Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Fusilados, y redivivos

Autor:

José Alejandro Rodríguez

Uno llora ante Inocencia, la película de Alejandro Gil sobre el fusilamiento de los ocho estudiantes de Medicina por el poder colonial español en 1871. Y no son lágrimas ligeras. Uno redescubre el vil suceso en toda su magnitud, y embellece de conmoción y hondura una vieja y aburrida clase de historia, supuestamente tan sabida.

Al final del filme, mientras el último de los jóvenes ultimados nos mira desde la pantalla y se resiste a desplomarse, en una alegoría de la perdurabilidad de la justicia y la verdad por encima de sus matarifes, uno sufre a quemarropa el disparo más alevoso a la conciencia patria.

Al salir de la proyección del filme Inocencia a la prensa, a pura ráfaga de emociones, es cuando descubres que uno son muchos. Afuera, en el vestíbulo del cine, igual de estremecidos se aglomeran espectadores alrededor del equipo de realización presente, y no atinan a marcharse. Abrazos, besos, fotos colectivas… y un misterioso lazo de trascendencia retiene a todos.

Entonces descubres que se reedita de otra manera aquel ingenioso recurso del director de cine, Woody Allen, en uno de sus filmes, cuando los actores de la película saltan de la pantalla y cruzan hacia la realidad. Los ocho estudiantes de Medicina, con el desenfado de la modernidad, están ahora haciéndose selfies junto a jovencitas ansiosas como cascabeles.

Y los noveles actores, o los estudiantes fusilados —ya nadie sabe— tienen el mismo brillo en la mirada y se ríen de sus propias locuras, acortando los 147 años transcurridos. Al igual que en la virginal escena del filme en que pasean impulsados y felices de su travesura, en el carromato que conduce los cadáveres hasta la sepultura, sin imaginar lo que les espera, quizá esta tarde se monten en una guagua repleta de tropiezos y reguetones, una verdadera expedición hacia lo desconocido. Nada, que «ellos hubieran sido como nosotros, nosotros hubiéramos sido como ellos»; cuánta razón tenía Fidel.

Cuando Inocencia se exhiba masivamente en las salas de cine, o se reproduzca de memoria flash en memoria flash, la memoria histórica del cubano se enriquecerá como solo lo puede lograr el arte verdadero, más que mil conferencias magistrales. Cuando ese último inocente, resistiéndose a desplomarse, siga mirando a tantos compatriotas desde la pantalla y disparándoles a su más tierna convicción patria, nos seguiremos preguntando de qué argamasa misteriosa está hecho el cubano.

Ojalá Inocencia convoque a maestros, historiadores, comunicadores y periodistas, hasta a los padres frente a los hijos, a cuestionarnos de qué manera estamos transmitiendo ese tesoro de lo vivido; y si logramos seducir y enamorar desempolvando distancias y épocas, con esa misma ilusión que brillaba en los ojos de los estudiantes de Medicina. Y, ¿qué habrá dejado Inocencia en sus jóvenes actores?

Por lo pronto, de la tarde en que la película se presentó a la prensa, guardo como un talismán la imagen del gran actor Héctor Noa —odio visceral como jefe del Cuerpo de Voluntarios en La Habana de 1871 en el filme— sonriendo hasta la ternura con sus «ocho estudiantes», en medio del goce de la paz y la alegría. Porque nunca serán lo mismo las historias de la vida, que la vida de las historias.

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