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Trump, el extorsionista

Autor:

Juana Carrasco Martín

Para el Presidente de Estados Unidos el mundo no tiene otra opción que armarse y el mejor lugar para ello es… Estados Unidos. Una lectura por arribita de titulares de prensa deja ver el avance de la industria militar del imperio, empujada por la administración de Donald Trump.

Desde su llegada a la Casa Blanca en enero de 2017, Trump ha hecho manifiesta su intención de fortalecer aún más la posición militar de Estados Unidos frente a Rusia y China, el deseo de mantenerse como primera potencia mundial en todos los ámbitos, la pretensión de dirigir un mundo unipolar en el que reine su «America First» o, lo que es igual, EE. UU. primero.

Aude Fleurant, investigadora del Instituto Internacional de Estocolmo para la Investigación de la Paz (Sipri), explicó recientemente que «el incremento del gasto de EE. UU. responde más a una estrategia de disuasión que a las exigencias actuales de sus operaciones en el exterior», lo que es verdad, pero también le sirve para impulsar una industria que requiere de crear conflictos para vender su producción de muerte.

Trump le ha exigido a la OTAN que aumente los gastos en defensa, bajo el pretexto de que ello es necesario para enfrentar a Rusia. Como decía un comentario en una red social, es una pena que Europa no entienda que EE.UU. la quiere como su cabeza de turco en caso de guerra; sin embargo, haya o no un conflicto bélico, la quiere de compradora.

Los 29 miembros de la OTAN aumentaron conjuntamente su gasto militar un siete por ciento (56 500 millones de euros) en 2018 respecto al año anterior y entre los que incrementaron las partidas están Francia, Reino Unido, Alemania, Italia y España, que prácticamente no lo hacían desde 2008.

Estados Unidos no puede quedarse atrás y por primera vez desde 2010, su gasto militar aumentó en un 4,6 por ciento respecto al año anterior y ocupó el 36 por ciento del total del orbe, para alcanzar su máximo histórico, según publicó el Sipri, frente al 2,6 por ciento del gasto militar mundial.

En ese trampolín para la industria de guerra, el papel de extorsionador del hombre en la Casa Blanca tuvo otra expresión este año, cuando presionó a los Estados nucleares —no solo a Rusia— al retirarse en febrero de un acuerdo de desarme que data de la época de la Guerra Fría, el Tratado de Fuerzas Nucleares Intermedias.

En esa búsqueda de mercados, el Medio Oriente ocupa un lugar especial y un cliente prioritario es Arabia Saudita, para la que Trump intentó una declaración de emergencia con el fin de evitar las 22 resoluciones del Senado de EE. UU. que objetan las ventas de armas a esa nación. El mandatario intenta evadir la supervisión de 8,1 mil millones de dólares en ventas de armas a Riad.

Las guerras de agresión bajo el ropaje de «guerras civiles» no han cesado, tampoco el elemento del terrorismo empleado a fondo para imponer incertidumbre y desconfianza.

Por ahora, ganan los consorcios, véase un ejemplo en la fusión que se está produciendo ahora y a pesar de las advertencias contra este tipo de monopolio, entre United Technologies y Raytheon, lo que creará un gigante aeroespacial y de defensa que puede llegar al valor total de unos 166 000 millones de dólares. Y ventas anuales por 74 000 millones de dólares. Buscan —no tenga la menor duda— transformarse en los líderes del desarrollo de tecnologías como la inteligencia artificial y la hipersónica.

La nueva compañía se llamará Raytheon Technologies Corporation y según un comunicado dado a conocer el 9 de junio por el ente industrial, «ofrecerá tecnología expandida y capacidades de  investigación y desarrollo para ofrecer soluciones innovadoras y rentables alineadas con las prioridades de los clientes y las estrategias de defensa nacional de EE. UU. y sus aliados y amigos».

Estos consorcios no son los únicos que se están enriqueciendo más aún en la desbocada carrera armamentista. Las guerras existen, están repartiendo muerte por todas partes, y gastando arsenales que necesitan ser repuestos; las amenazas de intervenciones militares se han direccionado hacia América Latina y el Caribe y también en esta región, que sus pueblos saludamos como Zona de Paz, se desequilibra por la injerencia estadounidense.

Por tanto, cuando la industria bélica gana, ¿quiénes pierden? Pues podríamos perder todos. En el enorme tablero de ajedrez en que se desenvuelve el panorama político mundial, hay un aumento de la peligrosidad propiciado por la posición extorsionista, unilateral e impetuosa de Estados Unidos para imponerse sobre los demás.

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