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Irán: golpe fallido

Otro enero de fracaso imperial sella el intento de Washington de utilizar aislados brotes de descontento en ciudades iraníes.

Autor:

Leonel Nodal

La irrupción de protestas callejeras en Irán en vísperas del nuevo año 2018, en un ambiente de graves amenazas del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, reforzó las sospechas de una acción coordinada para promover un cambio de régimen en el país persa.

La idea no es nueva. Funcionó en 1953, cuando un puñado de agentes de la Agencia Central de Inteligencia (CIA), infiltrados en pequeños grupos de manifestantes pagados, facilitaron el pretexto para una intervención militar foránea que derrocó al primer ministro Mohammad Mossadegh.

El popular líder nacionalista fue derribado tras decidir la nacionalización del petróleo, mediante una acción subversiva orquestada por británicos y estadounidenses. La Operación Ajax, cuyos detalles fueron publicados por The New York Times, permitió atornillar en el poder al Shah Mohamed Reza Pahlevi.

Con el apoyo de Estados Unidos y el Reino Unido el Shah inició una llamada modernización del país e implantó un temible régimen represivo.

La veracidad y significado de esta historia, que Trump pretende reditar ahora, fue analizada el 10 de junio de 2010, en una de sus Reflexiones por Fidel, quien recordó su admisión por el entonces presidente Barack Obama en un famoso discurso  en la Universidad Islámica de Al-Azhar en El Cairo, cuando dijo: «En medio de la Guerra Fría, Estados Unidos desempeñó un papel en el derrocamiento de un Gobierno iraní elegido democráticamente».

«Aunque no dijo cuándo ni con qué propósitos —subrayó Fidel—. Es posible que ni siquiera se recordara cómo (Washington) lo llevó a cabo contra Mossadegh en 1953, para instalar en el Gobierno la dinastía de Reza Pahlevi, el Shah de Irán, al que armó hasta los dientes, como su principal gendarme en esa región del Medio Oriente, donde el sátrapa acumuló una inmensa fortuna, derivada de las riquezas petroleras de ese país».

PRETEXTOS PARA INTENTAR DOBLEGAR A IRÁN

La pérdida de aquella valiosa conquista imperial de un país con enormes reservas de petróleo y gas, estratégica base militar entre Medio Oriente y el Centro de Asia, arrasada por el genuino movimiento de masas en enero de 1979, dirigido desde el exilio por el Ayatola Khomeiny, ha sido el verdadero móvil de casi cuatro décadas de incesantes acciones subversivas de Estados Unidos y sus aliados para derribar la Revolución Islámica iraní.

A partir de ese momento, las sucesivas administraciones de James Carter, Ronald Reagan, William Clinton, George W. Bush y Barack Obama ensayaron todas las armas para retomar el control del país persa.

La ocupación de la Embajada de Estados Unidos en Teherán por estudiantes y Guardianes de la Revolución, que les permitió conocer las acciones y operaciones secretas de la CIA bajo cubierta diplomática, resultó un ominoso episodio para la potencia impe-rial, que se prolongó del 4 de noviem-bre de 1979 al 20 de enero de 1981. Washington debió aceptar una solución negociada.

Tampoco le dio resultado la instigación de la invasión por parte de Irak, al que ofreció apoyo logístico y militar a lo largo del conflicto, que se extendió de 1980 a 1988 y causó a Irán alrededor de un millón de muertos, entre militares y civiles.

Ante el decidido apoyo de la Revolución Islámica a la causa palestina y a las fuerzas patrióticas libanesas, así como a la creación del movimiento de resistencia chiita Hizbolá, que se saldó con la expulsión de los ocupantes israelíes en el año 2000 y el rechazo victorioso a la agresión de 2006,  la Casa Blanca incluyó a Teherán en su lista de «países patrocinadores del terrorismo».

Ese fue desde entonces el pretexto para la imposición de severas sanciones económicas, comerciales y financieras, a las que consiguieron sumar el apoyo de potencias europeas aliadas y organismos financieros internacionales en los que Washington ejerce una influencia hegemónica.

En 2002, después de declarar su guerra contra el terrorismo, el presidente George W. Bush incluyó a Irán en el llamado «eje del mal» un selecto club de enemigos contra los que Washington se consideraba libre de utilizar todo su poderío militar, económico y diversionista para promover todo tipo de agresiones.

EL MITO DE LA AMENAZA NUCLEAR IRANÍ

A finales de 2005, alentado por el belicoso inquilino de la Casa Blanca, que para entonces ya había desencadenado las invasiones de Afganistán e Iraq, Israel agitaba el peligro inminente para su existencia de la posesión a corto plazo por Irán de un arma atómica.

El desarrollo por Teherán de un programa de investigación y desarrollo de energía nuclear con fines pacíficos, era el nuevo pretexto para tratar de empujar a Estados Unidos a una guerra abierta contra el Estado persa, o atenerse a las consecuencias de una acción militar por cuenta de las fuerzas armadas israelíes, con incalculables consecuencias.

