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Oriente Medio en 2019-2020, hegemonía fracturada de Washington

La entrada de Oriente Medio al 2020 ocurrió en un ambiente caldeado por inminentes amenazas de guerra y la fractura de la supremacía de Estados Unidos

Autor:

Leonel Nodal

La entrada de Oriente Medio al 2020 ocurrió en un ambiente caldeado por inminentes amenazas de guerra a lo largo de 2019, que al final se esfumaron en una asombrosa atmósfera de la fractura irreparable de la supremacía de Estados Unidos en la rica región proveedora mundial de petróleo, a pesar de su extensa presencia militar.

El fogonazo del misil Hellfire lanzado desde un dron militar MQ-9 Reaper de Estados Unidos que pulverizó la madrugada del 3 de enero de 2020 el auto en el que salía del aeropuerto de Bagdad el mayor general Qasem Soleimani, el mítico jefe de la Fuerza Quds de la Guardia Revolucionaria de Irán, repitió el efecto de los filmes de cowboys «made in USA» en que el jugador renuente a perder vuelca el tablero y pretende revertir su derrota de un pistoletazo.

El despliegue de portaviones en el Golfo Pérsico, buques de guerras, así como bases militares en algunos países y un sofisticado aparato de espionaje electrónico, no impidieron que Washington mostrara una imagen desteñida, de impotencia creciente.

En contrapartida, la pujante influencia política, diplomática y militar de Rusia, el indiscutible peso económico de China y el desafiante Eje de Resistencia a Israel, formado por Irán, Siria y Hezbolá en Líbano, revelan el notable giro que se consolidó en 2019.

Oriente Medio se adentra en el tercer decenio del siglo XXI envuelto en la misma atmósfera de tensiones impuestas por la política de «guerra al terrorismo», desatada por el republicano George W. Bush en 2001, pero el escenario es bien diferente.

Atrás, muy atrás, quedaron los días del presunto emperador de un mundo unipolar.

En los finales de este 2019, 18 años después, Afganistán se reveló como el mayor desastre militar emprendido por Estados Unidos, basado en una mentira gigantesca, que costó cientos de miles de millones de dólares y decenas de miles de vidas perdidas o tronchadas.

El presidente Donald Trump quiso transformar una retirada en carta de triunfo electoral, pero sigue empantanado en el jugoso negocio de «la guerra eterna», que alimenta la corrupción de poderosas fuerzas ocultas en el Pentágono.

Sin embargo, el hecho más significativo de 2019 en Oriente Medio resultó ser la consolidación del nuevo estatus geopolítico de Rusia.

El éxito de la operación antiterrorista en Siria, iniciada en septiembre de 2015 por invitación del presidente Bashar al Assad, proyectó a la figura del presidente Vladimir Putin como el protagonista más influyente en Oriente Medio.

La operación militar rusa en Siria se propuso derrotar a las organizaciones terroristas, como el Daesh, empeñadas en establecer un califato mundial que comprendería parte del territorio ruso, así como preservar la unidad territorial de Siria, su soberanía y autodeterminación.

Según fuentes oficiales, en la operación participaron más de 63 000 militares rusos y se efectuaron más de 45 000 vuelos de combate. En diciembre de 2017 Rusia anunció la derrota definitiva de Daesh/ISIS.

Ni siquiera la liquidación del jefe supremo de Daesh, Abu Bakar al Bagdadi, por parte de un comando de tropas especiales norteamericanas, en Idlib, restó peso a la decisiva barrida aérea rusa, con la acción en tierra del Ejército Árabe Sirio, que puso en estado de coma a los terroristas.

Un ensayo de los analistas occidentales Laura F. Palomo e Isaac J. Martín, difundido por la agencia española EFE, reconoció que «lo ocurrido en Siria es el paradigma de las nuevas dinámicas que han atrapado a la región».

«En 2019 —agregan— ya nadie cuestiona que el presidente sirio Bashar al Assad se mantenga en el poder en un país en reconstrucción al que quieren volver las naciones suníes del golfo, que en su día combatieron con milicianos contra este jefe de Estado de confesión alauí —rama del islam chií— y la influencia de Irán, su aliado».

El largo y tortuoso proceso de restablecer la paz y el proceso de reconstrucción tienen a Rusia y China como dos fuertes baluartes.

Por su lado, Trump quiso capitalizar el fin de las hostilidades con una publicitada retirada de Siria, con fines electorales en un país cansado de estériles aventuras externas.

