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Otoño caliente en París

En las últimas semanas el gobierno francés ha tomado decisiones que han generado algunas antipatías

Autor:

Luis Luque Álvarez

Sarkozy (al fondo) y su Ministro de Presupuesto, a la salida de una reunión en el Palacio del Elíseo. Foto: AFP Que el presidente francés, Nicolás Sarkozy, no piensa estar cazando mariposas durante el quinquenio que le toca residir en el Palacio del Elíseo, es cosa que ya se hace notar. En las últimas dos semanas, su gobierno ha tomado decisiones que pretenden conmover el edificio de la sociedad gala, aunque ello le genere algunas antipatías...

Para el nuevo mandatario, el Estado se permite demasiados gastos, y por ello, las medidas que ha anunciado tienen un cariz, digamos, «recaudador», como gravar las jubilaciones anticipadas, revisar los subsidios de desempleo, introducir los pagos por los servicios de salud. En fin, medidas por las que el líder de un importante sindicato declaró en agosto que «tendremos un otoño caliente». ¡Y ya es otoño...!

Sobre el tema de la salud pública, recuerdo que en el documental Sicko, el cineasta Michael Moore presenta las ventajas del sistema hospitalario francés en comparación con la rapiña tradicional de las empresas de seguros de salud en EE.UU. La gratuidad y el trato generoso para con los pacientes asombraron a Moore, venido de un país en que los hospitales se deshacen de los enfermos pobres, abandonándolos en plena calle.

Evidentemente, no es ese el escandaloso extremo al que llegarán las decisiones de Sarkozy. Pero, para «aliviar» las erogaciones estatales hacia la seguridad social, ya implementó la medida de que cada ciudadano —excepto los más pobres— debe abonar hasta 50 euros anuales para cuestiones médicas, algo parecido a lo que aplicó el anterior gobierno de Gerhard Schroeder en Alemania, en cuanto a pagar pequeñas cuotas por cada consulta.

Desde la oposición socialista ya advirtieron que el gobierno conservador no se contentará con esa cifra, y que después de las elecciones municipales de principios de 2008 la subirá a 200 euros. Quizá no se cumpla el pronóstico, pero no deja de llamar la atención que la quinta economía mundial empiece a cobrarle a cada persona que necesite cuidados de salud.

Otra medida irá dirigida a reducir el número de funcionarios públicos. La idea sería cortar el descontrolado césped de la burocracia. Según cifras del diario español El País, Francia tiene 5,2 millones de funcionarios, que absorben el 44 por ciento del presupuesto. Lo que propone Sarkozy es que, de cada dos que se jubilen, se reemplace solo a uno. Y así se podrá prescindir, paulatinamente, de al menos 22 000 de ellos.

Claro, que esto significa más gente a la calle, y Francia —que tiene unos 2,6 millones de parados— no la necesita. Pero para eso también hay recetas: a los empresarios, rebajas de impuestos para que se estimulen a crear puestos laborales, y a los desempleados, un emplazamiento para que, si no aceptan dos ofertas de trabajo, dejen de percibir sus subsidios —que el gobierno, por cierto, estima inadecuadamente altos.

Y no falta una diana esencial: los regímenes especiales de pensiones, que permiten a más de un millón de empleados públicos —principalmente del transporte, la banca y la energía— jubilarse a los 50 años y con salario completo. El jefe de Estado exige equipararlos a la media, que se jubila a los 65 años y con descuentos. Y por ahí, la République se estará ahorrando algunos otros millones de euros.

Con tales medidas —entre muchas otras con las que Sarkozy dice intentar revalorizar «el trabajo, el mérito y la igualdad de oportunidades»— se está estrenando la gestión del nuevo gobierno, que ha sabido aprovechar muy bien el atolondramiento y la dispersión en que han quedado las fuerzas más a la izquierda tras los dos ejercicios electorales de este año.

Ahora, la mano tapa la ranura de la alcancía. Y quienes se sentirán el cierre se alistan para hacer que el otoño, con sus hojas muertas, no los sorprenda mustios ante la acción de un mandatario que no suele dormirse en los laureles.

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