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Washington-Beijing: guerra fría, imaginación caliente

En el país que alimenta el mayor complejo militar industrial está germinando otro «complejo» que suele devastar a los matones: el complejo de inferioridad frente a China

Autor:

Enrique Milanés León

Resulta que un avión de combate estadounidense F-35  desaparece del radar, en el estrecho de Ormuz, al tiempo que a más de 6 000 kilómetros, en el siempre movido mar de China Meridional, una triada de destructores yanquis —que seguramente andaba por allá buscando unas McDonalds— se topa con el Wen Rei, pesquero chino que ardía sobre el agua. Generosos, los norteamericanos tratan de ayudar, pero cuando la capitana Sarah Hunt intenta comunicar el incidente a su país, se da cuenta de que… ¡han perdido las comunicaciones!

Cualquiera adivina que los dos incidentes estaban conectados: China hackeó el caza —¿qué cazaba, por cierto, en Ormuz?— y, para liberarlo de su amarre en el aire, exige que los buques de Washington abandonen sus aguas. El águila orgullosa se niega al chantaje y el dragón de Beijing achicharra y hunde la flota intrusa. Así, entre ciberataques, tropas destrozadas, reclutamiento de aliados y disparos nucleares tácticos nace, en el año del título, la Tercera Guerra Mundial.

Es la idea del libro 2034, a novel of the next World War; esto es, 2034, la novela de la próxima Guerra Mundial, escrito a dos cerebros por el novelista Elliot Ackerman y el militar Jim Stavridis, quien acumula más de 30 años en la Armada estadounidense y entre 2009 y 2013 fue, para Europa, comandante supremo aliado de la OTAN.

En una entrevista, Stadrivis dio una respuesta más que interesante sobre la razón de la novela: Estados Unidos se está quedando sin imaginación, y un país sin imaginación está abocado al desastre.

Los senderos de Tucídides

Por sobre los impresionantes saltos de la ciencia y los portentos tecnológicos de los dos colosos de nuestra época, es la imaginación —algo muy diferente a la fantasía— la que traza la ruta de los mayores conflictos. En Estados Unidos se menciona mucho, por cierto, la llamada «trampa de Tucídides». ¿Andarán los dos países caminando a ella?

Hace un rato, allá por el siglo V a.n.e., el historiador y militar ateniense Tucídides contó en su Historia de la guerra del Peloponeso cómo el poder creciente de Atenas y el recelo temeroso que ello provocaba en Esparta condujo a la conflagración. Quienes proyectan el caso a nuestros días y ven Atenas en China y Esparta en Estados Unidos tienen razones para creer que el peligro no es mera metáfora histórica.

El académico estadounidense Graham Allison, principal defensor de esa teoría, sostiene que, aunque la guerra entre las dos superpotencias no es inevitable, sí resulta «más que probable». Para argumentarlo, recuerda que en 12 de 16 casos a lo largo de los últimos 500 años, cuando una potencia en ascenso ha retado a otra ya establecida, el resultado ha sido irse a las armas.

¡Quítale el botón a Trump!

Si en 2034, a novel of the next World War se presagia la guerra desde la ficción literaria, en Peril (Peligro), el libro aún caliente que el reconocido periodista Bob Woodward escribió junto con su colega Robert Costa, se expone, desde el reporterismo y la entrevista, la certeza del problema: por los días en que Donald Trump daba sus últimos coletazos en el cargo, el general estadounidense de mayor rango se aseguró de que el mandatario no pudiera lanzar un ataque contra China. Mark Milley, el Jefe del Estado Mayor Conjunto, tenía una sencilla razón para hacerlo: desconfiaba de la cordura de su presidente y comandante en jefe.

Milley, que meses antes de la revuelta del 6 de enero de este año en el Capitolio había asegurado a su homólogo chino Li Zuocheng que el país asiático no estaba en la mira estadounidense, volvió a llamarle tras los disturbios: «General Li, quiero asegurarle que el Gobierno estadounidense es estable y todo funciona bien. Estamos ciento por ciento estables. Todo está bien. Pero la democracia a veces puede estar descuidada», le dijo al alto militar chino.

