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¿Justifica persecución nazi contra los judíos, masacres de Israel?

Algunas figuras del establishment norteamericano, europeo e israelí, asocian insólitamente la crítica al Estado sionista por  violar la ley internacional, y el antisemitismo, el odio irracional a lo hebreo

Autor:

Luis Luque Álvarez

La Kristallnacht, o «noche de los cristales rotos», ha pasado a ser símbolo de todo el odio y el terror de que es capaz el ser humano. Ese episodio, que marca el inicio del Holocausto judío, ocurrió entre el 8 y el 9 de noviembre de 1938, una triste jornada en que los nazis asaltaron tiendas y otras propiedades de la comunidad judía alemana, asesinaron a 91 de ellos y enviaron a 30 000 a campos de exterminio.

Hoy, precisamente cuando la aviación israelí lanza bombardeos indiscriminados contra la población civil libanesa, si alguien osa deplorar la masacre en el País de los Cedros, algunos se encargan de recordarle automáticamente la persecución nazi: «¿Cómo podemos condenar a las víctimas?»

En días pasados, el columnista Hermann Tertsch, del diario El País, de España, arremetió frontalmente contra el secretario de Organización del gubernamental Partido Socialista Obrero Español, José Blanco, por expresar que «no se ataca a Hizbolá, sino a todo un país y a sus habitantes». «En esta crisis, los muertos civiles no son daños colaterales, sino un objetivo buscado», añadió.

También el presidente del gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, fue tildado de «antisemita» por el empresario judeo-español Mauricio Hachuel, al haber señalado: «Debemos exigir que nadie se defienda con una fuerza abusiva que no permite defender a los seres humanos inocentes que caen y pierden su vida». Y ahora es Tertsch quien advierte: «Cuidado con los cristales rotos».

Es insólita la asociación que hacen algunas figuras del establishment norteamericano, europeo e israelí, entre la crítica a las autoridades del Estado sionista por sus violaciones a la ley internacional, y el antisemitismo, el odio irracional a lo hebreo. Según esta óptica, todo lo que Israel hace y deshace, es perdonable, basado en el hecho de que seis millones de judíos sucumbieron de horrenda manera en las cámaras de gas del Tercer Reich.

De este modo, la victimización de los antepasados se convierte en patente de corso para que las autoridades de Israel —que no sus ciudadanos, ni los millones de judíos que viven allí o en otros países— cometan las atrocidades de su gusto. Quienes se quedan anclados en otros tiempos, se escandalizan porque hijos y nietos de aquellos que murieron en los crematorios nazis sean objeto de denuncia, y con gran facilidad le cuelgan a cualquiera el sambenito de antisemita.

Una visión de este corte es profundamente antihistórica. Las circunstancias varían. Así, ¿alguien medianamente cuerdo se atrevería a llamar antisemitas a los italianos, porque en el año 70 d.n.e. los romanos expulsaron a los judíos de Palestina? Igualmente, ¿no sería una terrible ofensa y un contrasentido darle ese calificativo a un berlinés contemporáneo, porque por las mismas calles de su vecindario marcharon hace 65 años los temibles batallones de las SS?

Pregunto: ¿Acaso la criminalidad es un gen que afecta eternamente a determinados pueblos? La respuesta es clara: no. Entonces, ¿diremos algo diferente de la inocencia? ¿Acaso hay personas inmunizadas para siempre de cometer crueldades, por razón de que sus ancestros las padecieron?

Cerrar los ojos a la realidad objetiva, justificar a los que hoy destrozan metódicamente los poblados libaneses, no es el mejor homenaje a las millones de personas que Hitler pretendió extirpar para siempre de su Lebensraum (espacio vital). Dígase la verdad: cualquiera que dispara contra ambulancias, contra edificios en los que duermen decenas de niños, contra inocentes que huyen de la guerra, es un criminal de más de la marca y merece la condena universal.

Así de sencillo, señor Tertsch.

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