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La balanza mundial al otro lado de Greenwich

En un convulso 2019, China y Rusia se reafirmaron como potencias que influyen y deciden significativamente en los designios globales

 

Autor:

Marylín Luis Grillo

Es imposible negar el impacto de Rusia y China a lo largo de la historia de la humanidad. La primera, al este de Europa, y la segunda, al sudeste de Asia, marcaron impronta desde su propio surgimiento y expansión, cuando las separaciones geográficas    —hace un siglo ya— distanciaban mucho más a los hombres de lo que lo hacen hoy día.

Ambas han sido imperios, han influenciado pueblos, han marcado a las civilizaciones que las rodearon, han hecho culturas, y se redefinen ahora, en medio de la globalización, como dos importantes gestores de la historia.

Cartografía de dos países

Si su pasado no fuese suficiente para validar la trascendencia de las dos naciones, la geografía por sí sola les concediera ese papel. Rusia es el país más grande del mundo (alcanza los 17 100 000 km2 de extensión territorial) y China (con 9 600 000 km2), el cuarto.

Son también los Estados con mayor número de países fronterizos, 14 en total, que incluye a varios vecinos comunes y límites territoriales.

No estamos hablando de dos naciones gigantes cualesquiera. En Rusia, por ejemplo, existen las mayores reservas de recursos minerales del mundo, aunque el clima extremo —que alcanza la temperatura medial anual de -5,5 grados Celsius— dificulta su explotación.

El coloso gélido posee, según cálculos, la mitad de todo el carbón de la Tierra, proporciones similares de petróleo y cerca del 40 por ciento de gas natural a nivel global, por lo que en invierno es correcto pensar que desde los gaseoductos de Moscú se calienta Europa.

En tanto China, rica también en minerales y recursos hídricos, sobresale por su gente, y nunca mejor dicho: con 1 395 millones de habitantes y un porcentaje bajísimo de inmigración, es el país más poblado del mundo con una densidad de 146 personas por km2. Allí vive casi la quinta parte de la población mundial, lo que de conjunto con los 146 800 000 rusos, definen que cuando ellos hablan, habla gran parte del planeta.

Una alianza estratégica

En los resúmenes fotográficos del año abundaron las imágenes de Vladimir Putin, Xi Jinping y Donald Trump, presidentes de Rusia, China y Estados Unidos, respectivamente. Los líderes mundiales tienen en ellos a tres protagonistas indiscutibles (aunque no exclusivos) de varias de las novedades de este 2019 que ha concluido.

Putin y Xi incluso coincidieron en varias ocasiones. El mandatario asiático estuvo presente en el Foro Económico Oriental celebrado en Vladivostok, Rusia, y tomó el podio en el Foro Económico Internacional de San Petersburgo, donde se anunció además la firma de 70 acuerdos conjuntos.

«Compartimos puntos de vista similares en el panorama internacional y sobre el enfoque de la gobernanza nacional, y, lo que es más importante, compartimos un alto grado de consenso sobre la importancia estratégica de las relaciones China-Rusia y, por tanto, la misma determinación y el deseo de profundizar y mantener su crecimiento», expresó Xi en San Petersburgo.

Algo similar ya había dicho el líder del Kremlin al resaltar la prioridad que representa en la política exterior de Rusia profundizar la asociación estratégica integral de coordinación con China.

En el Foro Económico Internacional, que se celebra desde 1997, Putin, cerca de Xi, aprovechó la posibilidad para cuestionar las agresiones estadounidenses y la política proteccionista de Trump, quien se ha ceñido en una guerra autodestructiva con Beijing.

«Es un camino a conflictos interminables, guerras comerciales y, tal vez, no solo guerras comerciales. Hablando en sentido figurado, es un camino hacia batallas sin reglas que enfrentan a todos contra todos los demás», dijo.

Clásicos ejemplos serían los ataques a Nord Stream 2 y Huawei, ilustró Putin.

Sobre el gaseoducto de Rusia a Europa, denunció los esfuerzos de EE. UU. para «frustrar» su construcción, cuando «responde completamente a los intereses nacionales de todos los participantes, tanto los europeos como Rusia (…) Si no respondiera a sus intereses, nuestros socios no estarían presentes. ¿Quién los obligaría a la fuerza? Participan porque están interesados en la realización del proyecto». Porque en Europa, cuando el invierno se acerca, las relaciones con Rusia se tornan vitales.

Sobre el gigante chino de las telecomunicaciones, Huawei, denunció directamente una «campaña para expulsarlo del mercado», tras el veto estadounidense a esta empresa (que se concretó en mayo pasado) y la acusación de que sumarse a ella es exponerse a escuchas chinas con un alto riesgo de seguridad. Algo que calificó de «guerra tecnológica».

