Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Doblemente campeona

Barbora Spotaková tiene 39 años. En las pistas aparece una nueva Barbora. Ya no es antes. Y así, tan distinta, da más gusto verla todavía

Autor:

EDUARDO GRENIER

Un día de hace algunos años vi a Barbora Spotaková por la televisión y me autoproclamé líder de un club de fans imaginario en el cual solo figuraba yo y, de vez en vez, algún que otro aficionado al atletismo tan loco como para apoyar semejante insensatez. Porque sí, suena y es anómalo que un cubano adolescente siguiera cada actuación de una atleta checa allá donde esta fuera.

La recuerdo bien en aquel entonces, con su pelo corto y rostro adusto. Casi podría asegurar quien la contemplara en la distancia, que quería infligir miedo en sus rivales.

Potencia y fogosidad. Elegancia. Fuerza. Barbora siempre dio la imagen de una mujer con carácter. Y no había movimiento más estético que el de su azagaya volando y estampándose en aquellas marcas masculinas.

Destrozó el récord del mundo. Olió la seductora fragancia del Olimpo desde la cima. Ganó, ganó, ganó. Pudo repugnarse de tanto éxito y no, ¿cómo iba a hastiarse ella, si amaba vencer y sentía alergias de solo imaginarse segundona?

Barbora Spotaková tiene 39 años. En las pistas aparece una nueva Barbora. Ya no es antes. Y así, tan distinta, da más gusto verla todavía, con sus tres flecos rubios sobre la frente soplados por el viento, la jabalina acariciándole la sien en ese gesto tan suyo y su mirada incrustada en aquel número que otras no osaban mirar, ni siquiera de soslayo. Setenta metros.

Antes, cuando lanzaba más lejos que todas, cedieron ante sí Abakumova y la Menéndez, monstruas irrepetibles. Cedió también Viljoen y cuanta valiente cometió el craso error de mirarla a los ojos y retarla. Nadie pudo con ella. Alardearon entonces las más irreverentes de medallas en su ausencia. Otro desliz.

Spotaková, la mujer tajante de campos y pistas, quiso tener un hijo. Envió una vez más la jabalina y estampó su segunda y más codiciada marca: una marca maternal de manos pequeñas, sollozos y sonrisas inocentes. Pero volvió, víctima de su amor por el deporte: lo hizo con la piel rugosa por las huellas maternales, pero aplastó otra vez sus sombras. Y ganó hasta que quiso.

Hace un par de años la vi otra vez en el Mundial de Catar y luego en mítines donde ha prestigiado las listas de participantes con la simple presencia de su nombre. Tan fuerte es esta señora checa que volverá en Tokio y yo, todavía presidente imaginario de su círculo de seguidores, la esperé paciente, sabedor de que a las grandes se les aguarda con respeto y admiración. Da igual si ya los 70 son una utopía. En Tokio no estará la temible Spotaková, la campeona. Estará Barbora y, no menos importante, la dulce madre de Janek.

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