Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Poetas

Autor:

Reinaldo Cedeño Pineda

«La poesía es la lámpara del mundo», escribió Jesús Cos Causse, en un epigrama dedicado a Walt Whitman. Me parece estarle viendo, ahora mismo, con las camisas que iban a rodar de su esqueleto, con su estampa de Quijote. No se me borra aquella su imagen gloriosa del cimarrón ahorcado «en la rama más alta del flamboyán más hermoso de la tierra».

La poesía tiene su cimarronaje. No cree en geografías ni tiempo. Se resguarda en el palenque de los apasionados.  Se aparece en el silencio, emerge de cada desgarrón. Neruda lo hizo: «Puedo escribir los versos más tristes esta noche». Y Vallejo: «Hay golpes en la vida, tan fuertes... ¡Yo no sé!  / Golpes como del odio de Dios». Nazim Hikmet escuece con la tragedia de Hiroshima: «Una niña que ha ardido cual si fuera papel / No come caramelos».

La poesía es atalaya de la historia. Funda en espíritu lo que la realidad no ha concretado. En el siglo XVIII, Manuel Justo de Rubalcava hizo flamear nuestra  naturaleza en su Silva Cubana: «Más suave que la pera / en Cuba es la gratísima guayaba (...) Amable más que el guindo / y que el árbol precioso de la uva / es acá el tamarindo». En la centuria posterior, Heredia tejió la patria cuando esta era solo ansia y desvelo: «Aunque viles traidores le sirvan, / Del tirano es inútil la saña, / Que no en vano entre Cuba y España / Tiende inmenso sus olas el mar».

Cada flor que intenta conmover la muerte, es un acto supremo de poesía. En el foso de San Carlos de la Cabaña se halla la tumba del poeta de las golondrinas. Entre la piedra centenaria, la yerba. Hay una placa hendida por el tiempo donde puede leerse: «Aquí, el 25 de agosto de 1871, cayó destrozado por las balas españolas, el poeta mártir cubano Juan Clemente Zenea». La colocó su hija Piedad. Nunca un nombre estuvo mejor puesto.

El siglo XIX cubano cobró a dentelladas el don que puso a sus poetas. Diego Gabriel de la Concepción Valdés también fue fusilado, como Zenea, y la Plegaria a Dios fue su mortaja. Con la poesía, en cambio, no puede el metal ni puede la pólvora. La profesora Daysi Cué le rinde un tributo increíble en su libro Plácido, el poeta conspirador.

Luisa Pérez de Zambrana vivió el fallecimiento de su esposo y de cada uno de sus hijos. Atravesó esas tinieblas, esa desolación asida a sus letras. Se despojó de toda fatuidad para entregarnos con «A mi amigo A.L.», un retrato ético, un retrato lírico que no conoce finitud: «No me pintes más blanca ni más bella / píntame como soy, trigueña, joven, / modesta y sin beldad (...) Píntame en torno / un horizonte azul, un lago terso / Píntame así que el tiempo poderoso / pasará velozmente, como un día / y después que esté muerta y olvidada / a la sombra del árbol silencioso (…) me hallarás estudiando todavía».

Martí me hace volver siempre. Cuando la pequeña ardilla pone en su sitio a la montaña, orgullosa de su destino superior, oronda de su tamaño: «Ni yo llevo los bosques a la espalda / ni usted puede, señora, cascar nueces».

«Poesía eres tú», diría Bécquer lapidariamente. Es «sajadura y espera», escribe Dulce María Loynaz. Ella develó el secreto de  la muchacha coja que «Se hincó el pie con la punta de una estrella». Eliseo Diego sabía que un poeta podía nombrar las cosas. Virgilio sostuvo la isla en peso, una isla y su circunstancia del agua por todas partes.

Luis Yuseff se detiene en ese instante en que contemplamos la rosa que nos ha tocado en este mundo, en que bebemos «a sorbos de muerte / la negra leche del alba». Roberto Manzano apuesta siempre por el hombre, capaz de crear la  «increíble posibilidad anilladora del ojal y del botón, esa divina sencillez... / el portento restaurador de la píldora». Barnet confiesa que «he hecho lo indecible por empujar un país».

Sin poesía no habría puentes ni pirámides, me confesó una vez Carilda Oliver Labra. La poesía sujeta el océano en una gota. La poesía auténtica nunca es cobarde. Por eso voy con Guillén, con Nicolás, asido a sus versos por los caminos de la vida: «Al corazón del amigo:/ abre la muralla; / al veneno y al puñal: /cierra la muralla».

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