Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

¿La familia sigue ahí?

Autor:

Liudmila Peña Herrera

Dicen los expertos que ha cambiado la estructura, que el modelo va del clásico al emergente, que no es casual, porque no somos los mismos de hace décadas atrás.

Existen muchos estudios científicos que caracterizan, describen y explican cómo y por qué la familia cubana ha buscado —como las de casi todo el mundo— nuevas maneras de conformación y representación, para estar a tono con las realidades contemporáneas. Numerosas formas disparan las alarmas de los poco acostumbrados a lo diverso o a lo menos frecuente.

Pero no es la estructura diferente lo que debiera preocupar. Por suerte, cuando despertamos —como lo que sucede con el dinosaurio de Monterroso— la familia sigue ahí, más o menos íntegra, organizada de esta o aquella manera, comunicándose de una u otra forma, pero continúa ahí, en el centro mismo del palpitar de la sociedad, formando parte de la conciencia y el corazón de los cubanos.

No es casual que la Constitución de los nuevos tiempos conciba a las familias como la base de la construcción y el desarrollo de la Cuba mejor que nos proyectamos. Tampoco lo es que al finalizar 2018 un por ciento incalculable pero considerable de cubanos nos hayamos sentido necesitados de acudir al calor de la familia ampliada, esa que heredamos desde el nacimiento y que construimos, poco a poco, durante toda la vida, para recibir el 2019 con más amores que desazones, compartiendo espacios en vez de dividirlos, soñando los sueños nuestros y quién sabe si haciendo que se cumplieran los de otros tan solo con nuestra presencia.

A lo largo de la historia patria, la familia cubana ha sorteado no pocos obstáculos —tanto materiales como espirituales—, muchas veces enfrentándose a laberínticos procesos (migraciones, divorcios, estrecheces económicas…) de los cuales ha salido mucho más fortalecida, en algunos casos y, en otras, escindida. Por eso mi reflexión no se enfoca tanto en la composición del núcleo familiar, como en la salud de sus relaciones, en la fortaleza de las raíces de la planta matriz de la cual depende, en buena medida, la calidad de sus frutos.

Tengo que reconocer que aunque el tema me inquieta desde hace mucho tiempo, la inspiración nació gracias a un correo electrónico de una fiel lectora de JR, la profe Matilde, quien ponía el pie forzado a este comentario contando que se sentía desfallecer en medio de una enfermedad agravada por sus padecimientos de base, y cómo el cariño de su descendencia la hizo «reverdecer» de entre la desesperanza.

En tiempos tan complejos como los actuales, donde la preminencia del dinero y el individualismo marcan el comportamiento de algunas personas, cada miembro adulto del hogar debe hacer un espacio en la agenda cotidiana para replantearse cómo mantener con vida y fortalecer esos hilos misteriosos que conforman la armonía, la paz, el respeto, la admiración y el cariño entre los miembros de la familia. Porque no se trata solo de convivir y satisfacer las necesidades materiales —que no dejan de ser imprescindibles—, sino de reconocer el valor de los afectos, de la importancia del apoyo tras una dificultad o la celebración de cualquier éxito, por pequeño que parezca.

Para que una familia pueda existir de forma armónica, cada miembro cuenta, desde el anciano o la anciana que se mece en el sillón e intenta leer pacientemente este periódico, hasta el bebé que hoy acaba de nacer y es el centro de atención de toda la familia.

Sobre todo, debemos tomar precauciones para que ese pequeño integrante crezca en el amor a sus mayores —hermanos, padres, abuelos… y todo ese conglomerado de personas a quienes lo unen, genética o espiritualmente—. Nadie ha dicho que sea fácil, que no conlleve esfuerzo y paciencia; pero de lograrse, estaríamos garantizando que mañana nuestros hijos y nietos no solo miren hacia el horizonte en su búsqueda por la satisfacción profesional y personal, sino que también detengan sensiblemente su mirada en ese ayer que seremos nosotros mañana y no los guíe el egoísmo que pone en peligro el concepto de familia en la que, reitero, no es más importante su composición que los valores que la definen.   

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