Hoy parece un argumento para una película de ficción, de las que ya se han hecho unas cuantas, que en cualquier caso sirven para acostumbrar a la opinión pública y los incautos al estallido de una conflagración mundial, si esta llegara a ocurrir, aunque en eso le pueda costar su propia vida.

La década de 2005-2015 estuvo dominada por el probable estallido de una guerra israelo-norteamericana contra Irán, que podría arrastrar al resto de la humanidad a una conflagración bélica.

Por otra parte, un inmenso rosario de sanciones económicas, impuestas por Washington y la Unión Europea, sometieron al pueblo iraní a penurias y dificultades del más diverso género, sin conseguir alterar el respaldo público a la República Islámica.

El nuevo enfoque de la administración de Barack Obama, de procurar los mismos objetivos por otros medios, abrió paso a las negociaciones entre Irán y el Grupo 5+1, integrado por los cinco miembros del Consejo de Seguridad con derecho a veto: Estados Unidos, Inglaterra, Francia, Rusia y China más Alemania, a fin de concluir un acuerdo para el control y supervisión del programa nuclear iraní a cambio de la suspensión de las sanciones.

El 14 de julio de 2015 los negociadores dieron la puntada final al oficialmente llamado el Plan Integral de Acción Conjunta (JCPOA, por sus siglas en inglés).

TRUMP  TROPIEZA  CON LA MISMA PIEDRA

Desde su llegada a la Casa Blanca Trump comenzó a desmantelar  las directivas  y acuerdos internacionales suscritos por Obama.  A cambio emprendió un curso belicista e intervencionista, que beneficia al complejo militar industrial enriquecido por los multimillonarios gastos de guerra del Gobierno y los contratos con sus aliados.

Casi de inmediato, Trump hizo suyos los argumentos de los neoconservadores más radicales, opuestos al Acuerdo Nuclear con Irán, coincidentes con los del ultraderechista primer ministro israelí Benjamín Netanyahu.

Las protestas registradas en varias ciudades iraníes, «por problemas económicos», según apuntó la televisora estatal Hispantv, entre los que otros medios citan el aumento de precios de combustibles y alimentos, así como la alta tasa de desempleo, «se volvieron violentas cuando ciertos grupos sediciosos, algunos de ellos armados, destrozaron propiedades públicas como comisarías y edificios gubernamentales. Los disturbios dejaron una veintena de muertos y decenas de detenidos».

Las manifestaciones, a las que la prensa norteamericana atribuyó dimensiones alarmantes, sirvieron de pretexto a Trump para intervenir personalmente, con mensajes de apoyo a lo que quiso presentar como una sublevación.

A través de su Twitter, escribió que el gobierno iraní «está fallando en todos los niveles a pesar del trato terrible que la administración de Obama hizo con ellos» (una referencia a las mejoras económicas que debía acarrear el fin de las sanciones) y a seguidas añadía que el pueblo iraní «tiene hambre de comida y de libertad. Junto a los derechos humanos, la riqueza de Irán está siendo saqueada. ¡Es momento para el cambio!».

Como revela la última frase, a todas luces, el mandatario estadounidense sueña con una repetición del esquema empleado en 1953  y apunta a Washington como un factor sedicioso en Irán.

Según las leyes de Estados Unidos, el Presidente tiene que certificar cada tres meses el cumplimiento del acuerdo nuclear alcanzado entre Teherán y el G5+1.

Trump rechazó en octubre pasado certificar el cumplimiento por Irán del acuerdo y la siguiente fecha sería el 12 de enero. En tanto, dio un plazo de 60 días al Congreso para revisarlo y decidir si reinstauraba las sanciones a Teherán. El 12 de diciembre venció el plazo, sin que los legisladores hubieran adoptado medida alguna.

Por otro lado, Washington no logró su propósito de que el Consejo de Seguridad  enjuiciara la situación interna en el país persa y adoptara medidas. 

Las autoridades iraníes han señalado que el país está totalmente preparado para un posible colapso del acuerdo nuclear causado por la Administración del presidente Trump.

A su vez, el ministro de Defensa, general de brigada Amir Hatami, señaló que la nueva Estrategia de Seguridad Nacional expuesta por Trump  menciona reiteradamente que EE. UU. pretende tomar el liderazgo mundial, pero en su opinión cualquier intento de Washington para crear un mundo unipolar es vano.

El pueblo iraní y su liderazgo han dado prueba a lo largo de las últimas cuatro décadas del aprendizaje necesario para lidiar con ocupantes de la Casa Blanca de cualquier signo político, sin perder la cordura, en tanto incrementó su prestigio e influencia internacional. Es poco probable que las insolencias de Trump consigan distraer al país persa de una senda iluminada por una cultura milenaria.

 

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