, de mis padres, de mi abuelo, hasta de mi propio hijo, pero en el momento en que iba a saltar, todo eso quedaba en un segundo plano.

—¿Quién decidía el momento de subir la varilla?

—Los entrenadores estaban lejos en las gradas. Yo decidía si pasaba o no, si saltaba esa altura o no, con cuál altura iba a comenzar.

—¿Qué te ha impresionado más en tu vida deportiva?

—Todo el mundo se imagina que el récord de 2,45 metros. Es verdad que me emocioné; sin embargo, confieso que las sensaciones fueron más profundas cuando salté los 2,43. Se me fueron unas cuantas lágrimas; de mis seis récords, el que más me impresionó fue el 2,43.

—¿Lo que más te ha dolido o tu mayor desencanto?

—La muerte de mi mamá, de mis familiares, de mis tíos y abuelos; y fuera del plano familiar, lo sucedido en Winnipeg, en 1999.

«Dentro de mi carrera deportiva, después de la muerte de mi entrenador Godoy, que hasta pensé abandonar el deporte, la etapa en que se me acusó de doping fue la más difícil de mi vida, por estar consciente de que era inocente. Me sentía frustrado, porque no sabía cómo demostrar al mundo que era inocente. Tengo que agradecerle mucho al Comandante en Jefe Fidel, quien depositó toda su confianza en mí, y a raíz de eso puso a mi disposición prestigiosos abogados reconocidos en Cuba, doctores, personas de la antidroga y otros especialistas para demostrar mi inocencia.

Fue un golpe mediático más contra Cuba, porque yo era dentro de los deportistas cubanos el más mediático, el más reconocido internacionalmente, y deben haber pensado que si querían darle un golpe a Cuba, lo ideal sería a través de Javier Sotomayor.

—¿Has sentido añoranza por volver a competir?

—No, no, no. Me retiré en el 2001. Iba al estadio todos los días y estuve un año sin pisar la medialuna del salto de altura, corría por su alrededor, le pasaba por el lado, el colchón nunca lo pisaba; iba a ver las competencias y me daban ganas de saltar, pero poco a poco fui superando eso.

—¿Qué harás este 13 de octubre?

—Seguramente muchas personas me llamarán para felicitarme, aunque trataré de pasarlo en familia.

—¿Guardas alguna varilla u otro objeto deportivo?

—Tengo una varilla en mi casa, que no es la del récord. La del récord de 2,44 estaba en el Museo del Deporte en La Habana, y supe después que se extravió. En el Museo Olímpico de Lausana hay colocada a la entrada una varilla a 2,45, y todo el que entre a esa institución obligatoriamente tiene que pasar por debajo de ella. Yo me apropié de esa idea, y en el jardín de mi casa coloqué una varilla a 2,45 para que todo el que entre pase por debajo de ella. En mi casa guardo la camiseta, el short y una de las zapatillas con que salté los 2,45, porque la otra se la regalé a Diego Armando Maradona.

—¿A Fidel le regalaste algo en específico?

—A Fidel le regalé la varilla del salto de los 2,44 metros. Realmente el que la donó al Museo del Deporte en La Habana fue el Comandante, a quien tuve el privilegio de conocer personalmente, de hablar y compartir con él en numerosas ocasiones. Si Cuba muestra logros significativos en el deporte internacionalmente se lo debemos a Fidel. Cuando rompí el récord mundial de 2,45 metros me llamó para felicitarme. Mis éxitos se los debo a Fidel, a la Revolución, que brindó posibilidades a todos por igual para convertirnos en atletas con resultados mundiales y hasta ser campeones olímpicos.

—¿Cómo es tu familia, cuántas veces te has casado?

—Tengo cuatro hijos, dos con el primer matrimonio y los otros dos con el segundo. Salté 2,45 cuando mi primer hijo cumplía seis meses, en 1993. A lo mejor no me considero un buen esposo, pero si un buen padre. (Sonríe). Los otros dos  hijos míos que no viven conmigo los veo cinco o seis veces a la semana y los fines de semana.

—¿Nunca has entrenado a nadie?

—He ayudado, doy consejos, estoy la mayor cantidad del tiempo posible en los entrenamientos técnicos y transmito mis experiencias, pero entrenador como tal no he sido.

—¿Cómo te consideras por tu carácter?

—Una persona normal, sencilla, bien difícil de sacarla de los quicios, pero cuando me sacan...

—¿Y qué hay que hacer para eso?

—Si hay ofensa, o siento o veo una injusticia, intervengo con fuerza. Eso se los aseguro.

—¿Has tenido oportunidad de vivir en otros países. Cuál preferirías?

—Para vivir, ninguno. He tenido esa oportunidad, he viajado con frecuencia. Jamás me separaría de la Isla.

_¿Ni tan siquiera en Salamanca te gustaría vivir?

—Es verdad que en Salamanca implanté dos récords del mundo, el primero de 2,43, y el segundo 2,45, y hasta el estadio llevó por un tiempo mi nombre. Quizás me gustaría vivir allí solo por un tiempo, pero lo que se dice vivir fijo, no me sentiría feliz en ningún otro país.

—¿Siempre te han llamado por tu nombre?

—Cuando chiquito todos me decían Titi. A partir de la EIDE, todos Javier. Oigan esto, que simpático. Una vez en Moscú estaba en medio de una competencia y de pronto siento desde las gradas: “Titi, Titi, Titi...”, me sorprendió y casi antes de mirar dije: “Coño, ese que grita tanto tiene que ser de Limonar y de mi barrio”. Luego miré bien y era un vecino.

—¿Cuál es el precio de ser famoso?

—En muchas ocasiones me siento bien porque la gente me reconoce; en otras, incómodo, porque quiero pasar desapercibido. Me quiero tomar dos cervezas y me tengo que conformar con una sola, o a lo mejor, como buen cubano, quiero gritar por algo en un estadio y no lo puedo hacer por la imagen.

—Dicen que eres buen lector...

—Lamentablemente he perdido esa costumbre y me pesa. Hubo un tiempo en que sí era buen lector. Siempre digo que esta era digital y del internet ayuda, pero atrasa, y eso se lo comento a mis amigos, porque ya no me sé de memoria ningún teléfono, solo el de mis hijos y el de mi casa. Siempre viajaba con música y libros.

—¿De qué te arrepientes?

—Estoy inconforme por no haber saltado 2,47 metros, y si  volviera a nacer, a los 14 años, seguro estaría saltando 2,10.

—¿Cómo te gustaría que te recordaran?

—Como una persona bien sencilla, normal, accesible a todos. En lo social, que me vean como todas las demás personas; en el deporte, como un atleta que siempre quiso ser el mejor.

—¿Crees que en el futuro te rompan tu récord?

—Todos los récords están para romperse. Hay una sola forma de que no lo rompan y es que se elimine de las competencias el salto de altura en el mundo. Y como por el momento se va a seguir saltando altura, siempre habrá quien lo haga mejor y hasta rompa el récord.

—¿Y si te lo rompen?

—Estaré no menos de tres o cuatro días sin salir de la casa.

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