El enemigo de mi amigo es mi enemigo. Pudiera parecer  esa la filosofía del acercamiento de 2019 entre Moscú y Beijing como la clásica respuesta de frente común ocasional. Sin embargo, no es así, durante los últimos seis años, el Presidente chino se ha reunido con su homólogo ruso casi 30 veces, en una racha inusualmente vigorosa de diplomacia entre jefes de Estado.

«Ambos, el presidente Putin y yo, hemos prestado gran importancia y hemos promovido activamente la cooperación entre China y Rusia en comercio y economía», había comentado Xi en otra visita de Estado ocurrida en 2015.

Con los dos mandatarios a la cabeza, se han logrado destacados éxitos en fomentar la iniciativa de La Franja y la Ruta, así como la Unión Económica Euroasiática, encabezada por Rusia, porque en la unión está la fuerza.

De defensa y diplomacia o ¿el amor en tiempos de cóleras?

Atrás han quedado los tiempos de guerra fría y la bipolaridad mundial entre Estados Unidos y la Unión Soviética. Tampoco es unipolaridad, como pudo ser tras la caída del muro del Berlín y los Estados socialistas de Europa del Este.

La multipolaridad cada día es más marcada y compleja, al tiempo que la diplomacia se deteriora, surgen presidentes neófitos y la lucha por los espacios de influencia se hace más encarnizada.

Así se vive en la ONU, uno de esos escenarios de «conflicto» que pierde su esencia de espacio de diálogo. Y quizá este 2019 una de sus más encarnizadas sesiones del Consejo de Seguridad fue la dedicada a Venezuela, cuando se presentaron dos resoluciones… ambas vetadas.

Según una reseña de la propia CNN estadounidense, se trató de «un diplomático “juego de la gallina” —que consiste en ejercer presión sobre el oponente hasta que ceda—: Reino Unido, Francia y Estados Unidos se enfrentaron a Rusia y China».

El embajador ruso ante Naciones Unidas, Vassily Nebenzia, catalogó en ese momento que «el borrador presentado por la delegación de EE. UU. fue escrito para un cambio de régimen disfrazado de atención a las personas. Ya hemos visto todo esto en relación con Libia, Irak, Siria y Afganistán».

¿Dónde está la diplomacia aquí? ¿Dónde está la búsqueda de un compromiso?, agregó.

Pudieron haber parecido las votaciones un infructuoso ejercicio, pero demostró que los «designios del Norte» no son ordena y mando, y que al menos en Naciones Unidas, el oeste del Meridiano 0 es un fuerte baluarte del equilibrio global.

Las relaciones históricas  de Beijing y Moscú no son precisamente amigables, de hecho, esta pudiera ser su mejor etapa, tanto en lo comercial como en lo político y lo militar.

Por ello, en la actualización del Libro Blanco sobre la defensa nacional de China, por primera vez se cita explícitamente el papel especial que se le confiere a Rusia en la estrategia del país asiático para los próximos años.

Tal unión se hace sentir de manera especial en el área de Asia-Pacífico, un territorio «resguardado» también por los portaviones made in USA y donde Rusia y China presentan relaciones diplomáticas diferentes con varios países.

Los expertos opinan que la alianza político-militar de ambos países debe tomar la iniciativa no solo en esa región, sino en otras del planeta y que en el vínculo manifiesto garantiza que los países de la OTAN no desencadenarán conflictos militares a gran escala, cita Sputnik.

Y desde el propio Washington, la Comisión de Estrategia de Defensa Nacional del Congreso mencionó (en su típico tono belicista) que la actual situación de las Fuerzas Armadas estadounidenses pone en peligro los intereses del país norteamericano.

Señala el texto que la principal causa del deterioro castrense se debe a sus constantes despliegues militares en el mundo tras los atentados del 11 de septiembre de 2001, que han agotado el presupuesto de Defensa del país, haciendo imposible que pueda modernizarse, como lo han hecho China y Rusia. Un pretexto para obtener una tajada mayor.

En específico, afirma que la ventaja y superioridad militar de Estados Unidos ha desaparecido por completo en varios ámbitos, mientras que el equilibrio de poder ha cambiado a favor de sus rivales en zonas como Europa del Este y Asia Oriental.

De hecho, el Departamento de Defensa de Estados Unidos ha recibido anteriores advertencias de que su equipamiento militar no está a la altura de la destreza demostrada por Rusia en sus operaciones y maniobras a gran escala, ni ante el creciente poderío militar de China, sobre todo en los portaviones y misiles hipersónicos.

Aparecen así las pistas de cómo va cambiando el orden global y cómo se entrelazan dos potencias para conferir proporción a un mundo desequilibrado.

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