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El papelazo de Donald Trump en Afganistán

Trump salió bastante maltrecho de una arriesgada escaramuza política, que lo ha dejado bastante mal parado, tanto que puede ser factor de riesgo para su reelección en los comicios de 2020

Autor:

Leonel Nodal

Donald Trump acaba de sufrir una sensible derrota en Afganistán. Sin entrar en combate salió bastante maltrecho de una arriesgada escaramuza política, que lo ha dejado bastante mal parado, tanto que puede ser factor de riesgo para su reelección en los comicios de 2020.

Desde los días de su campaña electoral en 2016, el actual presidente arremetió contra la prolongada permanencia de miles de soldados estadounidenses en territorio afgano, a donde fueron enviados tras el atentado a las Torres Gemelas de Nueva York, el 11 de septiembre de 2001.

El entonces presidente republicano George W. Bush culpó a Afganistán y al gobierno del movimiento islámico Talibán de ofrecer asilo a la organización Al Qaeda, de Osama Bin Laden, a quien acusó de orquestar la espantosa acción terrorista.

En noviembre, Bush ordenó los indiscriminados bombardeos coheteriles al país centroasiático, y se dio inicio a la guerra considerada hoy, como la más larga campaña bélica en la que se ha involucrado Estados Unidos. Y, por lo visto y sucedido a Trump, no tiene para cuando acabar.

Tres administraciones quedaron atrapadas en el inhóspito e indomable país montañoso, cuya mayor riqueza e importancia radica en su estratégica posición, colindante con Irán, Pakistán, Turkmenistán, Tayikistán y China y bien cercano a India. Una envidiable base de operaciones para desestabilizar a los vecinos.

Cerca de 100 000 efectivos estadounidenses y otros 40 000 extranjeros de países aliados fueron desplegados en el momento de apogeo de una guerra que prometía acabar con Al Qaeda y escribir con fuego y plomo un «nunca más» a cualquier nuevo ataque terrorista contra Estados Unidos.

La guerra les ha costado la vida a decenas de miles de afganos y pakistaníes, una cifra incalculable, en su mayoría civiles inocentes, bombardeados a cualquier hora por la aviación de la Fuerza Internacional aliada, en días de bodas, bautizos o funerales.

Hay quienes piensan que los gastos de cientos de miles de millones del Pentágono, transformados en ganancias netas para el complejo militar-industrial, son el peor obstáculo para poner fin a la trágica pesadilla, que a cada rato toca la puerta de alguna familia estadounidense. Las muertes afganas apenas entran en las estadísticas.

Al cumplirse el pasado miércoles 11 de septiembre, 18 años del nefasto episodio de las Torres Gemelas y su costosa secuela afgana, en la que han muerto más de 3 500 militares estadounidenses y aliados de la OTAN, Donald Trump apostó a coronarse como el presidente que pondría el punto final a la impopular guerra, mediante una de sus piruetas de diplomacia personal, que ventila en las redes sociales.

En las últimas semanas, Washington estuvo filtrando al público los detalles de una negociación secreta autorizada por Trump, en Doha, capital de Qatar —de la que cada día trascendía algún avance o retroceso— entre el llamado emisario especial de la Casa Blanca para la reconciliación afgana, Zalmay Khalilzad, y los líderes del Talibán, con el supuesto propósito de pactar la retirada de una buena parte de las tropas norteamericanas, a cambio de un compromiso de los insurgentes a cesar su enfrentamiento con el Gobierno del presidente Ashraf Ghani.

Analistas menos crédulos intuyeron que Washington negociaba el equivalente de una «rendición honrosa», una fórmula que les permita salir, pero dejando los cuerpos de inteligencia, tropas y equipos indispensables para asegurar capacidad de intervención e influencia prolongada en el país y en el vecindario, tal vez de mayor interés ahora que nunca antes.

Los talibanes que exigen la retirada total de las fuerzas extranjeras mantuvieron inalterable su postura, sin dejar espacio a que otros grupos de sospechoso extremismo y reciente irrupción en su espacio, ahora en disputa, como la fracción local del Estado Islámico (ISIS, por su sigla en inglés) puedan tildarlos de flojos, conciliadores o vendidos al oro de Washington.

La Casa Blanca dejó entender que el acuerdo estaba a punto. Con su experiencia de animador de shows y espectáculos televisivos, a Trump se le ocurrió nada menos que un final feliz en Camp David, la famosa quinta presidencial de memorables arreglos y componendas, exaltados como victorias de la política imperial, bajo el noble manto de la paz y la seguridad mundial.

Sin embargo, algo falló a última hora. El Talibán asumió la autoría de un atentado en Kabul, en el que murió un soldado de Estados Unidos y 11 civiles, y Trump se quedó con las guirnaldas puestas.

En un sorpresivo Twitter sabatino, compitiendo con programas televisivos de alto rating, el presidente develó que el último domingo tenía concertada una cita que habría hecho historia, animada por su «incansable esfuerzo de paz», pero se malogró por culpa del diabólico Talibán.

A esa altura, la capital estadounidense entró en ebullición. La noble versión del mandatario escondía a ojos del menos astuto un aventurerismo imperdonable. Peor aún, los rumores sobre su cordura ganaron altura. Y objetivamente se instaló en los medios políticos —nacionales y extranjeros— la duda de hasta qué punto el Sr. Trump posee capacidad para hacer tratos y resolver los graves problemas mundiales que involucran a Estados Unidos.

Sin el menor rubor, uno de los medios mejor informado y más allegado al sentir del Capitolio y el Pentágono, apuntó con todas sus letras que Trump «no ha podido asegurar un nuevo acuerdo nuclear más completo con Irán como prometió que haría. Se ha reunido tres veces con Kim Jong Un, de Corea del Norte, pero ha hecho pocos progresos para lograr que Kim abandone su arsenal nuclear, y las conversaciones comerciales con China no van a ninguna parte.»

El balance es inobjetable y lapidario. Huele a sentencia de desalojo, aunque el inquilino todavía cuente con algunos recursos para el pataleo. Lo cierto es que el papelazo afgano le arrebató una carta de triunfo electoral que saltó por los aires en Kabul.

Números de EE. UU. en 18 años de guerra

  • Más de 775 000 efectivos estadounidenses han estado en Afganistán al menos una vez en los 18 años de intervención.
  • La mitad de todos los veteranos de EE. UU. sirvieron en Afganistán y por lo menos 28 267 se han desplegado allí cinco o más veces.
  • En 18 años de guerra han muerto 2 400 estadounidenses, incluyendo 16 en acciones de combate en lo que va de este 2019.
  • Unos 20 000 hombres han resultado heridos, muchos de gravedad.

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