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El mito del movimiento estudiantil

Al mundo se le ha tratado de vender, desde el poder infinito de los medios, que el Gobierno reprime y ataca a los jóvenes alumnos, a pesar de que el apoyo de la Revolución Bolivariana a los estudiantes ha sido constante

Autor:

Osviel Castro Medel

CARACAS.— ¿Es la Revolución Bolivariana antiestudiantil? ¿Son los estudiantes unos adversarios jurados del proceso que impulsa el Gobierno de Venezuela?

Ambas preguntas tienen, con sus matices, respuestas negativas. Sin embargo, al mundo se le ha tratado de vender, desde el poder infinito de los medios, todo lo contrario: que el Gobierno reprime, amordaza y ataca a los jóvenes alumnos, y que quienes están en las aulas desean en su mayoría la caída del «régimen», palabra bendecida en la «ejemplar» democracia impuesta en el Norte.

Si alguien duda de la cobija protectora de la Revolución sobre el alumnado que revise los pormenores del último encuentro, hace dos días, del presidente de la República, Nicolás Maduro, con decenas de estudiantes.

En esa reunión el mandatario anunció  la elevación en un 50 por ciento del monto de las becas que se entregan a los universitarios, la aprobación de 140 millones de bolívares para adquirir unos 175 000 libros de distintas especialidades y renovar 350 bibliotecas universitarias, la asignación de otros 500 millones para la reposición de cargos de docentes de las universidades públicas.

Además, el Jefe de Estado aprobó cuantiosos recursos para mejorar las infraestructuras de las casas de altos estudios e incrementar el bono de alimentación de empleados universitarios; y decidió la entrega de cien autobuses para esos centros de enseñanza y de 600 000 equipos de computación (tipo tabletas), con software libre.

¿No es demasiado raro que un Gobierno «enemigo» de la gran masa de educandos anuncie estas y otras medidas en una hora crucial?

De otro lado, no se puede esconder que varios miles de estudiantes —ya por manipulación de sus profesores, ya por lo que les sembraron sus padres o el amplio aparataje mediático— están contra la Revolución.

De vez en cuando, en las calles, uno se encuentra a algunos con sus miradas tiernas en la tarea de repartir papelitos pidiendo un cambio, o levantando carteles que, de no ser por el tema que tocan, pudieran parecer humorísticos. También los hay partícipes de la guarimba. A estos, los políticos de la derecha les han colocado intencionadamente el rótulo de «movimiento estudiantil, y así ha alimentado un mito para el exterior y para adentro.

Sin embargo, ese grupo no llega siquiera al 20 por ciento del conglomerado universitario del país. No es una cifra inventada: varios voceros de distintas tendencias reconocen que hoy solo el 15 por ciento de los futuros profesionales no está en clases; lo que significa que apenas unos miles han respondido al llamado de paro general que ha realizado la derecha y que más de dos millones dieron la espalda a esa convocatoria.

¿Si hubiera tanto descontento y tan generalizado, por qué esos «millones» de que hablan no se suman al boicot de las actividades docentes, como ha pedido incontables veces desde 2013 —el jueves último lo hizo— la Federación de Asociaciones de Profesores Universitarios de Venezuela (FAPUV), organización de marca opositora?

Además, dentro de las propios recintos llamados antichavistas, y que han sido señalados protagonistas de las protestas, como la Universidad Central de Venezuela y la Universidad de los Andes, hacen vida estudiantes bolivarianos, comprometidos con el proceso político.

Claro, los líderes de la Revolución no pueden confiarse de la realidad del presente, ni cerrar los ojos y creer que los números son inamovibles. La vida ha enseñado muchas veces que la confianza suele generar peligros.

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