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La glorificación de la violencia y un nuevo asesinato

Estados Unidos se estremece por manifestaciones que exigen justicia  en decenas de ciudades. George Floyd y Minneapolis son circunstanciales: un hombre negro y una urbe de disparidades resultan espejos de una trágica e inhumana historia repetida

Autor:

Juana Carrasco Martín

«Cuando comienzan los saqueos, comienzan los disparos», la amenaza formulada por el presidente Donald Trump en un tuit en el que llamó «delincuentes» a los manifestantes de Minneapolis que protestan —ya por miles y en decenas de urbes de Estados Unidos—, irritó más aún a quienes han salido a las calles en respuesta a la muerte por asfixia de George Floyd, un hombre negro en manos de un policía blanco en Minneapolis.

Se supo que la frase presidencial, que Twitter ocultó por considerarla una «glorificación de la violencia», la había pronunciado un policía blanco encargado de reprimir las protestas de los afroestadounidenses en su lucha por los derechos civiles en los años 60 del pasado siglo, reportaba BBC.

No fue la red social la única en considerar la expresión  trumpiana en esos términos. El virtual rival del mandatario en las elecciones presidenciales de noviembre próximo, el ex vicepresidente Joe Biden, dijo que Trump estaba «llamando a la violencia contra ciudadanos estadounidenses durante un momento de dolor».

Otros se unieron a esa percepción y el medio británico citó a una profesora de gobierno y estudios afroestadounidenses de la Universidad de Harvard, Jennifer Hochschild, quien calificó de «una tragedia intolerable» el factor desencadenante de la situación caótica que reina ahora en las calles estadounidenses, y subrayó: Trump «está haciendo todo lo posible para empeorar las cosas».

La académica recordaba que puede llegarse a una nueva versión de los disturbios de 1968, y aseguraba: O él lo sabe y está tratando deliberadamente de recrear el nivel de hostilidad racial increíble de 1966, 1967, 1968, o simplemente es irresponsable.

Puede que ambas cosas. A Trump se le están yendo de las manos algunas situaciones bien sensibles, como es el aumento incontrolable de la pandemia de la COVID-19 (1 748 705 casos positivos y 102 856 fallecimientos hasta el sábado 30 de mayo), pero no ceja en ser gladiador en una arena de confrontación permanente, y llevó su irresponsabilidad a cesar los vínculos de Estados Unidos con la Organización Mundial de la Salud, en momentos tan críticos de la pandemia global, cuando más se necesita de la concertación y la colaboración.

Otra cifra también millonaria le ronda, esta vez en el desempleo, que ya llega a los 40 millones. De ahí su apresurada presión para abrir totalmente la economía estadounidense y detener el daño colateral de la crisis económica, aunque se lo obstaculicen las circunstancias impuestas por la pandemia, de ahí que,  en efecto dominó le sacuda un bajón de la confianza ciudadana en su manejo de esos escenarios nada halagüeños.

Por tanto, es la extensión de las críticas y de la incertidumbre en cuanto a qué puede suceder en las urnas en noviembre próximo. Hasta febrero, incluso marzo, estaba tan seguro de su reelección, y ahora hay mucha niebla en el camino para poder ver con claridad ese resultado favorable.

El contexto sociopolítico, económico y de salud, y sobre todo los comentarios del Presidente, están caldeando al país y no sobresale precisamente la llamada melting pot que idealizó la conformación como un todo unido de la nación imperial, sino una mayor segmentación de la ciudadanía, dividiéndola en color de la piel, en clases sociales, en posiciones ideológicas, incluso extremas e irreconciliables al punto de enervar el odio racial…

No olvidemos en este contexto de la pandemia que Trump aguijoneó con tuits y discursos a los bravucones racistas que forman parte sustancial de su base electoral, quienes  llegaron incluso a «tomar» armados hasta los dientes el capitolio de la gobernación de Michigan y hostigar a las gobernaciones de otros estados igualmente demócratas, negadas a abrir de manera irresponsable los lugares públicos de sus territorios.

«Sin justicia no hay paz», ha sido uno de los lemas coreados en las protestas actuales. Se refieren al hecho concreto de la muerte de George Floyd, pero trasunta también raíces más profundas.

Minneapolis, y su ciudad gemela al otro lado del río Mississippi, Saint Paul, son reflejo de la permanencia del racismo en la sociedad estadounidense. Con 437 069 habitantes en este 2020, es la 45 urbe de mayor población en EE. UU. La población blanca suma 3/5, para el 63,79 por ciento; son afroamericanos el 19,36 por ciento; asiáticos el 6,13, otras razas 4,64 y nativos americanos (Dakotas) 1,40 por ciento.

Estos números traducidos en el nivel de pobreza (19,94 por ciento) arrojan que son los negros los de mayor porcentaje, pues 41,97 por ciento (32 694 del total de 77 906) viven por debajo del nivel de la pobreza.

Se afirma que incluso antes de la crisis de salud, el diez por ciento de los residentes negros de las ciudades gemelas estaban desempleados en comparación con el cuatro por ciento de los blancos. Esa disparidad se ubica como una de las peores del país. Marcada diferencia que se asemeja a cuanto ocurre en todo el territorio de la Unión.

La justicia pasa entonces y sustancialmente por una igualdad de oportunidades que realmente es inexistente.

George Floyd, quien trabajaba como agente de Seguridad en un bar latino de la ciudad, es uno de los que perdió su trabajo en las actuales circunstancias, una pandemia que está sacando a flote en Estados Unidos esas marcadas diferencias, y las cifras muestran que la COVID-19 se ceba de una manera desproporcionada en los grupos poblacionales más pobres.

El crimen cometido por el policía Derek Chauvin y dos de sus tres agentes acompañantes, que otros videos muestran que lo mantenían contra el suelo, mientras un cuarto miraba hacia otro lado, no es un caso aislado, ni en la nación ni en Minneapolis.

El 15 de noviembre de 2015 estallaron protestas por la muerte a tiros de Jamar Clark, un afroamericano de 24 años que estaba siendo perseguido por oficiales policiacos de Minneapolis. Testigos dijeron que estaba esposado y no ofreció resistencia a los agentes Mark Ringgenberg y Dustin Schwarze. El 30 de marzo de 2016 se anunció que no habría cargos contra ambos policías.

Philando Castile, el 6 de julio de 2016, murió por los disparos del oficial de policía Jeronimo Yanez, en un vecindario a solo 15 minutos del actual centro de las protestas en Minneapolis. Un año después, Yanez fue declarado inocente.

En 2017, Justine Damond, una mujer blanca australiana-estadounidense llamó para denunciar un posible asalto sexual, y resultó que un oficial de Minneapolis, Mohamed Noor, un somalí-americano fue arrestado y condenado por asesinato en tercer grado a más de 12 años de prisión. Víctima blanca y victimario negro condenado…

Tres casos en Minneapolis que se reproducen y multiplican desde siempre en Estados Unidos, donde el comportamiento brutal de los cuerpos represivos es parte de su entrenamiento físico y sicológico, una técnica policial que ha provocado más de una tragedia a la población negra norteamericana.

Entonces, las furiosas protestas de ahora son una respuesta que corresponde a una población especialmente fastidiada, indignada, desesperada y abandonada a su suerte, y esta es siempre mala porque la pudre el racismo y la discriminación.

Un grupo de personas rodean el edificio de la policía de Minneapolis durante las protestas. Foto: EFE

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