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Un sistema electoral complejo y anti-democracia

El martes 4 de noviembre millones de estadounidenses irán a las urnas, pero con tantas trabas y mañas menos de un tercio de la ciudadanía acertará en quién será su presidente en el remedo de ejercicio de gobierno

Autor:

Juana Carrasco Martín

Una tarjeta de «crédito» a la que no todos tienen fácil acceso. Solo el 15 por ciento de los estadounidenses cree que su país se está moviendo en la dirección correcta. En septiembre, el 70 por ciento se consideraba personalmente feliz, en octubre de este 2008 ese índice bajó al 59 por ciento. Eso es muy mal augurio.

En general, un tercio está preocupado por perder su trabajo, pero sube al 50 por ciento en el sector de 30 a 40 años de edad. La mitad de los norteamericanos se siente incapaz de pagar los intereses de sus hipotecas y sus tarjetas de crédito —46 por ciento de los blancos y 62 por ciento de los afro-americanos—, y siete de cada diez personas sufren de ansiedad porque sus acciones e inversiones de retiro están perdiendo su valor en los mercados especulativos.

Hay más angustias aún, según mostraba la encuesta de Associated Press-Yahoo News: no poder enfrentar gastos médicos inesperados, el pago escolar de los hijos, la obligación de posponer su retiro porque los ahorros se están erosionando. Compartían estos desasosiegos en particular el 78 por ciento de las mujeres no casadas.

Ocho años de la administración republicana de George W. Bush sumió al país en dos costosas guerras que todavía desangran las arcas de la nación y exprimen los bolsillos de los contribuyentes, y en un estallido sistemático de escándalos y fraudes empresariales, en un desinflar de burbujas financieras, que desembocaron en la crisis económica que se irradia a otros países y continentes y vuela a la recesión.

Con razón, la encuesta encontró que apenas el 25 por ciento aprueba la forma en que Bush manejó la presidencia, solo el 3 por ciento lo apoya fuertemente y el 51 por ciento lo desaprueba, también fuertemente.

Con tal estado de ánimo llegarán al 4 de noviembre, día de las elecciones presidenciales, en que deberán elegir entre el demócrata Barack Obama y el republicano John McCain, y así se moverá el viento y la veleta..., mejor dicho, la boleta electoral.

Sin embargo, se afirma que ese martes laboral y sin permiso oficial para ausentarse del trabajo, podría establecer un récord de participación en las urnas, toda vez que han sido superados los números de registro de votantes —también las listas de nuevos empadronados— y la contienda ha despertado un interés especial, incluso desde las primarias, en que se llevó la candidatura del Partido Demócrata un aspirante negro con la consigna «Necesitamos cambiar».

Un ciudadano = Un voto hecho humo

Con poco más de 303 millones de habitantes, y de ellos casi 228 millones mayores de 18 años, supuestamente con derecho al voto, la disputa por la Casa Blanca, no alcanzará a ver el conteo de ese número, con lo que el axioma de un ciudadano un voto se hace humo.

En primer lugar, porque para poder votar tienen que empadronarse, y ello lleva trámites no pocas veces engorrosos y se exige tener documentación oficial con fotografía en buena parte de los estados, lo que en el caso de Estados Unidos está prácticamente reservado para la licencia de conducción y el pasaporte, dos acreditaciones de las que carecen millones (se estima que más de un tercio de la ciudadanía).

Incluso y a pesar de cumplir esa formalidad hay quienes no pueden saltar la barrera. Como la llamada Ley para Ayudar a América a Votar —recuerden que esta America sin acento, es solo para los americanos del imperio— especifica que la identificación y otros datos oficiales del gobierno deben concordar en el deletreo de los nombres y en las direcciones, esto limita a unos cuantos. El Centro Brennan por la Justicia considera que en las licencias de conducción del 20 por ciento de los neoyorquinos existen errores mecanográficos o de tecleo que los descalifican como votantes.

