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Que Argentina se ponga de pie y emprenda la marcha

Este martes tuvo lugar en la sede del Congreso Nacional de Argentina la Ceremonia de Toma de Posesión de Alberto Fernández, a la cual asistió el Presidente de la República de Cuba, Miguel Díaz-Canel Bermúdez. Junto a la actual Vicepresidenta, Cristina Fernández, el nuevo Jefe de Estado pronunció un discurso estremecedor 

Autor:

Alina Perera Robbio

BUENOS AIRES, Argentina.-Casi al mediodía (hora local) de este martes, Cristina Fernández llegó a la sede del Congreso Nacional. Lo hizo en medio del clamor del pueblo, del ambiente de alegría y de esperanzas que en estas horas impregnan el alma de la nación del Sur.

Poco tiempo después llegó Alberto Fernández acompañado de su esposa. Lo hizo manejando él mismo el automóvil que lo condujo desde su casa hasta la sede del Congreso Nacional. Y allí fue recibido por su compañera de gobierno, Cristina Fernández.

La Asamblea Legislativa ya había abierto sus puertas. Alberto y Cristina, Presidente y Vicepresidenta electos, respectivamente, fueron invitados a pasar al hemiciclo. Allí, ambos ofrecieron juramento en una ceremonia que contó con la presencia de legisladores argentinos, de personalidades de la nación, y de invitados de otras latitudes, entre quienes se encontraba el Presidente de la República de Cuba, Miguel Díaz-Canel Bermúdez, acompañado de su esposa Lis Cuesta Peraza.

Adentro estremecía el clamor; y afuera, el pueblo atento también acompañaba con sus consignas, emociones y aplausos, todo cuanto estaba sucediendo.

Al rato llegó el Presidente saliente Mauricio Macri, quien entregó los atributos presidenciales (el bastón y la banda) a Alberto Fernández.  

Luego de otros pasos protocolares, Mauricio Macri se retiró en medio de aplausos que esta reportera sintió apagados. De pronto exclamó alguien: «Que la Virgen te acompañe, Cristina…». Y ella hizo uso de la palabra para presentar a Alberto Fernández, quien comenzó a pronunciar su Mensaje Presidencial a la Asamblea Legislativa.

Sus primeras palabras fueron dedicadas al 10 de diciembre, fecha que no es cualquiera, dijo, para la memoria colectiva de los argentinos: «Ese día celebramos el momento en que la Argentina toda sepultó la más cruel de las dictaduras que hemos venido soportando».

Hizo alusión entonces a momentos que siguieron, unos felices, otros más tristes, pero en cualquier caso «siempre perseveramos en la institucionalidad; y toda crisis que se nos presentó supimos sobrellevarla preservando el funcionamiento de la República».

En una intervención sustanciosa, llena de conceptos muy claros sobre lo que busca hacer el nuevo gobierno, Alberto Fernández quiso dirigirse «muy personalmente a cada una y a cada uno de esos argentinos que habitan esta Patria, mi Patria».

«Desde la esperanza que millones de compatriotas han expresado en las urnas el pasado 27 de octubre, vengo a convocar a la unidad de toda la Argentina, en pos de la construcción de un nuevo contrato ciudadano social», expresó el mandatario en una exposición que fue arrancando, crecientemente, los aplausos de quienes escuchaban.

Ese Contrato habrá de ser fraterno y solidario: «Fraterno, dijo Alberto Fernández, porque ha llegado la hora de abrazar al diferente; solidario, porque en esa emergencia social es tiempo de comenzar por los últimos para después poder llegar a todos. Este es el espíritu del tiempo que hoy inauguramos».

Hizo una convocatoria sin distinciones, para poner a la Argentina de pie, para que comience a caminar, paso tras paso, con dignidad, rumbo al desarrollo con justicia social. Mencionó la necesidad de recuperar un conjunto de equilibrios sociales, económicos y productivos, que hoy el país no tiene. Es hora, exhortó, de abandonar el aturdimiento, de «ser conscientes de las profundas heridas que hoy padecemos y que necesitan curarse».

En su entender, hay grandes muros que Argentina debe superar para ponerse de pie: el del rencor y el odio entre los argentinos, y el del hambre que deja a millones de hombres y mujeres afuera de la mesa. «Y finalmente, subrayó, tenemos que superar el muro del despilfarro de nuestras energías productivas».

Alberto Fernández enunció desde el hemiciclo que no cuenten con él para seguir transitando el camino del desencuentro; y mencionó la urgencia de una ética de las prioridades y las emergencias.

La alocución fue la oportunidad de dibujar el sombrío panorama en que ha caído Argentina: más de 15 millones de personas sufren de inseguridad alimentaria en un país que es uno de los mayores productores de alimentos del mundo; uno de cada dos niñas y niños es pobre. Y como que sin pan no hay democracia ni libertad posibles, el nuevo mandatario anunció:

«Por eso la primera reunión oficial de nuestro gobierno consistirá en un encuentro de trabajo sobre esa prioridad: el plan integral “Argentina contra el hambre”. Allí todo nuestro gabinete, y las personalidades de la sociedad civil que generosamente se han sumado a nuestro llamado, comenzaremos la acción que ponga fin a este presente penoso».

A tenor con todo lo escuchado del discurso, el nuevo gabinete tendrá que reconfigurar un país para que el Estado tenga presencia, lo cual significa, entre otras muchas premisas, sacar a las economías familiares de la asfixia en que están; ayudar a los ancianos; salvar a las pequeñas y medianas empresas; a las industrias que hoy están ociosas; defender la cultura del trabajo a contracorriente de la actitud especulativa.

