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Washington se aferra a Siria

Tras ocho años de la denominada «guerra civil», armada, los planes de la Casa Blanca solo consiguieron sembrar muerte y destrucción, pero también una inimaginada resistencia nacional que frustró sus planes

Autor:

Leonel Nodal

La decisión de Estados Unidos de mantener una presencia militar en Siria, con el pretexto de proteger a la minoría kurda, oculta sus verdaderas intenciones geopolíticas, dirigidas a frustrar la paz y la soberanía del Estado árabe y, sobre todo, el impacto en la región de su ejemplo de resistencia al dominio de la alianza israelo-norteamericana.

Desde marzo de 2011 Washington impulsó el cambio de régimen a toda costa, instigando a las fuerzas opositoras internas a rechazar cualquier salida negociada al conflicto que no incluyera el desalojo del presidente Bashar el Assad.

Tras ocho años de la denominada «guerra civil», armada, financiada y dirigida sin tapujos por una coalición internacional de «amigos de Siria», liderada por Estados Unidos, que incluyó la contratación de hasta 80 000 mercenarios, los planes de la Casa Blanca solo consiguieron sembrar muerte y destrucción, pero también una inimaginada resistencia nacional, que frustró sus planes.

De otro modo habría sido imposible que el país árabe soportara la muerte de más de 370 000 ciudadanos, decenas de miles de heridos y la destrucción de buena parte de su infraestructura industrial y agrícola.

Ante el fracaso, la admistración del presidente Donald Trump argumentó que su objetivo en Siria se limitaría a «derrotar» al grupo terrorista llamado Estado Islámico (Daesh, por sus siglas en árabe), en realidad una fuerza militar que se nutrió del armamento «abandonado» por EE. UU. en Irak tras la evacuación del grueso de sus tropas.

Fotografías y videos satelitales probaron en los últimos dos años las acciones de las fuerzas norteamericanas para facilitar la escapada de los mandos y principales efectivos del Daesh, en particular hacia Afganistán, ante la debacle y los golpes propinados por la Fuerza Aeroespacial de Rusia —a pedido de Damasco— y las acciones en tierra del Ejército Árabe Sirio.

Tras la recuperación por el Gobierno sirio de la casi totalidad del territorio nacional, con excepción de algunos bolsones del norte y este, controlados por grupos armados kurdos y árabes patrocinados abiertamente por Washington, bajo la denominación de Fuerzas Democráticas Sirias (FDS), la Casa Blanca insiste en que solo le interesa mantener una presencia militar mínima, a la espera de un acuerdo político, al cual presta poco respaldo.

Sin embargo, el apoyo de Trump a una fuerza militar kurda en el noreste de Siria, que pueda adquirir autonomía o independencia, incomoda al Gobierno de Turquía del presidente Recip Erdogan, quien anunció planes de una ofensiva militar para asumir el control de una franja fronteriza que sirva como «zona tapón o de seguridad» para su país.

Ankara, según sus analistas militares, recela de un proyecto de autonomía junto a su frontera, al temer que la incipiente independencia kurda en Siria aliente el ímpetu separatista en su propio territorio.

Turquía alega el peligro para su estabilidad de supuestos vínculos entre las milicias kurdas, llamadas Unidades de Protección Popular (YPG), aliadas de Estados Unidos, y el Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), que tiene una guerrilla en territorio turco desde 1984.

El desacuerdo de Erdogan con Trump y su política alcanzó un nivel sin precedentes tras la compra por Turquía a Rusia de los sistemas de defensa antiaérea S-400, aun a riesgo de que Washington le negara acceso a los aviones caza bombarderos de última generación F35 estadounidenses.

Alarmada, la Casa Blanca presionó en las últimas semanas para alcanzar un acuerdo que satisfaga a Ankara, a fin de evitar la guerra contra sus aliados en el noreste sirio.