En segundo lugar, porque unos 5,3 millones de estadounidenses están privados del derecho al voto por haber cometido delitos, ya sea que estén todavía cumpliendo condenas —la población penal supera los dos millones de individuos y mayoritariamente forman parte de las minorías étnicas, negros o latinos—, o porque residan en algunos de los estados que les quita esa prerrogativa de por vida. Citemos un solo ejemplo, en el estado de la Florida más del 30 por ciento de los hombres afro-americanos no pueden sufragar porque tienen antecedentes penales.

Y podríamos citar un tercero, un cuarto y hasta más lugares en las dificultades a salvar.

De acuerdo con datos de la Comisión de Asistencia a las Elecciones de Estados Unidos, desde 2003, al menos a 2,7 millones de nuevos votantes se les ha denegado la solicitud de registro, y el diario The New York Times reportaba días atrás que «Decenas de miles de votantes elegibles en al menos seis de los estados-indecisos han sido removidos de las listas o bloqueados de los registros en formas que parecen violar la ley federal». Ese es el caso de Colorado donde una de cada seis personas dispuestas a registrarse fueron eliminadas de las listas de electores.

Razones de más para tomar en cuenta a Paul Weyrich, considerado el principal arquitecto hoy en día del Partido Republicano y co-fundador junto al pastor ultraderechista Jerry Falwell de la llamada Mayoría Moral, cuando dijo con total impudicia, según lo cita el periódico The Oregonian: «Muchos de nuestros cristianos tienen lo que yo llamaría el síndrome goo-goo-good government (buen gobierno). Quieren que cada uno vote. Yo no quiero que todos vayan a votar... Es más, nuestra influencia en las elecciones callada y francamente sube si el voto del populacho baja».

¿Pueden robarse las elecciones?

Ya esos antecedentes dan una idea de cómo pueden maniobrarse con los registros, una forma «legal» de manipular las elecciones, pero no la única, sin contar otros manoseos sucios.

Es conocida la historia de las elecciones del año 2000 cuando por apenas unos pocos cientos de votos, W. Bush le arrebató el triunfo al demócrata Albert Gore en la Florida, donde fueron escandalosas las irregularidades, que llevaron al republicano a la Casa Blanca pese a que su rival lo superaba en votos generales.

El reportero Grez Palast, en su libro La Mejor Democracia que el dinero puede comprar, narró ese escamoteo donde la entonces secretaria de estado de la Florida, Katherine Harris, purgó 57 000 votos, la mayoría de afro-americanos, favorables a Gore.

Cuatro años después, la presidencia no cambio de manos porque la supresión de votos se buscó otro escenario: Ohio, cuando 350 000 votos fueron dejados de tomar en cuenta, perjudicando al contendiente John Kerry, y el segundo término de Bush, el hijo, en la Oficina Oval lo logró por un margen de apenas 119 000 sufragios personales. Así lo describió Robert F. Kennedy Jr. en un artículo aparecido en la revista Rolling Stone.

En la contienda en curso, los republicanos han acusado de fraude a ACORN, una asociación de comunidades a favor de una reforma que permita el voto de las minorías y los desfavorecidos por la fortuna y trabaja en el registro de estos sectores de la población.

ACORN logró empadronar a 1,3 millones de nuevos electores, así que la gente de McCain la acusa de registrar hasta a Mickey Mouse, y presiona fuerte para bloquear los supuestos registros falsos, preferentemente en Ohio, el escenario principal de los fraudes republicanos de 2004.

Para estas elecciones hay un estimado de nueve millones de nuevos votantes, y las listas demócratas superan cuatro a uno a las republicanas, de ahí el apuro de los partidarios del elefante.

Sin embargo, los seguidores de Barack Obama consideran que los republicanos están complotados para suprimir votos legítimos. Desde el 2006 se han borrado de las listas más de 13 millones de nombres, la mayoría por tecnicidades como no responder el correo y considerarse que han dejado de vivir en la dirección dada. También en la etapa han transcurrido desplazamientos importantes que dejarán sin votar a cientos de miles; por ejemplo, los pobladores de Nueva Orleáns que fueron a parar a otras ciudades del país luego del Katrina, o más recientemente los de Galveston, Houston y otras poblaciones del área costera de Texas y Louisiana tras el paso del huracán Ike.

