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Teherán no acepta imposiciones y llama a reanudar el diálogo

Irán no es sujeto pasivo al que se le pueden fijar plazos e imponer textos; propone un trato en pie de igualdad. Rusia y China opuestas a medidas punitivas

Autor:

Luis Luque Álvarez

El Consejo de Seguridad mientras adoptaba la resolución 1696 para exigir a Irán la suspensión del enriquecimiento de uranio. Foto: AP No es tan fácil hacerle dictados a un país como Irán. No es sencillo, en un mundo apremiado por las necesidades energéticas, amenazar con sanciones a una nación asentada sobre un mar de gas y petróleo. De los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU (CS), los más belicosos blandieron el garrote: el 31 de agosto el país persa tenía que dejar de enriquecer uranio, proceso vital para la producción de energía nuclear.

Sin embargo, el día llegó… y pasó. Teherán no ha interrumpido su programa nuclear y ha enviado a la Unión Europea una invitación para reanudar el diálogo. Ya este miércoles se reunirán el jefe negociador iraní, Ali Larijani, y el alto representante de Política Exterior del bloque comunitario, Javier Solana. El 22 de agosto, Teherán dio respuesta a un paquete de ofertas del grupo de cinco miembros permanentes del CS más Alemania, y el mencionado funcionario europeo aseguró que merecía estudiarse.

Infiero que ese debe ser el punto. Irán tiene algo que decir, no es sujeto pasivo al que se le puedan fijar plazos e imponer textos. Un trato en pie de igualdad implicaría escuchar lo que la otra parte quiere plantear, y parece que algunos en Europa están cayendo en la cuenta de ello.

Según parece, amarrar el cordero, esquilarlo, afilar el cuchillo y, además, esperar que la víctima sonría, es demasiado querer. E Irán sabe que, si regala aunque sea una madeja de lana, los matarifes lo querrán degollado. Hay que ir, pues, despacio y cauteloso.

Pero no hay que esperar sorpresas. Cualquier resultado del diálogo con los europeos, de seguro dejará intacta la resolución iraní de mantener el enriquecimiento de uranio. Ello incomodará a Washington, que exigirá sanciones, y ya se verá si esta vez sus rabietas pueden ser «efectivas».

En días pasados, en entrevista con el diario español El País, el secretario general de la ONU, Kofi Annan, fue muy franco en cuanto a posibles medidas punitivas: «el Consejo de Seguridad ha debatido la posibilidad de adoptarlas, pero no las ha aprobado. No estoy seguro de que vaya a hacerlo, debido a la oposición de Rusia y China».

Y es que Moscú y Beijing, mientras Washington ha estado jugando al pistolero, se han preocupado por fomentar lazos económicos con el país persa. Así, el Kremlin ha corrido a cargo de la construcción de la central nuclear de Bushrer, en el Golfo Pérsico, y suministra buena parte de la tecnología nuclear de Irán.

De igual modo, además de la asistencia rusa a proyectos iraníes de desarrollo gasífero en Asia central, la República Islámica importa armamento ruso, incluidos modernos sistemas de defensa antiaérea.

China, el otro gigante, no posee el caudal energético de Rusia, y le importa mucho la estabilidad de un proveedor como Irán. Por nada querría que se alterara el ritmo de tan prometedores vínculos.

Del lado iraní, tampoco le ven mucho sentido a las posibles sanciones. Ayer, el titular de Defensa, Mostafa M. Nayyar, las tildó de «propaganda vacía y guerra psicológica», y denominó como «una gran tontería» cualquier atrevimiento bélico contra su país.

En Irán y en su entorno, al parecer, la amenaza desentona. Y el garrote se pudre.

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