Este miércoles 14 de agosto, por fin, la administración de Trump envió una delegación militar a Turquía para coordinar el establecimiento de la «zona segura en Siria», a pesar del desacuerdo del Pentágono con el tamaño y la extensión del área de separación de las respectivas fuerzas.

«Se está trabajando para establecer un Centro de Acción Conjunta para la Zona Segura, que se planea coordinar con los Estados Unidos en el norte de Siria», dijo el Ministerio de Defensa turco.

Tan pronto supo del proyecto, hace ya una semana, Damasco denunció que el acuerdo turco-estadounidense constituye una «agresión flagrante» contra su soberanía y la unidad territorial siria, que atenta contra sus planes de desplegar el ejército en esas zonas.

«Siria rechaza categóricamente el acuerdo de los dos ocupantes, estadounidense y turco, sobre la creación de lo que llaman una zona de seguridad», indicó la agencia SANA, citando al Ministerio de Relaciones Exteriores.

A su vez, el canciller Serguei Lavrov, de Rusia, el aliado militar decisivo de Siria, anticipó semanas atrás que el Gobierno de Estados Unidos y las potencias europeas que intervienen en el conflicto armado de Siria, intentan prolongar la guerra en el país árabe por fines geopolíticos.

Lavrov denunció que los Gobiernos integrantes de la llamada coalición internacional, respaldada por varios Estados árabes del Golfo Pérsico y la acción del régimen de Israel, prestan colaboración para preservar a la organización terrorista Frente al-Nusra, actualmente la banda extremista de mayor envergadura en Siria.

El avance de las fuerzas gubernamentales y sus aliados han arrinconado al Frente al-Nusra y otros grupos radicales minoritarios hacia el eje de las provincias de Hama (oriente) e Idlib (noroeste), donde sostienen una zona de retaguardia que representa su último    bastión.

La Casa Blanca oculta su mayor interés en controlar esta región. Lo que está en juego en esta región es el control de la riqueza petrolera de Siria, su principal recurso para la reconstrucción. Aquí las FDS (alianza árabo-kurda apoyada por Washington) controlan el principal campo petrolero, Al Omar, y Al Tanak y Jafra, en la provincia oriental de Deir Ezzor.

Asimismo, en Hasaka (noreste) y Raqa (norte) dominan el campo de Rmeilan y otros más pequeños, además de dos campos gasíferos en Deir Ezzor y Hasaka.

Según la revista económica en línea The Syria Report, antes de la guerra (2011), los hidrocarburos representaban una de las principales fuentes de ingresos del país.

En 2010, eran el 35 por ciento de las exportaciones y el 20 por ciento de los ingresos del Gobierno; la producción de crudo era de 385 000 barriles por día (bpd) y 21 millones de m3 de gas.

En 2017, cuando el régimen recuperó campos petroleros y gasíferos de Homs, tras derrotar al grupo yihadista Estado Islámico, la producción en esta región aumentó a «17 millones de m3 de gas y 24 000 bpd de crudo», según un informe del ministro del Petróleo y Recursos Minerales, Ali Ghanem, citado por medios oficiales.

Esta producción, añadió Ghanen, no satisface las necesidades de Siria, ya que apenas representa el 20 por ciento en petróleo y 60-70 por ciento de gas.

Desde 2011, las pérdidas en hidrocarburos infligidas a Siria por la guerra instigada por Washington, que Trump insiste en prolongar, ascienden a 74 200 millones de dólares, según Ghanem.

A ello se suma el efecto de las sanciones impuestas por la Casa Blanca a Siria y a Irán. El supuesto desinterés de Trump por la guerra de Siria y sus frecuentes anuncios de una retirada total quedan al desnudo ahora, con los planes de mantener la ocupación mediante una «zona segura» para los kurdos. La intención oculta es prolongar la crisis y asfixiar a Siria, mediante el chantaje a Irán y la amenaza de una acción militar devastadora.

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