Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Bolivia y algunos entretelones del golpe

La misión de los usurpadores es un cambio de modelo, ya: así conviene a las ansias de dominación de la derecha continental

Autor:

Marina Menéndez Quintero

Si alguien dudara del carácter geopolítico del golpe contra Evo Morales y de la fuente de inspiración de sus promotores, podría persuadirse luego de los actos de irrespeto y violencia ejecutados contra los médicos cubanos por las fuerzas policiales bolivianas, y que condujeron a su partida.

Es demasiado falaz el pretexto de que promovían una «desestabilización» de la que bien se sabía nunca fueron parte, y que tampoco han provocado en Bolivia quienes reclaman el regreso de Morales y son tildados de sediciosos, sino los que atizaron la violencia para desconocer el resultado electoral y forzaron la partida del Presidente.

Ese reiterado propósito de satanizar la altruista y reconocida colaboración médica de la Isla alcanzaría para indicar que el guion golpista sigue una estrategia que se perfila desde el Norte, y se hace más intolerante bajo la pretendida dictadura mundial de Donald Trump, y más rabiosa porque el magnate inmobiliario aspira, a toda costa, a reelegirse, y piensa que para ello le resultará crucial y favorable, el respaldo de la ultraderecha del estado de Florida.

Al intento de desacreditar la labor de nuestros médicos internacionalistas se le puede adivinar un doble filo: seguir arreciando el bloqueo mediante el cierre de ingresos abonados por los Estados que pueden pagar una colaboración brindada por Cuba, a mares, desinteresada y gratuitamente hace más de cinco décadas, y mellar el bien ganado prestigio de un país digno y respetado en todas las instancias internacionales como lo es el nuestro. Derrotar a Cuba sigue siendo vital para quienes aspiran a arrasar con toda ansia de progresismo en América Latina.

El primer vocero de esa maniobra fue el obtuso, facistoide y proyanqui Jair Bolsonaro, llegado con muy malas artes, como se sabe, a la presidencia de Brasil.

Resulta inesperado, pero no sorprendente, que el actual Gobierno de Ecuador también haya decidido prescindir de la labor de nuestros galenos, tan apreciada entre su gente.

Consecuente con esa maniobra fueron en su momento las declaraciones de la senadora derechista Jeanine Añez, quien ilegítimamente sigue fungiendo como mandataria de Bolivia, al referirse a la supuesta presencia en el país de «grupos subversivos extranjeros que incitan a la violencia» justo cuando las fuerzas policiales y militares irrumpían, hace una semana, en la sede de la Brigada Médica cubana en La Paz, requisaban, y detenían a algunos de nuestros colaboradores.

Un auto aparcado cerca de ese lugar y con matrícula 28-CD-17 explicitaba, sin más análisis, la presencia de la mano yanqui en los acontecimientos: el vehículo, denunció de inmediato la Cancillería de Cuba, pertenecía a la Embajada de Estados Unidos.

Por demás, la temprana alusión a un presunto fraude que desde los días previos a la votación presidencial enarboló el opositor Carlos Mesa —por cierto, casi sin protagonismo desde que desempeñó su rol soliviantador, como si hubiera sido apenas un muñeco—, indica que todo estaba pensado desde antes y, desde luego, más allá de los confines bolivianos.

¿Buscando el equilibrio?

En un contexto latinoamericano de relativo viraje desde esa derechización que algunos creyeron irreversible, el momento actual en la región deja palpar una puja pocas veces vista con esta urgencia de parte de los poderes hegemónicos —que aspiran a mantener a Latinoamérica saqueada por las transnacionales y a merced de los antojos del Norte—, frente a quienes quieren, mínimamente, soberanía, desarrollo y justicia social para sus naciones.

El triunfo electoral en Argentina de un peronismo reunificado, y renovado desde el mandato del extinto Néstor Kirchner; la casi obligada liberación de Lula en Brasil porque ya era imposible justificar tanto escarnio; el reclamo indoblegable de quienes toman las calles en Chile para exigir cambios en un modelo impuesto por el sátrapa Pinochet —que ha perpetuado su régimen sin él— indican movimientos de la balanza hacia la izquierda o, sencillamente, hacia el progresismo.

Y estos movimientos tienen como telón de fondo lo que debe resultar la mayor frustración para esta administración estadounidense: la imposibilidad, pese a sanciones ilegales y todo tipo de cercos económicos, financieros y hasta energéticos, de doblegar a Venezuela y a Cuba.

Sería entonces un alivio para esos sectores ultra- rreaccionarios apegados a «la doctrina Trump», llevarse al agua la refundación implementada por Evo y el Movimiento al Socialismo (MAS) en Bolivia, un proceso que no solo ha devuelto la dignidad y los derechos a la mayoritaria y antes discriminada población indígena. Además —y no resulta poco—, ha conseguido un desempeño económico tan constantemente exitoso como no lo ha podido mostrar absolutamente ningún otro país de la región en los años recientes, lo que echa por tierra la hipótesis de la supuesta inviabilidad en esa materia de los procesos revolucionarios y progresistas.