La calentura verbal de Trump inflamó a tal punto las imaginaciones que, frente a la idea de un golpe a China o a Irán, nada menos que Gina Haspel, entonces directora de la CIA, llegó a decir —según recoge el libro—: «Es una situación altamente peligrosa. ¿Vamos a atacar por su ego?».

Bebés en la sala de máquinas 

Otro flanco que pone presión es que en el país que alimenta el mayor complejo militar industrial está germinando otro «complejo» que suele devastar a los matones: el complejo de inferioridad frente a China. Esta misma semana renunció a su cargo de director de software para el Gobierno y la Fuerza Aérea Nicolas Chaillan, quien afirmó que, en la preparación para una guerra en internet, Estados Unidos está, en comparación con China, a nivel de «jardín de infancia».

El renunciante se fue frustrado por una razón que rebasa el golpe a sus aspiraciones personales: siente que Estados Unidos es incapaz de competir con China. Chaillan dijo al Financial Times que pelear contra ese país era «imposible» y que Estados Unidos no tiene «ninguna posibilidad de luchar contra China en 15 o 20 años».

La profecía de Kissinger

Algunos recuerdan que hace 49 años el presidente Richard Nixon y su secretario de Estado, Henry Kissinger, ofrecieron a China una «normalización de relaciones» para incrementar la presión contra el gran rival de entonces: la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.

Pese a la jugada, el astuto Kissinger acotaba que los chinos eran «tan peligrosos como los rusos» y aventuró «nostradámicamente» que «dentro de cierto período histórico, incluso serán más peligrosos que los rusos». Es obvio que, para la Casa Blanca, la profecía se ha cumplido.

Según el analista español Rafael Poch, si bien el Secretario de Estado reconocía que entonces necesitaban a los chinos «para disciplinar a los rusos», también tenía claro que en el futuro sería al revés y por ello anunciaba a Nixon de que su sucesor en la Casa Blanca tendría que inclinarse «hacia los rusos, contra los chinos». Ahora, Uncle Sam va contra los dos. 

En paz descanse el Pacífico

Como si ya no hubiera chispas suficientes para incendiarle el mar a China, el presidente Joe Biden y los primeros ministros de Reino Unido y de Australia, Boris Johnson y Scott Morrison, respectivamente, anunciaron hace unos días el acuerdo tripartito de defensa para el Indo-Pacífico, pacto conocido como Aukus. Sí, el chanchullo colosal de los submarinos nucleares que, de paso, causó la ira de Francia.

Supuestamente conciliador, Johnson aseguró que el Aukus no apunta a Beijing, pero admitió que la región del Indo-Pacífico es cada vez más el «centro geopolítico del mundo». ¿No tendría que alarmarse China cuando es el centro de esa región centro? Mientras ella levanta una poderosa república en sus tierras ancestrales, Estados Unidos llega de muy lejos a ponerle trampas y a hacer lo que mejor sabe: indisponerle vecinos y echar sal y pimienta a la olla de los conflictos en la zona.

Biden no entiende sus «chistes»

La Casa Blanca estudiará aún las notas de Kissinger, pero China no cree en eso de «disciplinar» países. El mes pasado, Gang Qin, embajador en Estados Unidos, advirtió a Washington que no tratara a su nación como trató a la Unión Soviética.

El diplomático expuso la firmeza de su pueblo con un ejemplo sencillo: «Cuando Estados Unidos elige usar el poder estatal para derrocar a Huawei, solo puede esperar, en palabras de muchos chinos, no el colapso de Huawei, sino la aparición de más empresas como Huawei».

Pero al imperio yanqui «no le entra» el mandarín. El periódico The Wall Street Journal destapó hace poco que un equipo de fuerzas de operaciones especiales e infantes de marina de Estados Unidos operó en secreto nada menos que en Taiwán, por lo menos por un año, para entrenar a militares taiwaneses de cara a un posible conflicto con China.

Ethan Paul, académico del centro de investigación Quincy Institute for Responsible Statecraft, comentó al sitio democracynow.org que esa interferencia puede causar «un conflicto capaz de envolver toda la región». El artículo más reciente del analista se titula Biden no comprende la nueva Guerra Fría. Posiblemente, la causa de ello resida en que el Presidente del imperio en caída no tiene imaginación.

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