Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Todas las maneras de dar amor

Autor:

Monica Lezcano Lavandera

Que un país diseñe un Código de las Familias pensando en el amor y la pluralidad de realidades que nos componen, es sin dudas un hecho progresista. Incluir a quienes por diversos motivos no han visto sus necesidades sustentadas en la legalidad, demuestra que ya son tiempos de dejar los egoísmos, esos que solo nos permiten mirar en la única dirección establecida por años, la misma que ha dejado de lado derechos esenciales para todas las personas.

El camino es largo, implementar todo lo que visionariamente trae esta propuesta llevará tiempo, esfuerzos y cambios. Pero el primer paso es que la población en su gran mayoría intente comprender la necesidad de que contemos con esta norma legal que nos sustente todos nuestros afectos. Se trata de sumar, nunca de restarle oportunidades a ningún cubano o cubana.

Especialistas de diversas ramas han tratado de que todas las familias se vean reflejadas en este anteproyecto. Por eso, aquellas personas que solo se concentran en un aspecto, están pasando por alto lo amplio que este resulta, por lo que siempre va a haber un artículo que les va a beneficiar. Desde la protección de la infancia hasta el cuidado y derechos de la vejez, la atención a todo tipo de diferencias e intereses, y el enfoque holístico con el que se logra darle esperanzas a sectores vulnerables, nos hacen reflexionar y nos llaman a una lectura profunda.

De ahí que dejarnos llevar por comentarios en el barrio, el centro de trabajo, la cola, o las tan intensas redes sociales, no nos permitirá conocer a fondo la riqueza del Código. Es imprescindible una lectura crítica, detallada y que apele a los sentimientos. Esa será la única manera de formarnos una opinión propia, sin sesgos ni influencias ajenas, porque siempre habrá quienes vengan a intentar vendernos su criterio como la única verdad absoluta, y si no tenemos argumentos, podemos caer en la trampa y creernos sus visiones.

Si bien es un anteproyecto extenso, con términos que quizá son difíciles de comprender —aunque sus explicaciones se encuentran detalladas en un glosario—, debemos dedicar un tiempo para familiarizarnos con todas sus propuestas. Por el camino de la lectura, habrá capítulos que nos recuerden a nuestra prima que fue víctima de violencia, a la abuela que su familia abandonó y no le brinda protección, a la pareja de vecinos que ahora puede casarse, al niño que no ha podido crecer en un ambiente de cuidado y respeto, a la madrastra que tanto ama a su pequeño, a la familia de la esquina cuyos lazos no son de sangre o a las tantas y tantas realidades que por años han existido en Cuba.

Es imposible escapar de la polémica, más cuando vivimos en una sociedad acostumbrada a formular criterios y defenderlos a capa y espada. El debata está, y es inevitable, siempre sobre la base del respeto y la empatía. Precisamente esa opinión popular será la que enriquezca las páginas del anteproyecto, la que modifique o refuerce ideas y la que valide la intención de nuestros decisores de contar con el pueblo a la hora de tomar decisiones de tal magnitud.

Avanzar hacia una sociedad más justa, inclusiva y que ponga a las personas como centro del desarrollo, no restará oportunidades ya establecidas, ni quitará derechos a quienes los han tenido siempre. Informarnos de manera sabia, centrada y precisa, escuchar a especialistas, activistas, personas vulnerables y sensibilizarnos con las historias de quienes van a agradecer el Código, será la clave para llegar al consenso, para entendernos y unirnos como país en el empeño de que en nuestras familias quepan todas las maneras de dar amor.

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