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¿Cómo le fue al atletismo cubano en Tokio?

Durante los Juegos Olímpicos de Tokio 2020, la cosecha final de Cuba en el atletismo fue de tres medallas 

Autor:

EDUARDO GRENIER

El atletismo cubano quiso suturar viejas heridas en Tokio. Cruzó el Pacífico con 18 razones para creer en la redención y olvidar los fríos recuerdos de las citas precedentes en Londres y Río de Janeiro, un par de borrones en el expediente impoluto de un deporte con mucha, muchísima historia. Y centrados en la encomienda de frenar el descenso continuado de los últimos años, intentaron al menos rebasar la única medalla de hace un lustro.

En Brasil, solo Denia Caballero había podido escalar al podio. Su medalla de bronce fue bálsamo en un panorama de inusitada sequía. Pensar una década atrás que Cuba casi se iría de unos Juegos Olímpicos con las manos vacías en el deporte rey, hubiese sido comidilla abundante para los incrédulos. Sin embargo, bastante ha llovido desde entonces.

Y en el ciclo que recién culmina, extendido a cinco veranos a causa de la COVID-19, ha visto la Isla madurar a algunos de sus principales exponentes y nacer a otros, acaso motivos suficientes para pensar en un resurgir.

En medio de este panorama, la labor de los entrenadores estuvo enfocada principalmente en subsanar el principal problema que por tradición hizo mella en las grandes citas para los criollos: no lograr el mejor resultado en el momento más importante.

Así, tras duros meses de trabajo continuo y alguna que otra prueba de fuego con los Juegos Olímpicos en el horizonte, llegó la hora de la verdad y en el mismo campo y pista que vio caer tres récords del mundo, la cosecha final fue de tres medallas. A priori, parece buena conclusión para un ciclo difícil, ¿pero qué tan buena es en realidad?

El escalón huérfano

Las medallas suelen dejar un sabor dulce en el exigente paladar de los atletas ganadores, mas en ocasiones son insuficientes para colmar las expectativas de estos y de sus fieles seguidores. Con toda certeza, Yaimé Pérez sentirá gran satisfacción por su metal bronceado, pero en el fondo le quedará la inconformidad por lo que pudo ser y no fue.

La «Rusa» llegaba a la urbe tokiota con el cartel de discóbola más estable del quinquenio, con temporadas por encima de los 68 e incluso 69 metros y las credenciales suficientes para ser la más seria aspirante al oro.

Sin embargo, los escenarios competitivos suelen variar los propósitos. Primero los descomunales disparos de la estadounidense Valarie Allman y luego la forma deportiva «a medias» de Yaimé, quien no pudo llegar hasta los 66 metros, hicieron bueno el tercer puesto. A fin de cuentas, escalar al podio olímpico no es poca cosa y otra «monstrua» de la modalidad, la croata Sandra Perkovic, ni siquiera pudo asir una presea.

El otro candidato más sólido de Cuba al primer escaño era Juan Miguel Echevarría. En este caso, estamos en presencia de una historia con triste final. Las lesiones se ensañaron con el prodigio del salto largo, para muchos entendidos heredero del gran Iván Pedroso y llamado a reinar mientras quiera a escala global. Llegó a la última ronda encaramado en la cima e imposibilitado casi de subir un poco la varilla para sus persecutores debido al dolor muscular.

Podía. Si alguien mostró poderío para rozar marcas históricas, fue Juan Miguel. Cuando todavía el cuerpo no le fallaba y el camagüeyano regalaba incluso tantísimos centímetros a la tabla, sus 8,41 a la postre plateados parecían apenas un aperitivo.

El resto del relato es harto conocido. Apareció Miltiadis Tentoglou y bajó un peldaño del podio a cada cubano. A Echevarría y a Maykel Massó. Y además, —tan cruel fue el griego— arrancó de cuajo las esperanzas antillanas de lograr un título en el Estadio Olímpico de Tokio. El escalón más alto quedó huérfano para Cuba.

Roxana: El futuro es suyo

La esencia del atletismo en este Archipiélago siempre ha sido la combatividad. También la persistencia: ese instinto humano de seguir y seguir, de superar lo probable y sorprender. Roxana Gómez, finalista de los 400 metros, todavía motiva elogios en la gente. Logró incluirse en la carrera decisiva de una prueba compleja, pletórica de nombres con mayor pedigrí, pero la muchacha de apenas 22 años tomó en sus manos el mejor crono de su vida y lo estrujó como un trozo de papel. Lo destrozó.

Llegó a Tokio, a la competencia más importante de su vida, e hizo allí la mejor carrera de su vida. No se le puede pedir más, como tampoco podría nadie ponerle un «pero» a Zurian Hechavarría, quien también mejoró en el momento oportuno su marca personal.

Roxana, Zurian, Povea (quien rozó el podio y tiene margen de mejora), junto a otros que, aun por debajo, tienen potencial suficiente y solo necesitan redoblar esfuerzos, guardan en sus futuros el futuro mismo del atletismo cubano.

Otros decepcionaron (Denia Caballero, Luis Enrique Zayas, Rose Mary Almanza), pero ese es un tema que acapararía muchísimas más líneas. Grosso modo: deberán espabilar si ansían obtener una medalla dentro de tres años. En general, Tokio fue un comienzo positivo, pero aún insuficiente. ¿Será París la ciudad que vea el verdadero renacer?

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