Sin embargo, pese a su partida del norte del país para no chocar con Turquía, su aliado de la OTAN, que intenta trazar nuevas fronteras en Oriente Medio, Trump incrementó su presencia militar en los pozos petroleros ubicados en el este de Siria, en un desesperado intento por dañar al Gobierno de Al Assad y a su aliado Irán.

En la práctica, Trump mostró el carácter saqueador, filibustero y gangsteril de la política estadounidense en Oriente Medio desde el descubrimiento de sus riquezas petroleras a principios del siglo XX, un robo acallado con el pago de «regalías» a monarquías parasitarias que financió «el sueño americano» del auto propio.

 «Queremos traer a nuestros soldados a casa», diría Trump el pasado 3 de noviembre, para luego añadir con total descaro: «Pero sí, dejamos soldados porque nos quedamos con el petróleo».

La legítima decisión de Damasco, apoyada por Moscú, de proseguir la reconquista del control de todo el territorio ocupado por los terroristas, terminará por sacar del juego a los remanentes del Daesh, los yihadistas de Al Nusra, filial siria de Al Qaeda, o la milicia de mayoría kurda respaldada por Estados Unidos, conocida como las Fuerzas Democráticas Sirias (SDF). Es solo cuestión de tiempo.

Otros dislates de Trump en su política hacia Oriente Medio, como el reconocimiento de Jerusalén como capital del Estado judío y de los asentamientos israelíes en el territorio de Palestina, o el derecho de Israel a anexar las alturas del Golán sirio, con el obvio fin de respaldar a su aliado Benjamín Netanyahu (una palanca de acceso para su campaña electoral a las arcas del poderoso lobby financiero judío), debilitan el papel de Washington en la postergada solución del conflicto israelo-palestino.

De hecho, en 2019 se perfiló con mayor nitidez la verdadera naturaleza del conflicto, al definirse Israel como un intolerante Estado colonizador, que implanta un régimen de apartheid a una población despojada de todo tipo de derechos, salvo el de sublevarse por la liberación del territorio del que fueron expulsados y el derecho al regreso de los refugiados.

Un futuro justo exige la descolonización de Palestina y un Estado democrático para todos.

Por su parte, el influyente The Washington Post concluyó que Trump solo ha mantenido un interés sostenido por  Arabia Saudita, al que ha instigado (sin tanto éxito como el esperado) a invertir decenas de miles de millones de dólares en armamento estadounidense, en su empeño de fortalecer su papel como adversario regional de Irán.

La persistencia  de la guerra en Yemen, sumergido en una de las peores crisis humanitarias, hace más urgente que nunca una salida política negociada. Y al igual que en Siria y otras áreas de conflicto, los más optimistas depositan sus esperanzas en el papel y la influencia de Rusia.

A juicio de Moscú, según fuentes oficiales,  la crisis  en Yemen se tornó un factor desestabilizador para todo Oriente Medio, de ahí los varios intentos del Kremlin en 2019 por llevar a las partes del conflicto a la mesa de negociaciones.

El asesinato selectivo del general iraní Soleimani, a quien sus partidarios y analistas independientes atribuyen por igual la estatura de esos héroes que al caer en combate ascienden al Olimpo de los inmortales, lejos de revalidar el poderío de Estados Unidos en Oriente Medio prueba su desesperación y la ausencia total de talento en la conducción del republicano Donald Trump, quien ese día dio un salto al vacío, que abrió el desesperante compás de espera del contragolpe prometido por Irán, para hacerle justicia a su hijo pródigo.

Sería ingenuo imaginar que la República Islámica de Irán, heredera de la milenaria sabiduría del pueblo persa, que sorteó con éxito a lo largo de los últimos 40 años todos los intentos de sucesivos Gobiernos estadounidenses, pueda sucumbir a la provocación con gesto equivalente al ensayado por Trump.

Son muchas las preguntas abiertas y sin respuesta aún, pero el acto de terrorismo de Estado ordenado por Trump no quedará impune, solo que su alcance estratégico tal vez lo condene al desprecio eterno de sus propios conciudadanos, víctimas de su ineptitud y delirios de emperador en decadencia.

En contrapartida, Rusia y China,  los presidentes Putin y Xi, descuellan como influyente factor estabilizador en la región de la que Washington quiso sacarlos del juego hace dos décadas.

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