La reconfiguración no puede esperar: tal como denunció Alberto Fernández, hoy el desempleo afecta en Argentina a casi un 30 por ciento de los jóvenes, y esa tasa es todavía más alta para las mujeres jóvenes. Existen más de un millón 200 000 jóvenes que no estudian ni trabajan. Hay que garantizar, dijo el dignatario, el derecho al primer empleo a través de becas solventadas por el Estado, para que los jóvenes se capaciten y trabajen.

En los próximos días la dirección del país estará convocando —anuncio Fernández— a los trabajadores, a los empresarios, a los representantes del campo, y a las diversas expresiones sociales, para la puesta en marcha de un conjunto de acuerdos básicos de solidaridad en la emergencia, que constituyan el cimiento sólido a partir del cual se vuelvan a encender los motores de la economía.

La situación no exige menos: La inflación que padece el país, y así lo recordó el nuevo Presidente, es la más alta de los últimos 28 años. Desde 1991 Argentina no tenía una inflación superior al 50 por ciento. La tasa de desocupación es la más alta desde el año 2006, el  PBI percápita es el más bajo desde el año 2009, y la pobreza actual está en los valores más altos desde el 2008.

Más datos del descalabro fueron escuchados en la Asamblea Legislativa. Fernández recordó que detrás de estos terroríficos números hay seres humanos con expectativas, y que definitivamente el país pasó del estancamiento a una caída libre.

Habrá que trabajar mucho para poner a Argentina de pie. Alberto Fernández ha propuesto hacerlo con fuerzas propias, no auditados por nadie de afuera, ni con manidas recetas que siempre han fracasado.

Sobre la deuda externa, dijo que el país va a encararla. «Debemos volver a desarrollar una economía productiva que nos permita exportar y así generar capacidad de pago», destacó. «Siento estar transitando el mismo laberinto que nos atrapó a Néstor (Kirchner) y a mí en el año 2003, y del que pudimos salir solo con el esfuerzo del conjunto social».

Muchas ideas de valor compartió el nuevo Jefe de Estado: no puede haber argentinos de primera y de segunda; hay que poner en marcha acuerdos básicos de solidaridad en la emergencia, contando también con la participación de los gobernadores de todo el país; defender el medio ambiente; ser transparentes en el uso de recursos para obras públicas; desarrollar la capacidad habitacional; y mejorar los servicios de salud.

En materia de relaciones internacionales, explicó, se pondrá en marcha una integración plural y global. Plural porque la Argentina es tierra de amistad y relaciones maduras con todos los países; global, porque esa integración es con el mundo pero también es con el mundo local. «En esa globalización, resaltó, también sentimos a América Latina como nuestro hogar común».

Una actitud será inconmovible: «Defenderemos, todas y todos, sin distinción de partidos, nuestros derechos soberanos sobre las Islas Malvinas, la plataforma continental, la Antártida, Argentina, y los recursos naturales que esas extensiones poseen porque pertenecen a todos los argentinos».

En más de una ocasión Fernández pronunció la expresión del «nunca más»: nunca más al terrorismo de Estado, a la justicia contaminada, a la violencia, a los linchamientos mediáticos.

Habrá que mejorar, también, la educación  —universalizar la educación de la primera infancia, para que las niñas y niños, desde los 45 días hasta los cinco años de edad, aprendan, jueguen y convivan en ese espacio fundamental para su futuro como personas—. «No descansaremos, dijo el mandatario, hasta que un niño en una zona rural tenga el mismo acceso a una educación transformadora que una niña de un centro urbano».

El Presidente habló de un gran pacto educativo nacional, de poner en un primer plano los derechos de las mujeres; de abrazar a todos quienes sean discriminados, «porque cualquier ser humano, cualquiera de nosotros, puede ser discriminado por lo que es, por lo que hace y por lo que piensa, y esa discriminación debe volverse imperdonable».

Una Argentina donde el abrazo crezca y se multiplique. De eso habló Alberto Fernández, quien hacia el final de sus palabras agradeció a Cristina por su visión estratégica en estos años difíciles. Recordó también a sus padres, a maestros inolvidables, a Néstor Kirchner (quien en el 2003 lo convidó a la aventura de sacar a Argentina de la situación terrible en que había caído), y a sus compañeros de lucha, con quienes aprendió que «unidos podemos cuidar mejor a nuestra gente».

El mandatario quisiera que el nuevo gobierno sea recordado en un futuro, y así lo hizo saber, por la capacidad de unir a la familia en derredor de la mesa, por haber superado la herida del hambre, por haber superado la lógica perversa de una economía en torno a la desorganización productiva, la codicia, la especulación y la infertilidad para las mayorías…

«Pongámonos de pie y empecemos nuevamente nuestra marcha», convocó Fernández a la nación. Y en medio de sentidos aplausos, se dio por concluida la toma de posesión en el Palacio Legislativo.

Seguidamente, en el Salón Blanco de la Casa Rosada, tuvo lugar el saludo del Presidente argentino a los Jefes de delegaciones extranjeras que en estas horas han llegado al país austral para un traspaso de mando cuyos signos son el despertar y la esperanza.

Al mismo tiempo, en la Plaza de Mayo, el pueblo que desde muchas horas antes había llegado desde lugares bien distantes, celebraba un cambio que busca levantar el amor propio de un país que es bello e inmenso.

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