Hay formas incluso más sutiles de operar, como la desinformación para disuadir a posibles votantes. Se sabe que a estudiantes de Virginia, Colorado y Carolina del Sur, se les dijo que podrían perder sus becas y sus padres no podrían descontarlas de sus impuestos, si se registraban como votantes en las poblaciones de sus colleges o universidades. El voto de los jóvenes favorece al candidato demócrata.

Otro rumor echado a rodar, asegura el Departamento de Derechos Civiles de Michigan, involucra a funcionarios locales enviando correos electrónicos de advertencia a quienes perdieron sus casas por el impago de las hipotecas, asegurándoles que eso les niega el derecho al voto, y otros mensajes también intimidatorios a los que tienen antecedentes criminales o no tienen documento con foto.

No son pocos los votantes, cuyos nombres pueden estar sometidos a una indagación porque se parecen a otros sin derecho al sufragio, entonces deben utilizar boletas provisionales, las cuales no son contadas de inmediato o hasta rehusadas en algunas jurisdicciones.

Contestando la pregunta: Sí, el voto puede robarse y con ellos el resultado de unas elecciones donde el dinero corre como nunca antes y como si no existiera la crisis económica. Sin embargo, este capítulo favorece a los demócratas.

¿Cuánto cuesta sentarse o no en la Casa Blanca?

El Centro para Políticas Responsables (CPR), una entidad vigilante que estudia cómo fluye el dinero para este proceso y se apoya en los datos de la Comisión Federal de Elecciones, considera que estas son las elecciones presidenciales más costosas en la historia de EE.UU: 5 300 millones de dólares. Aunque señala la particularidad de un goteo mayor desde el estadounidense común, el pequeño donante, frente al dominio tradicional de los grupos de intereses especiales que imponen el apotegma rector en la democracia estadounidense: «quien paga, manda». La campaña a través de Internet del candidato demócrata favoreció esta particularidad de 2008. Por supuesto siguen existiendo las listas de los grandes donantes para uno y otro partido.

En definitiva hay otra máxima contundente: nadie puede ganar un escaño en Estados Unidos sin ser rico o conocer a alguien con dinero, según comentó Massie Ritsch, portavoz del CPR, a la agencia EFE.

Campañas de publicidad, principalmente en las cadenas de televisión donde el bombardeo hacia los posibles electores es constante, gastos en los innumerables recorridos por el país, costos de los «voluntarios» que movilizan a los votantes, parafernalia propagandística, y otras muchas cuentas, son el destino de la multimillonaria cifra, que podemos compararla con la realidad: es apenas un poquito menos que el Producto Interno Bruto de Nicaragua (5 700 millones).

Los que no cuentan de verdad

En el remedo de democracia estadounidense, cada voto emitido no corresponde directamente al candidato presidencial de su preferencia. Rige el sistema del Colegio electoral, compuesto por 538 miembros —igual al número de representantes (435), de senadores (100), más tres votos que corresponden a la capital, Washington D.C. Ellos determinarán quién gana la Presidencia, para la que se necesita un mínimo de 270 votos electorales.

En 48 de los 50 estados, aquel candidato que obtenga la mayoría de los sufragios, incluso por un solo voto más a su favor, se lleva TODOS los electorales. Hay 11 estados clave porque la suma de sus votos electorales llega a 271 así que si uno de los candidatos se los echara en el saco ya sería presidente y los demás no contarían. Estos son: California 55; Texas 34, New York 31, Florida 27, Illinois y Pensilvania con 21, Ohio 20, Michigan 17, y con 15 Carolina del Norte, Georgia y New Jersey.

El propio sistema anula el poder del voto personal. Solamente Maine y Nebraska aplican la proporcionalidad, dándole a cada candidato los votos de los «grandes electores», según los resultados de las urnas.

Esa es la realidad desilusionadora de la selección a la manera estadounidense, con solo dos opciones de las que se afirma son las valvas de una misma concha: el Partido Demócrata y el Partido Republicano, ¿los demás?, los demás no cuentan en esta historia.

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