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El «tercer» golpe en Honduras

Las «elecciones» de este domingo en el país centroamericano consuman la estratagema trazada desde el inicio para santificar la asonada del 28 de junio

Autor:

Marina Menéndez Quintero

«Sanciones» muy porosas que han permitido a los golpistas tener fondos incluso hasta marzo próximo, como ha dicho, desafiante y jactancioso, Roberto Micheletti; campañas de lobby en Estados Unidos con mucho dinero y poder de presión; tramposas convocatorias al diálogo que terminaron en una negociación burlada y, finalmente, el ya desembozado visto bueno del Departamento de Estado norteamericano a las patrañas de los golpistas, han traído a los hondureños hasta esta suerte de «tercer golpe», como calificara un colega .

El primero fue el secuestro de Manuel Zelaya, sacado de la cama a punta de bayoneta, trasladado a la base militar estadounidense de Palmerola y luego expulsado del país, mientras los militares tomaban las calles y reprimían al pueblo. El segundo, la descarada conformación por Micheletti de un gobierno de «unidad» nacional con sus compinches y sin Zelaya, en una grotesca burla a los acuerdos de San José que sirvieron de base a la negociación posterior en Tegucigalpa. Y el tercero es esta farsa, que consuma la estratagema trazada desde el inicio para santificar la asonada del 28 de junio, y que prolongará la ilegitimidad en las autoridades que resulten «electas».

La ausencia a las urnas de los miembros del Frente de Resistencia y su llamado a hacerlo a todos los que adversan al golpismo, anticipan la poca afluencia de los hondureños de a pie que debe constatarse en los colegios, donde no faltarán, empero, los ciudadanos «bien»: esos de la oligarquía en cuyas manos han estado los destinos de Honduras y por eso constituyen uno de los varios ejecutores del golpe.

Ignorando el clamor de los de abajo y de la comunidad internacional, los de lavada piel blanca y esposas entaconadas, que se dejan ver en conferencias y servicios religiosos junto a Micheletti, dieron vida los últimos días a una apresurada campaña «proselitista» plagada de banderas relucientes que, se afirma, ha sido la más costosa en la historia nacional y, sin embargo, no logró el propósito de opacar los vehementes llamados a la constitucionalidad de la Honduras pobre. Allí se apuesta ya, definitivamente, por otro país. Es uno de los saldos irreversibles del golpe.

Con velas encendidas en la noche y carteles hechos en cartón y sostenidos, a veces, por sus propios niños, los defensores de la institucionalidad rodearon el Congreso hasta última hora exigiendo la restitución del mandatario. Pero lo que ha estado en disputa durante cinco meses de usurpación rebasa la vuelta al poder de un hombre. La batalla ha sido por el respeto a la democracia, al pueblo y, sobre todo, contra este ensayo de escarmiento con que la derecha —dentro y fuera de Honduras— pretende desalentar a quienes optan por el cambio en la Latinoamérica nueva, aunque sea con un programa mínimo como el de Zelaya. Ese fue el pecado de un hacendado que nada tiene que ver con la izquierda política, miembro de uno de los partidos tradicionales de Honduras (el Liberal), que apostó a la participación popular y a revertir la injusticia y, para lograrlo, entendió que el camino estaba en la integración y el ALBA. Por eso, la excusa para demoverlo fue el referendo de la Cuarta Urna, que dirimiría si la ciudadanía quería pronunciarse por una Asamblea Constituyente, y que de aceptarse se habría votado, precisamente, hoy.

Ninguna garantía

Claro que no puede preverse la efectividad que tendrán las presiones de los empresarios y funcionarios-gorilas, y sus advertencias contra quienes no voten.

No solo se ha amenazado con el despido a los empleados que no ejerzan el voto. Una denuncia del Frente de Resistencia alertó que las boletas están codificadas, lo que, junto al padrón electoral, permitirá identificar a quienes no sufraguen e, incluso, saber cómo votó el que lo haga.

Cámaras que filmarán lo que acontezca en las mesas han sido anunciadas como garantía de transparencia, pero su propósito podría ser la represión posterior. Hay decenas o tal vez cientos de expedientes abiertos contra quienes han repelido el golpe pacíficamente, sin contar que 9 000 personas han estado temporalmente bajo arresto, contabilizaba hace dos meses el Comité de Familiares de Detenidos y Desaparecidos. Ahora la lista debe ser mayor.