También les resulta útil la satanización de Evo. Él ha sido, probablemente, el presidente más humilde que haya tenido la región, no solo por su extracción social —no debe olvidarse que el origen de Lula es obrero— sino por su autenticidad como hombre emergido de los preteridos y originarios pueblos indígenas.

No merecía la traición alguien como él, que todo el tiempo ha gobernado como prometió: escuchando al pueblo.

Algunos instrumentos de la asonada

Los acontecimientos que rápidamente se suscitaron han dejado ver los frutos que se le extraen a la asonada para favorecer los intereses de la derecha continental y de Washington.

La rápida salida de Bolivia del ALBA y el anunciado y probable retiro de la Unasur constituyen pasos apresurados que no corresponden a un ejecutivo autodefinido «de transición», y exhiben el urgente deseo de lacerar la inédita unidad y la cooperación alcanzadas por América Latina a partir de 2002, bajo la impronta de Fidel y de Chávez.

Las manipulaciones mediáticas y los silenciamientos impuestos por los usurpadores del Palacio de Quemado, y la evidente carencia por el MAS de medios de comunicación que pudieran vocear la verdad con unanimidad y fuerza desde que la oposición quemó urnas para demorar y alterar el conteo de los votos, constituyeron elementos importantes en la esfera de la subjetividad —donde se dicta la percepción de las personas—, para infligir este golpe de Estado que sus autores quieren presentar como «renuncia», y pareciera que todavía no está totalmente consumado.

Invitan a pensar así la mantenida presencia en las calles de los defensores de Evo y de su Gobierno, las voces que hablan de diálogo; la elección en la Cámara y en el Senado, donde el MAS tiene mayoría, de nuevos titulares pertenecientes a ese movimiento político, así como el no siempre notado hecho de que todavía se esté esperando una carta de renuncia de Morales que, hasta ahora, no se ha visto, ni se ha aceptado por el Congreso.

En el plano objetivo resultó cardinal la postura de las Fuerzas Armadas, alineada con los golpistas, quienes luego quisieron blanquear la actuación del cuerpo castrense y la suya propia, con la rápida sustitución del general Williams Kaliman. Fue él quien «conminó» a Evo a irse después de haberlo llamado, en otros momentos, «hermano presidente», y su traición a la institucionalidad boliviana fue determinante y evidente. Se ha dicho que Kaliman ya está en EE. UU. y con un millón de dólares.

Desde luego, hay que contar el chispazo de arrancada encendido por la invariablemente proyanqui OEA, a la que el MAS y Evo confiaron una auditoría amañada que a la postre «determinó» irregularidades indispensables para cantar definitivamente el «fraude», invalidar el resultado electoral, y atizar la violencia.

Transición dudosa

La sustitución por Añez del resto de la estructura de conducción de las Fuerzas Armadas, renovada en el primer decreto de esta junto a la remoción del general en jefe, no constituye el único paso de la usurpadora que hace dudar acerca de su proclamado papel de mandataria que alista el paso a nuevas elecciones.

A toda prisa, la ilegal sustituta fue nombrando a ministros que conforman un gabinete a todas luces conservador y, por demás, casi enteramente blanco, una observación que podría tildarse de racista si se hiciera en otro panorama y circunstancias, pero decisiva para saber las esencias en un país como Bolivia, que durante siglos estuvo dominada por esa minoritaria y oligárquica parte de la población que no es indígena. 

La premura por desarticular todo lo hecho por el MAS y Evo en casi 15 años también es tangible, y una piensa si el denominado gabinete supuestamente transicional de Añez cumple otras órdenes; o si hay temor a que todo vuelva a su sitio.

Apenas el hombre a quien se le ha dado la cartera de Economía, José Luis Parada, anunció que se sentarían «las bases» para que el próximo Gobierno pueda «liberar un poco la economía», y ya el denominado titular de Desarrollo Productivo y Economía Plural, Wilfredo Rojo, presentaba un paquete completo que apunta a la desestatización. Lo primero, ha dicho, será analizar el estado de las empresas públicas, hacerles una auditoría, ver si son rentables y, si no, proceder a alquilarlas o venderlas… Eso se llama privatización, y todos sabemos qué indica.

Son demasiado trascendentes las «tareas» emprendidas con tanta prisa para pensar que está en marcha, apenas, un tránsito conforme a la ley, sin contar la saña fascistoide con que se reprime, causante ya de más de tres decenas de muertos entre quienes exigen la vuelta de Evo Morales, mientras se desata una virtual cacería contra algunos de los más prestigiosos líderes del MAS.

La misión de los golpistas es un cambio de modelo, y que la derecha hemisférica gane un punto en la correlación de fuerzas. Lo que se quiere es fracturar la unidad regional. Para lograrlo, las fuerzas imperiales, oligárquicas y derechistas, han empujado afuera al Gobierno más honesto y justo que haya tenido Bolivia.

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