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Sigue oliendo a podrido tras las paredes de Lava Jato

Cada vez es más evidente la manipulación política aplicada tras la presunta lucha contra la corrupción en Brasil. La pregunta es cuánto esas revelaciones podrán influir en el futuro político inmediato  

Autor:

Marina Menéndez Quintero

No se trata solo de un acto de elemental justicia. La decisión, ratificada por el Tribunal Supremo de Justicia de Brasil, de permitir que los abogados de Lula usen, como pruebas en su defensa, los diálogos entre el exjuez Sergio Moro y fiscales de la extinta operación Lava Jato, deben tener también importantes repercusiones políticas.

Se estima que fueron, precisamente, las comprometedoras conversaciones filtradas por el sitio web The Intercept, las que terminaron por derribar un operativo que supuestamente nació para combatir la corrupción en Petrobras pero que, en verdad, fue garrote en manos de un verdugo que apaleó sin compasión a los adversarios políticos del establishment.

Ahora Lava Jato ha concluido y Moro trata de evadir el escenario; pero cobran fuerza las revelaciones que muestran la manera artera en que se torcieron los destinos brasileños. 

Mediante Lava Jato y sus falsas acusaciones se levantó el impeachment que defenestró a Dilma Rousseff en 2016 y se enjuició y condenó a Lula; hasta se le encerró —«preventivamente»— antes de que el proceso judicial hubiera concluido, con lo cual se abrió paso al engañoso fenómeno de popularidad llamado Jair Bolsonaro, ganador de la presidencia en 2018 porque al aspirante con más arraigo —Lula— se le impidió la postulación.

Las conversaciones filtradas evidencian cómo se inventaron las acusaciones durante Lava Jato, mediante la onerosa práctica de las delaciones premiadas.   

Tales manejos están hace rato en la palestra y constituyen un escándalo que no dejará de sonar, porque ahora podrán ser esgrimidos por la defensa para presentar los recursos que libren a Lula de los 12 años de prisión a que fue injustamente condenado apenas por una de las varias causas abiertas, con saña, contra él. Una a una se han ido derrumbando.

Sin embargo, la reivindicación del líder del Partido de los Trabajadores (PT) desde el punto de vista judicial, significa también una reivindicación política para un partido y, en general, para un quehacer —han sido satanizados los mandatos de Lula y de Dilma— que fueron igualmente salpicados por los desperdicios cocinados en Lava Jato.

Algunos dentro de la izquierda se aventuran a especular ya que «el enfrentamiento» frustrado por el apresamiento del líder del PT, podría verse en los comicios presidenciales de 2022. Entonces, dicen, Lula podría enfrentar los deseos reeleccionistas que, pese a los pedidos de juicio político en su contra, se adivinan en Jair Bolsonaro.

Para graficar el octanaje de las invenciones de Lava Jato, la agencia Telam citó apenas una de las exclamaciones de uno de los investigadores complotados con Moro, Deltan Dallagnol, quien, cuando el expresidente fue condenado, festejó diciendo que era un «regalo de la CIA».

Según Telam, hubo intercambios de información ilegales con fiscalías de Suiza y el Departamento de Justicia de Estados Unidos.

Incluso el juez Gilmar Mendes, del tribunal supremo, ha dicho que «este modelo de Justicia es de un estado totalitario, que fue complaciente por parte de los medios. Es, como dijo The New York Times, el mayor escándalo judicial de la historia de la humanidad. Está lleno de delitos, repercutiendo en todo el mundo».

Un artículo publicado esta semana por el influyente periódico estadounidense, efectivamente, no se anda con remilgos y asegura que las consecuencias de aquel contubernio están claras: «el Estado de derecho está cada vez más en peligro con el beneplácito de buena parte del establishment político y económico que ayer respaldó ciegamente la operación Lava Jato y hoy apoya la llegada de un político acusado de corrupción a la presidencia de la Cámara de Diputados (se refiere al bolsonarista Arthur Lira), al tiempo que el Presidente desarticula la mayoría de las instituciones de lucha contra la corrupción y el crimen».

Ahora muchos consideran también que está más cerca la aprobación del juicio demandado contra Sergio Moro pero — ¡oh, las cosas del sistema brasileño!—, según ha difundido ladiaria.com.uy, Moro anunció en diciembre que comenzaría a trabajar como uno de los directores de la empresa Álvarez and Marsal, que se especializa en recuperación judicial y gestión de activos, y tiene entre sus clientes, nada menos, que a la constructora brasileña Odebrecht, otra de las crucificadas por operaciones corruptas.

Expertos han asegurado que la presencia de Moro allí podría estructurar para Odebrecht numerosas «líneas defensivas», toda vez que el exjuez y exministro de Justicia «tuvo acceso a innumerables piezas de prueba que aún no han sido publicadas y que, sin duda, pueden estar motivando nuevas líneas de investigación que, para el público en general, son secretas».

 Pese a todo, aún la corrupción campea.

 

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