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Punto G, en los hombres también

La respuesta de los seres humanos a estímulos placenteros no discrimina edad, sexo, nivel ni origen social Pregunte sin pena

Autor:

Mileyda Menéndez Dávila

Observaciones empíricas, y luego estudios más profundos de diversas instituciones, han demostrado que la respuesta «biológica» de los seres humanos a estímulos placenteros no discrimina edad, sexo, nivel ni origen social.

Todos tenemos un mapa común de zonas erógenas —sin contar que toda la piel puede serlo en ciertas circunstancias—, solo que cada quien lo traduce de una forma muy propia, que incluso varía con el tiempo o el compañero sexual.

Esta respuesta está condicionada en gran medida por la cultura imperante en cada época y región concreta, y no funciona igual para personas abiertas a nuevas experiencias que para aquellos grupos sociales más apegados a tabúes, mitos o prejuicios de todo tipo.

Ejemplo de ello es la variedad de reacciones que despiertan en los hombres las caricias en el ano y zonas cercanas, tema que puede resultar engorroso para muchas parejas, a juzgar por el número de jóvenes y adultos de uno y otro sexo que nos escriben pidiendo ayuda «para eliminar ciertas conductas restrictivas en la realización del acto sexual, que dificultan la libertad plena en el momento del coito».

Al buscar referencias en Internet, descubrimos que más de 90 000 sitios de todo el mundo abordan de un modo u otro esta temática, pues es una práctica que despierta mucha curiosidad y pugna por salir del estigmatizado silencio a que ha sido condenada al asociársele al homosexualismo.

Ciertamente, esta es una práctica habitual en ese grupo, pero no es exclusiva de ellos, como no lo es tampoco el besarse, abrazarse o acariciar el resto de sus cuerpos.

No es, por tanto, el disfrute de tal o más cual caricia lo que define la orientación sexual de un individuo, sino sus intereses generales, sobre todo cuando sus fantasías y actos se circunscriben a personas de su mismo sexo.

Muchas parejas heterosexuales practican habitualmente la estimulación de este punto G (o P, como también se le conoce por su relación con la próstata), aun cuando no lo comenten, a veces ni entre ellos mismos.

Y no lo hacen solo porque resulta placentero para ambos, sino porque se ha demostrado que un masaje erótico en la zona del perineo ayuda a enfrentar problemas con la erección y, además, al combinarse con otras técnicas, facilita el control de la eyaculación, ya sea precoz o muy retardada.

Es lógico entonces que para algunos sexólogos resulte este un punto clave a la hora de recomendar una terapia, y que una vez vencidos los escrúpulos culturales, muchos hombres agradezcan la recomendación.

¿POR QUÉ SÍ?

El área justo detrás de la raíz del pene, entre este y el ano, así como la piel que rodea al orificio, son excepcionalmente sensibles al tacto y tienen un rol bien descrito tanto en la erección como en el orgasmo.

Esta es una zona erógena por excelencia debido a su gran cantidad de terminaciones nerviosas, y agradece, como cualquier otro espacio del cuerpo, todo tipo de mimos proporcionados por el ser amado o deseado.

Se conoce que dentro del ano hay dos músculos esfínteres: el externo se puede apretar a voluntad, mientras que el interno reacciona automáticamente, aun si uno trata de relajarse. Durante el orgasmo ambos se contraen al mismo ritmo que los músculos pélvicos, por lo que, se quiera o no, esta parte de nuestros cuerpos participa de la actividad sexual y contribuye al placer, tanto en hombres como en mujeres.

El sitio TERRA MUJER, en su página dedicada a la sexualidad, recomienda que estas caricias sean siempre suaves y abarquen toda la zona, incluidos los testículos, dando una especie de masaje circular, que además de placentero es relajante, pues actúa contra las presiones psicológicas que sienten algunos hombres, sobre todo jóvenes, cuando temen «fallarle» a su compañera.

Una razón importante para acariciar el perineo del hombre es su proximidad a la próstata, órgano casi anónimo durante las primeras décadas de la existencia masculina (mientras no da problemas), pero que en realidad juega un papel importante en la actividad sexual, por las sensaciones tan intensas que produce.

Cuando un hombre está excitado, dicha glándula se hincha y endurece, volviéndose más receptiva. La única forma de llegar directamente a ella es a través del ano, en sus primeros centímetros, pero puede estimularse también a través de la piel externa del perineo, y cuando esta caricia se produce simultáneamente con el coito o el sexo oral, en breves presiones repetidas, es muy agradable para el hombre.

En su proximidad está también el bulbo del pene (productor del líquido eyaculatorio), que recibe también el estímulo de las caricias y contribuye a la sensación de bienestar físico general.

¿POR QUÉ NO?

La capacidad de relacionar de forma consciente el placer sexual con las caricias que lo desencadenan, hace que las personas elaboren sus propias rutinas de actividad erótica, a las que no debe faltar un componente exploratorio, para avanzar y descubrir nuevas fuentes saludables de placer.

No pocos hombres se han preguntado —y también lo han hecho a sexólogos, urólogos, psicólogos y páginas como la nuestra— qué pasaría si dejaran que sus compañeras les acariciaran ese lugar.

Al contrario de esas mujeres que se niegan o temen estas prácticas porque pueden conducir al sexo anal, el cual consideran doloroso o poco higiénico, las preocupaciones de los hombres están más relacionadas con elementos culturales, especialmente con «el qué dirán».

Un lector escribía a nuestra redacción confesando que había perdido dos parejas por su negativa a esta práctica. La primera porque en un «descuido» ella había rozado su ano y él sintió que eso era agradable, así que temió que fuera un síntoma de «debilidad» de su parte y rompió de inmediato la relación.

La segunda se lo propuso abiertamente y él se horrorizó: «Estoy acostumbrado a ser dueño del cuerpo de las mujeres, no quiero que me pongan ningún límite, pero si acepto lo mismo, pierdo el control», opinó a esta redactora.

La doctora Elvia de Dios, psiquiatra que atiende trastornos de la sexualidad masculina en esta capital, comentó a Sexo Sentido que esta reacción es normal: «Nada debe ser impuesto; en esta práctica, como en cualquier otra, no puede desconocerse que somos seres sociales, y por tanto es imprescindible lograr un clima de confianza, de fortaleza espiritual en la relación.

«Para tener éxito hay que lograr receptividad, sentirse “cómodos” mutuamente y no olvidar, desde el punto de vista práctico, la higiene adecuada de la zona y de las manos, y el estado de salud general de ambos.

«Quienes reconocen que ya han experimentado este tipo de caricias comprenden que no perjudica su hombría, más bien les proporciona un mayor disfrute con la propia compañera sexual, pero por lo general les dejan a ellas la iniciativa, no lo piden, para no ser malinterpretados», comentó la doctora.

Tal como en su momento se «descubrió» que el placer femenino existía, y que el punto G y el clítoris podían ser aliados, no insondables misterios a minimizar, existe hoy una «cruzada» para rescatar también al hombre de su prisión cultural en el tema erótico.

Es un despertar que va desde lo biológico, al validar las relaciones sin penetración o dar «permiso» para sentir el propio cuerpo de forma natural, hasta la potenciación de la libre expresión de los sentimientos, el aprender a decir no cuando alguien no les gusta, a defender su derecho a enamorarse de «la fea» o ser románticos.

Es una nueva visión, que más allá del «papel de hombre» que aún se les asigna, como en un teatro prediseñado, les permite «ser» hombres a su propia manera, dueños absolutos de su espiritualidad y de sus cuerpos, con todas sus sensaciones incluidas.

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