Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

La especificidad del comportamiento sexual humano

La existencia de la motivación y el placer sexual fuera de la intención reproductiva es lo que realmente hace única a la especie humana en materia de sexualidad Pregunte sin pena

Autor:

Mileyda Menéndez Dávila
...Seguiremos llorando como el Neandertal. Buena Fe

En un reciente intercambio con promotores de salud del centro universitario de Sancti Spíritus, alguien me hizo llegar un papelito donde calificaba el acto sexual como el momento en el que el ser humano es más animal, o sea, más dependiente de sus instintos naturales y menos «persona», culturalmente hablando.

Ese criterio —que responde a un estereotipo bastante extendido en materia de sexualidad— me dejó reflexionando por muchos días. Recordé lo leído sobre el tema, los videos sobre la fauna del planeta que con frecuencia aparecen en la televisión, las visitas a zoológicos, acuarios y parques naturales, las disímiles mascotas que he criado o visto criar, y hasta mi propia experiencia en el ambiente de la ganadería en Cuba, donde la reproducción es un factor esencial para asegurar el rendimiento económico de las especies que explotamos para alimentarnos.

También para los humanos garantizar la reproducción es esencial, y a ese principio responde la estructuración en dos sexos —como casi todos los seres vivos— que aportan gametos sexuales diferentes: óvulos y espermatozoides, de cuya unión depende la formación de cada nuevo individuo.

Pero la sexualidad es entre nosotros mucho más que un acto de autoconservación, según explica un magnífico libro recién publicado por la editorial Científico Técnica, ¿Qué nos hace ser humanos?, de Vicente Berovides.

El hecho de que la motivación y el placer sexual puedan existir fuera de la intención reproductiva y estén incluso divorciados de procesos fisiológicos asociados a ella (como el ciclo de estrógenos de la hembra), además de otras muchas necesidades y habilidades mentales que nos distinguen durante el contacto interpersonal, es lo que hace realmente única a la especie humana en materia de sexualidad, afirma Berovides.

Según este autor, la evolución del cerebro humano —no el corazón ni los genitales— convirtió el acto de reproducción en una búsqueda inteligente de placer físico e intelectual, en el que se involucran además del hipotálamo varias de las estructuras cerebrales más evolucionadas, ligadas a las emociones, el raciocinio y la imaginación.

Entre las principales características que nos diferencian de las otras especies este autor menciona modificaciones anatómicas y fisiológicas del aparato reproductor humano que apuntan más hacia la actividad sexual por sí misma que hacia la reproducción.

Esto incluye, en la mujer, grandes senos con una función erótica, el orgasmo desarrollado, la menopausia, la receptividad sexual continua y la falta de signos evidentes de ovulación para garantizar la permanencia de una pareja que asuma la paternidad de la prole.

En los hombres, las modificaciones alcanzaron al desarrollo de un pene conspicuo (notable) como sexo de estatus (más para impresionar que para garantizar la preñez de las hembras), y la conducta paterna o esfuerzo parental, tan diferente al de la mayoría de los animales, para compensar el hecho de que nuestra descendencia resulta prematura y no puede valerse por sí misma al nacer.

Otras características exclusivamente humanas con un peso significativo en las relaciones sexuales —desde el cortejo hasta la cópula— son la comunicación abstracta y simbólica, la autoconciencia, la previsión del futuro, el desarrollo cultural y la alta sociabilidad de los homínidos, desde los primeros en evolucionar hace varios milenios hasta el actual Homo sapiens.

Estrategias eróticas

Aunque chimpancés, gorilas y orangutanes pueden utilizar varias posiciones para penetrar a la hembra, generalmente predomina la «de atrás», la más segura para la reproducción de acuerdo a la disposición de los genitales femeninos en todos los mamíferos.

Un factor importante para que los humanos viviéramos una sexualidad diferente fue el bipedalismo (andar erecto en dos pies). A él debemos la posición ventral de los genitales femeninos y por ende una inclinación de la vagina que dificulta el parto y convierte cada nacimiento en un hecho biosocial (ya que la madre requiere de más ayuda externa), pero a cambio facilitaba una mayor comunicación de la pareja durante la cópula de frente, y la posibilidad de acariciarse y besarse con mayor comodidad en esa posición, conocida como del misionero, que es practicada desde nuestros ancestros Australopithecus.

Otra elección exclusiva de los humanos a partir del Homo habilis y el Homo ergaster fue la práctica del sexo monógamo para mantener unida a la pareja por un tiempo largo, decisión que implicó la evolución de ese sentimiento que hoy conocemos como amor, no solo al interior de la pareja sino también hacia la descendencia, pues nunca antes el macho cuidó tanto de la cría como en los homínidos, un esfuerzo que ayudó a reducir la mortalidad de sus infantes e influyó significativamente en la estrategia demográfica de nuestra especie.