En esas circunstancias, y con casi 20 000 uniformados patrullando, el «retiro» temporal de Micheletti de la presidencia robada —dijo que para dar tranquilidad— no significa absolutamente nada. Es otra fantochada.

Dirigentes de la Resistencia y la canciller Patricia Rodas han alertado que podría ejecutarse una nueva ola represiva en gran escala, denuncia que coincidió con operativos militares realizados los días recientes en Tegucigalpa. Ante ello, miembros del movimiento popular evitarán hoy las calles para no ser víctimas de provocaciones que justifiquen los excesos, y convocaron a lo que llamaron un «toque de queda popular».

Tampoco habrá observadores. La ONU, la OEA, la Unión Europea e incluso la estadounidense Fundación Carter se negaron a prestarse a la puesta en escena, por lo que el régimen ha convidado a empresarios de algunos países y, por supuesto, a «amigos» de Estados Unidos, como si en vez de un torneo electoral se tratase de cursar invitaciones para una fiesta particular a la que no faltarán los de la ultraderecha anticubana y «miamera», que tanto ha bregado también a favor del golpismo. Con bombos y platillos, sus enviados son presentados ahora como «observadores independientes».

La renuncia de cerca de un centenar de aspirantes a los distintos cargos públicos que estarán en liza junto a la presidencia, también subraya la falta de credibilidad de que gozan los comicios. Los que se retiraron proceden de cuatro partidos políticos que incluyen a la derecha y, especialmente, al Liberal, escindido entre los que apoyan al golpe y quienes lo repelen. Tales actitudes señalan la radicalización que «la crisis» —léase el golpe— ha provocado en una sociedad que ya nunca más volverá a ser la misma.

Completan el cuadro de irregularidades, un Congreso igualmente dividido, cuya directiva es parte de la asonada, y la mentirosa Corte Suprema de Justicia. Ambos se han prestado a emitir dictámenes falsos para disfrazar el golpe como «sustitución», en tanto la Fiscalía vuelve a sacar a flote los supuestos delitos cometidos por Zelaya.

Ello explica por qué el desconocimiento de la votación de hoy y la demanda de la Resistencia para que se suspendiera, no entraña solamente una posición de principios. Nada asegura que sean limpios ni confiables los conteos.

Signos rojos

Algunas revelaciones han quedado impúdicamente al desnudo, y preocupan. Por un lado, el poder de esa ultraderecha estadounidense que viajó a Honduras reiteradamente como buena mentora de los golpistas, mientras vetaba en el Congreso el nombramiento de algunos funcionarios de la administración Obama, primero, para que el Presidente no repitiera su tímida aseveración inicial de que lo ocurrido era un golpe militar —lo que libró a los gorilas de sanciones reales—, y luego, para que Washington avalara los comicios, como lo hizo hace tres semanas Thoman Shannon, todavía a esa hora en el cargo de subsecretario de Estado para asuntos latinoamericanos, dando así vía libre a la maniobra de las elecciones.

Aunque ahora la Casa Blanca diga que el dictamen final lo dará de acuerdo con lo que ocurra hoy, lo cierto es que el banderillazo de arrancada estaba dado ya. De lo contrario, no hubieran existido elecciones sin que el Congreso analizara la restitución de Zelaya y se hubiera optado, al menos, por fingir que se cumplían los acuerdos. El desacato ha sido brutal, y la impunidad espanta.

Algunos se cuestionan ahora cómo saldrá adelante un gobierno espurio rechazado por casi toda la comunidad internacional y qué pasará con Zelaya, sobre quien vuelve a levantarse la amenaza de un juicio falaz…

Pero hay lecturas de más largo plazo, como las que llevan a preguntarse si Honduras será el balón de ensayo para esa derecha que apuesta a revertir el camino liberador emprendido en Latinoamérica. Es decir, si otros querrán reeditar esto que también se ha dado en llamar «golpe de nuevo tipo», donde los poderes del Estado se han confabulado con la bota militar en una especie de impeachment con argumentos «legales» falsos, e impuestos por la fuerza castrense.

La izquierda latinoamericana ha tomado nota, pero también debe hacerlo esa derecha cuya satrapía dio lugar a la formación de un nuevo sujeto político hondureño: la Resistencia. Por tercera vez pretenden burlar hoy sus derechos… Pero, en esta ocasión, la vencida no va a la tercera.

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