Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

¿Cerrado por reunión?

Autor:

Osviel Castro Medel

Resultó un día «atravesado», no por haber sido un miércoles del calendario, sino por su signo de tranque y obstrucción.

Un colega residente en La Habana quiso desandar el célebre paseo bayamés, tal vez pensando en reeditar experiencias pasadas, con sabor a helados cremosos o a ofertas que hicieron de la calle General García un referente nacional.

Sin embargo, ni la cremería La Luz, ni los mercados Cabalgata y Granada —tampoco la superhamburguesera— exhibían múltiples ofertas.

Conocedor del actual bache económico nacional —agrandado por leyes draconianas made in USA—  el periodista no se alarmó tanto por la disminución de los abastecimientos en la ciudad.  Tal vez —razonó él— fue una fecha de mala fortuna.

Sin embargo,  algo sí lo inquietó al extremo en su periplo curioso por Bayamo: una reunión. En el insigne Piano Bar, una de las pocas unidades con opciones a esa hora (4:30 p.m.), el portero informaba a cuantas personas intentaban ingresar:  «No se está prestando servicio». Y luego añadía, casi solemnemente, que dentro del recinto sesionaba una importante reunión de administradores.

«Tal vez el primer punto de la asamblea sea cómo aprovechar mejor el horario de las instalaciones gastronómicas», ironizó el agudo reportero.

Desde entonces su sarcasmo ha quedado latiendo en mi memoria porque en el fondo —y hasta en la superficie— habla de un mal del que, en hipótesis, nos habíamos librado hace rato: reunirnos en el horario menos indicado o en el lugar que más dista de lo ideal.

¿Era muy difícil, por ejemplo, celebrar aquel «tope administrativo» en La Luz, que se encuentra a escasos metros del Piano Bar y estaba con todas sus sillas y mesas disponibles?

Ojalá aquella asamblea haya sido una práctica aislada de la rama gastonómica… pero una verdad se nos atraganta cuando analizamos anécdotas como la narrada: muchas otras reuniones a lo largo de los años han paralizado servicios públicos  durante horas y nos han malogrado un trámite, una compra, a veces hasta una simple información.

Lo más llamativo es que en la provincia donde vivo y escribo —como seguro sucede en otros territorios— las máximas autoridades han insistido en que ninguna asamblea debe interrumpir actividades que afecten a los clientes. «Si una reunión es sumamente importante háganla de madrugada, en cualquier horario menos en el de atender al pueblo», enfatizaba hace poco un dirigente local cuando algún televidente se quejó del cierre de un mercado por la celebración de cierto encuentro de administrativos.

Claro que las reuniones hacen falta porque sirven para proyectar en conjunto, analizar situaciones, chequear tareas, trazar estrategias, discrepar de un método o recibir orientaciones. Pero cuando parecen importar más que los encargos sociales y gracias a ellas se somete a la gente a esperar sin miramientos,  salen a relucir fantasmas ligados con el burocratismo, el maltrato y la desatención.

En cualquier caso, la reunión siempre debería ser un medio para trabajar mejor, nunca un fin, ni un recuento vacío entre paredes, mucho menos un asalto al preciado tiempo de las personas.

En cualquier época, debería ser movimiento, no parálisis; solución, no problema, puerta abierta, no cierre o roca atascada en medio de nuestro largo camino.

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