Sin embargo, aclara Berovides, otras teorías afirman que los hombres seguían muy cerca del resto de los mamíferos en el sentido de que gastaban más energía en competir para aparearse que en ese llamado esfuerzo parental de aprovisionar a la familia, y por tanto la conducta monógama se asociaba más bien al papel de guardaespaldas, para evitar que la hembra copulara con otros machos o dilapidase los recursos que él buscaba (cualquier parecido con la realidad actual...).

Para los animales, tener sexo no implica otra cosa que reproducirse, y las leyes que siguen son las del ciclo natural de las hembras de su especie.

En cambio nuestras expresiones sexuales, aun las más privadas, son altamente mediadas por ciertos roles que la sociedad nos asigna al nacer, de acuerdo con la apariencia femenina o masculina de nuestros genitales.

A puertas cerradas, los seres humanos pueden manifestar sus necesidades sexuales de múltiples formas, desde la más sutil a la más violenta, de la más rutinaria a la más ocurrente, pero en todos los casos participan la imaginación, el pensamiento abstracto y las emociones de una manera consciente, aunque no siempre responsable.

En ninguna otra especie ocurre así, aun cuando existan ciertas analogías con los principios reguladores de la sexualidad entre primates, tales como la dominancia social para acceder a parejas, la tendencia a establecer relaciones positivas entre miembros de diferente o igual sexo y el aprendizaje durante el proceso de socialización de los individuos más jóvenes.

En cuanto a conductas sexuales específicas, ninguna especie tiene un repertorio tan amplio como el nuestro, aunque es válido destacar que en algunos primates se reportan fenómenos como el enamoramiento, el cortejo, la evitación del incesto, la homosexualidad, la presentación del pene erecto como intimidación social y las agresiones sexuales de machos a hembras.

La ciencia avanza. La sexualidad humana es cada vez más libre y tanto hombres como mujeres tenemos más claros nuestros derechos en materia sexual y reproductiva.

¿Es justo entonces aseverar que en los pocos minutos de duración de un coito nuestra especie simplemente reniega de todos esos milenios de inteligente evolución? ¿Puede alguien en verdad olvidarse de su espiritualidad, de sus expectativas humanas y su condicionamiento social para vivir el sexo «como los animales»?

Quien se crea en la cama menos que nuestros cercanos primos, los monos superiores, tiene aún mucho que aprender de sí mismo, del sexo opuesto y de la naturaleza humana en general. ¿No les parece?

Pregunte sin pena

V.M.: No estoy de acuerdo con el tamaño de mi pene.  Creo que es pequeño porque estoy un poco gordito. Estoy muy confundido. Creo que soy homosexual. No sé si es por el tamaño de mi pene o la insistencia de mi madre referente a que no podía ser homosexual. El hecho es que me masturbo diariamente pensando en algún hombre. ¿Tiene algo que ver la frecuencia de mi masturbación? Por favor ayúdenme. Nunca he tenido ninguna relación amorosa y no quiero ser homosexual. Tengo 19 años.

Al parecer tu temor está asociado a este mandato materno que te empuja y te inhibe al mismo tiempo. Pero ni el tamaño de tu pene, ni siquiera las fantasías definirán tu preferencia sexual.

Por ahora estás confundido. No se puede decir que seas homosexual. Te propongo que trates de esclarecer tus dudas. Primero es importante definir para ti qué es ser homosexual, y qué caracteriza tu temor. Es preciso también repensar este vínculo histórico con tu madre. Existen términos (palabras, frases) que nos marcan. Esta confusión en modo de enigma respecto a tu deseo sexual es una de las marcas posibles.

No estás conforme con el tamaño de tu pene ni con tu apariencia física y de repente buscas una orientación sexual con la cual tampoco estarías satisfecho. De modo que construyes tu imagen ante el espejo empeñado en destacar alguna falta. Esto no estaría del todo mal, si no te inmovilizara hasta el punto de inhibir tu vida amorosa.

La masturbación diaria no te causa tus fantasías homosexuales, pero sí es expresión de esta dinámica de goce mortificante y solitario que, al parecer, prefieres antes de arriesgarte a poner tu imagen en juego en un vínculo de pareja.

Te recomiendo pedir ayuda psicológica en el futuro.

Mariela Rodríguez Méndez, máster en Psicología Clínica, consejera en ITS y VIH/sida, psicoanalista

Comparte esta noticia

Enviar por E-mail

  • Los comentarios deben basarse en el respeto a los criterios.
  • No se admitirán ofensas, frases vulgares, ni palabras obscenas.
  • Nos reservamos el derecho de no publicar los que incumplan con las normas de este sitio.