Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Distancia para crecer

Sexualidad no va ataviada de reproducción

Autor:

Mariela Castro Espín*

El sexo difícilmente se trata solo de sexo.

Shirley MacLaine

Cuando se utiliza la palabra sexualidad, habitualmente se produce una asociación con la genitalidad y lo reproductivo; emerge la idea del tabú, lo escondido, sucio, obsceno, y al mismo tiempo se reconoce como algo placentero y maravilloso.

La sexualidad como concepto abarca un proceso más amplio y complejo. No es exclusiva de personas jóvenes y adultas, como se suele suponer, sino que es inherente a todo ser humano desde que nace hasta que muere, e integra dialécticamente elementos biofisiológicos, sicológicos, socio-históricos, culturales, espirituales y medioambientales.

Para desarrollar una Educación Integral de la Sexualidad (EIS) es imprescindible considerar el modo en que la persona vive y elabora el contacto con su propio cuerpo y con los demás; su manera de sentir, pensar y expresar emociones a través de lo corporal desde su propia construcción subjetiva.

Según Lev Vigotsky, padre de la Sicología Histórico-cultural, en el proceso de humanización el adulto es un mediador entre la criatura y la cultura. Atender sus necesidades de supervivencia va más allá de la mera satisfacción somática, pues a través de caricias, miradas, cascadas de sonidos y sostén, el bebé recibe un universo de códigos culturales desde el placer que le provocan, y en él se va implantando el deseo de ser acariciado, mirado, atendido. Así adquiere capacidad de sentir placer, y de darlo, en ese vínculo que se articula con sus adultos primordiales.

Para que ese proceso sea saludable, es esencial que quienes proveen cuidados permanentes y constantes aprendan a identificar los momentos oportunos para realizar separaciones graduales de ese cuerpo y potenciar su autonomía.

Los vínculos cambian en las diferentes etapas del crecer en relación con la satisfacción de sus nuevas necesidades, por tanto, también cambia la relación corporal. No es lo mismo alimentarse del seno materno mientras es acogido y protegido, que usar por sí mismo el biberón o aprender a utilizar cubiertos, vasos u otros utensilios sin recibir ayuda.

Mientras se aprenden nuevas formas de satisfacer necesidades propias de manera cada vez más independiente, se expresan nuevos grados de autonomía. Así, el contacto corporal debe pasar de lo concreto de las primeras caricias que envuelven todo el cuerpo infantil, a sucesivas separaciones que generan una sana distancia con el cuerpo de ese adulto acogedor.

Esos movimientos graduales conducen a la construcción de la intimidad del niño o niña, a la separación de sus vivencias placenteras respecto a la mirada de sus adultos, lo cual favorece el despliegue de un componente fundamental de la sexualidad: la articulación del deseo (base de la construcción subjetiva del erotismo), primero en la fantasía, y luego dirigido hacia otra persona.

Toma conciencia

Por lo general, no se conoce ni comprende la importancia de estos criterios. La práctica profesional confirma una idea extendida entre madres y padres de considerar apropiado satisfacer «demandas insaciables de amor» sin establecer límites educativos, por ejemplo, al dejarles dormir en la cama de sus adultos, bañarlos cuando ya son púberes o permitir que se les sienten encima cuando ya tienen edad para ocupar su propio lugar con la independencia que corresponde a sus nuevas capacidades.

A través de sucesivas separaciones, donde los límites cumplen una función estructurante, los adultos habilitan la corriente tierna del amor, que es buena y necesaria. Así, poco a poco se inhibe la mirada hacia los padres y se abre el horizonte hacia el afuera. Eso permite el despertar de la corriente sensual del amor, que se añade a la ternura antes aprendida en la búsqueda y elección de una persona a quien amar.

En la pubertad, cuando se adquiere la capacidad de procrear y se habilita de manera más específica la genitalidad como actividad erótica, se integran todas las vivencias anteriores en un proceso de rencuentro con el propio cuerpo, con sus cambios y nuevas sensaciones que conducen a la necesidad de una relación diferente con madres y padres, y a la vez se resitúan con los pares de su misma edad para ir acercándose a las otras personas.

Para dar ese paso deben ser capaz de dirigir su ternura y sensualidad a un nuevo sujeto con quien cumplir una real vida sexual y desarrollar la sexualidad genital, sin quedar fijado en sus sentimientos hacia los padres. Esas vivencias implican deseos, miedos, sustos, fantasías que necesitan ser elaboradas en ese importante proceso de desprendimientos sucesivos.

El gran acto de generosidad de padres y madres es, justamente, comprender que esa capacidad de amar a la que han contribuido desde la infancia, es para ser disfrutada con otras personas.

La adolescencia es ese camino de búsqueda y descubrimiento en el que se reafirma la identidad y expresión de género y la orientación sexual, y a la par se afianza el reaseguramiento personal para lograr ver a la otra persona asumir las diferencias y compartir sus vidas, en aras de llegar a la juventud con una mayor dimensión de madurez en la construcción de sus propios proyectos eróticos y familiares.

 

(*) Directora del Centro Nacional de Educación Sexual

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