Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Ser prudentes desde el alma

Autor:

Ana María Domínguez Cruz

Vive en el miedo y la angustia la corroe. Son muchas las noticias que desde la radio, la televisión o los periódicos le demuestran que la falta de sensatez ha contribuido a la rápida propagación de una enfermedad que «parece cosa de película, de plan maquiavélico o de castigo bien pensado».

No quiere que la visiten o que los demás salgan constantemente a la calle. No soporta que se burlen de sus exigencias cuando llegan «porque es necesario quitarse los zapatos y la ropa, lavarse bien las manos, usar la solución clorada y mantenernos un poco distantes, incluso en la misma casa».

No entiende por qué es la única que limpia los picaportes de las puertas, los teléfonos, los muebles de uso común y la que lava las ropas y las suelas del calzado. «A veces ni usan los nasobucos que he confeccionado y dicen que exagero, que los agobio, que imagino demasiado».

Mientras, la COVID-19 sigue avanzando y en Cuba, cada vez que se confirma un caso, la preocupación se zafa. «Cualquiera puede haber estado cerca de algún enfermo, sin saberlo, y el virus llega a mi casa como el lobo con piel de cordero, ahí, en el cuerpo de uno de mis seres queridos».

Sucede que no se tiene el mismo sentido común en todas las edades, y que los jóvenes creen que los mayores amplifican en exceso las recomendaciones, los consejos, las medidas de control. Con frecuencia son de los que piensan que «eso no me tocará a mí ni a mi familia», y son inconscientes.

Pretender llevar el mismo estilo de vida que teníamos semanas atrás es cosa de irresponsables. Como alertaba —recientemente— el Presidente cubano Miguel Díaz-Canel Bermúdez, «los jóvenes pueden estar sanos, pero si portan la enfermedad están arriesgando la vida de sus padres y de sus abuelos, por tanto es una responsabilidad social».

Entonces, si se reflexiona con ganas, comprenderíamos que los más viejos deben ser más cuidadosos, y que la dinámica en el hogar debe tenerlos en la mirilla de los excesos, sí, de aquellos que aseguren su buena salud. Ellos lo hicieron todo por nosotros en su momento y no dudarían en volver a hacerlo, si fuera preciso. ¿Por qué nosotros no podemos cuidarlos ahora?

Ya habrá tiempo para volver a la calle a reunirnos con los amigos, a tomar helado en Coppelia o bailar en un salón donde apenas podamos darnos la vuelta. Por lo tanto, espero que cuando todo pase —porque tiene que pasar—, no dejemos de lavarnos las manos con frecuencia, eliminemos prácticas poco higiénicas de nuestra cotidianidad y evitemos que algunas conductas lastimen nuestra salud.

Es momento de limitaciones, es cierto, y ya sabemos que lo que limitamos o prohibimos se convierte en anhelo desesperado y en desobediencia desmedida. Pero conviene que no sea así, porque la COVID-19 no es ciencia ficción, y en todas partes del mundo, los recursos materiales y humanos también tienen límites, y lo que la falta de responsabilidad provoca, no siempre la buena voluntad puede remediar.

Pensemos en la vida, en la nuestra y en la de quienes, más vulnerables, necesitan que les demostremos que haremos todo lo posible por no ponerlos en riesgo. Todos somos frágiles, y en ciertas edades, eso se recuerda más que en otras. Mejor no sintamos que ya es tarde, al contrario.

Quedarse en casa el mayor tiempo posible y solo salir a lo estrictamente necesario es lo único que se nos ha pedido. ¿Tan grande es el sacrificio? ¿Tan difícil es pensar en el bien colectivo y en lo que cada uno puede aportar?

Los jóvenes de hoy seremos los ancianos del mañana. Desearemos también que nos cuiden. Este es el momento de ser coherentes desde la razón y el corazón. Y ser prudentes desde el alma. La prudencia, ya es harto sabido, salva.

 

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