Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

¿Maternidad sin esfuerzo?

Autor:

Mileyda Menéndez Dávila
La alta prevalencia de este proceder preocupa a la comunidad médica mundial, pues una cesárea es una cirugía mayor, con todos los riesgos que eso implicaEn una reunión de gente amiga, un hombre dedicó elogios a las «madres por esfuerzo propio» y a las que no lo eran... y como el término resultaba confuso aclaró que para él las mujeres cesareadas pasaban menos trabajo en el parto.

El tema generó discusión, algunas contaron sus anécdotas y quienes habían nacido por cesárea dijeron lo que significó para sus madres alimentarlos, cuidarlos y mantener una canastilla impecable con «la barriga llena de puntos».

Al final, la mayoría de los hombres presentes confesó su desconocimiento sobre el tema, y pidieron a Sexo Sentido detalles e imágenes de este tipo de operación.

Riesgo Vs. Necesidad

  Si las circunstancias lo permiten, el corte de la piel y grasa del abdomen se hace longitudinal, por la línea de la pelvis. El parto por cesárea consiste en una incisión quirúrgica en el abdomen y el útero de la madre para extraer al bebé, y se practica con éxito desde los tiempos del imperio romano.

La prevalencia actual en países desarrollados oscila entre el 10 y el 23 por ciento de los nacimientos totales, cifra asociada a un auge de la cesárea electiva —pedida por la paciente—, que responde a conveniencias económicas del sistema hospitalario, mientras que en regiones pobres donde aún predominan las comadronas es menos frecuente.

Esta tendencia preocupa a la comunidad médica mundial: una cesárea es una cirugía mayor, con todos los riesgos que eso implica. Además, la recuperación posparto resulta más compleja y deja huellas visibles, por lo que es importante que la decisión final integre el criterio de la paciente, de su familia y del equipo profesional a cargo.

La mayoría de los obstetras acude al bisturí solo si el trabajo de parto ha sido muy prolongado (distocia), si hay sufrimiento aparente del feto o la madre, una placenta muy baja o previa, pelvis contraída o nacimiento múltiple.

Luego de cortar el cordón umbilical, se extrae la placenta, se limpia el útero cuidadosamente y se prepara para la sutura. También se usa ante la evidencia de una infección que pudiera afectar a la criatura en su paso por el canal de parto, en madres seropositivas al VIH, y en casos de pre-eclampsia, eclampsia, diabetes, entre otros padecimientos.

Es recomendable asimismo ante una mala colocación del bebé o si este es muy grande (macrosomía), si resulta fallida la inducción del trabajo de parto o su instrumentación (con fórceps) y en algunas mujeres que ya tuvieron una cesárea previa, aunque esto último no es obligatorio: depende del tiempo transcurrido y las condiciones de la paciente.

Autocesárea

En materia de cesáreas, el caso más curioso reportado en el mundo fue el de la mexicana Inés Ramírez Pérez —residente en la comunidad zapoteca de Río Talea, municipio de San Lorenzo Texmelucan, estado de Oaxaca—, quien el 5 de mayo de 2000 se hizo a sí misma la operación y sobrevivió, y también su hijo, a quien llamó Orlando.

Al cerrar la cesárea, el equipo toma en cuenta tanto la estética del vientre como la protección del útero para futuros embarazos. A sus 40 años, Inés ya tenía seis hijos, pero en 1999 había perdido a la séptima por demoras en el parto, por lo que ante los intensos dolores prenatales de su octavo embarazo temió que la historia se repitiera y tomó un cuchillo para abrirse el vientre y extraer al niño, que colocó a su lado, sin más anestesia que un poco de alcohol. Poco después llegó a su casa el asistente de salud del pueblo, León Cruz, quien junto a algunas vecinas recogió los dispersos intestinos de Inés, ya desmayada, cosió con hilo común útero y abdomen y se encargó de trasladarla hacia una institución de salud, a cientos de kilómetros del poblado.

El caso pasó inadvertido para la ciencia y la prensa durante cuatro años, hasta que el doctor Rafael Valle, que atendiera a la valiente madre en el hospital, describió el suceso en la revista International Journal of Gynecology and Obstetrics.

Pregunte sin pena V.P.: Hace año y medio mantengo relaciones sexuales con mi pareja. En un principio ella no lograba el orgasmo y los coitos eran dolorosos. Las dos primeras veces fueron traumáticas. Siempre se cohibía. Luego de un tiempo empezó a experimentar orgasmos y su apetito sexual creció, pero sigo pensando que ella no disfruta tanto del sexo como yo. Esto nos ha llevado a conflictos puesto que yo procuro que obtenga la mayoría de orgasmos posibles mientras mantengo la erección. Ella luego del primero no quiere continuar y muy rara vez alcanza el segundo. Yo soy un poco más experimentado en materia sexual y mis anteriores parejas han disfrutado plenamente del sexo conmigo. ¿Será un problema insuperable que yo debo aceptar, o debemos seguir intentando que ella tenga más de un orgasmo para fortalecer nuestra relación? Tengo 20 años.Mides la fortaleza de la relación por la cantidad de orgasmos que ella sea capaz de mostrarte. Puede que para ella la intensidad de uno sea suficiente. ¿Por qué no creerle? ¿Por qué darle lo que no desea? Pudiera suceder que tu satisfacción sea lo que está en juego. Dices ser más experimentado, con historias de mujeres satisfechas por ti; por eso nos atrevemos a conjeturar que ahora está en juego esa imagen de hombre procurador de goce femenino. Esta mujer te hace sentir en duda, te descoloca de ese lugar que tan cómodo te ha hecho sentir. Al parecer no sabes qué hacer si ya no es tan necesaria tu actuación como proveedor de orgasmos múltiples.Observa que el problema es esencialmente tuyo. Ella no se queja. De hecho es capaz de llegar a un punto clímax a partir del cual no quiere ni siquiera continuar.Tal vez debas definir si cumple con tus condiciones de amor quien se satisface con un orgasmo al punto de no desear continuar intentando otro.Cada persona tiene su estilo para amar, tiene su umbral de dolor y también de satisfacción. Es comprensible que un hombre ame queriendo dar lo que no tiene. Pero no todas quieren lo mismo. El deseo de cada mujer es un enigma.Mariela Rodríguez Méndez, Máster en Psicología Clínica, Consejera en ITS y  VIH/sida. Psicoanalista

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