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El arsenal sionista

Occidente está empecinado en condenar a Irán porque se niega a frenar su programa nuclear con fines pacíficos. Pero, ¿quién le pone el ojo a Israel y su potente factoría atómica? ¿Y qué hay del resto de los arsenales nucleares?

Autor:

Jorge L. Rodríguez González

La componenda mediática contra Irán alcanza niveles insospechados. Los imperialistas saben que actualmente las primeras armas de una guerra son los medios de comunicación; por eso los utilizan para falsear la realidad, e intentan hacerle creer a todo el mundo que la nación persa tiene armas nucleares.

En su último informe, el titular del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA), Yukiya Amano, dijo que no se pudo probar que Irán destinara el uranio que ha enriquecido para fines militares. No obstante, prepara el terreno con malas intenciones cuando se queja de «falta de cooperación» por parte de Irán, que vetó la entrada de dos inspectores del OIEA por considerar que brindan información falsa sobre su programa nuclear con fines pacíficos. Estas serían declaraciones políticamente «correctas» para los Estados Unidos, Israel y Europa, naciones empecinadas en un pase de cuentas a un Gobierno nacionalista y no alineado como el de Mahmud Ahmadinejad.

Sin embargo, mientras esos países se afanan en sancionar a Irán por aspirar a los beneficios de la energía atómica, no levantan un dedo para señalar a Israel, que desde hace varias décadas se ha dedicado a armarse hasta los dientes con medios nucleares, y se niega a suscribir el Tratado de No Proliferación (TNP) nuclear.

Cualquiera de estos países, con suficiente capacidad nuclear para destruir el planeta, blasfeman sobre el programa iraní de enriquecimiento de uranio para fines médicos y la producción de energía eléctrica. Aluden que representa un peligro para los vecinos del Medio Oriente, pero ni una palabra sobre los artefactos de Tel Aviv, la principal potencia imperialista de esa región.

Entre bambalinas

Desafiante, Israel se negó a asistir, en abril de este año, a una cumbre nuclear convocada por Washington. Con su ausencia —era de esperarse, porque siempre los jerarcas sionistas han eludido estas reuniones— el primer ministro Benjamin Netanyahu esquivó referirse al poderoso arsenal nuclear israelí, no declarado ni sujeto a ningún control internacional. También escapó a las exigencias de muchos estados de que Israel se adhiera al TNP. Pero Netanyahu sabe, al igual que todos sus predecesores, que entrar en ese acuerdo significa tener la obligación de rendir cuentas sobre la producción secreta de este tipo de armas de destrucción masiva y permitir la fiscalización de inspectores internacionales a su reactor de Dimona, que según trascendidos ha producido el único arsenal atómico en el Medio Oriente.

Aunque Tel Aviv siempre ha jugado a la ambigüedad respecto a su política nuclear (nunca admite ni desmiente su capacidad atómica, y asegura que no será el primer Estado en introducirla en Medio Oriente), no son pocos los expertos, incluso de la CIA y el M-16 británico, que reconocen la existencia de ese tipo de armamento en Israel, aunque aseguran que es uno de los «secretos» mejor guardados del mundo, con los Estados Unidos como su fiel defensor.

Desde su fundación como Estado en 1948, en territorio de Palestina, Israel inició sus investigaciones nucleares. Un año después comenzaron estudios geológicos en el desierto de Neguev, con el objetivo de encontrar reservas de uranio, que aunque no se encontraron, sí resultaron en el significativo hallazgo de ese recurso natural en los depósitos de fosfato.

Ya en 1952 el régimen sionista creó la Comisión de Energía Atómica, posteriormente adscrita al Ministerio de Defensa, lo cual evidenciaba los fines que perseguían sus estudios. En ese entonces los Estados Unidos y Francia, países con los cuales Tel Aviv concretó acuerdos de cooperación atómica, comenzaron a brindarle asistencia técnica al régimen israelí. Los primeros científicos del régimen sionista fueron a prepararse a los centros estadounidenses de Oak Ridge y Argonne Forest.

Un acuerdo secreto firmado entre París y Tel Aviv, en 1957, permitió la construcción de la planta de Dimona, en el desierto de Naguev, y un reactor de 24 megavatios, que hacia 1964 tenía una capacidad de 150 megavatios.

Con muchos detalles, el coronel estadounidense Warner D. Farr revela cómo Israel se convirtió en la única potencia nuclear en Oriente Medio. El especialista relata la extraña desaparición de unos 90 kilogramos de uranio enriquecido de la Corporación N.U.M.E.C, de una de sus fábricas de procesamiento en Apollo, Pennsylvania (EE.UU.). En 1965, el Gobierno estadounidense acusó al presidente de esta corporación, Zalman Shapiro, de ser el responsable de ese material. Posteriormente la Comisión para el Control de la Energía Atómica, la CIA y el FBI concluyeron que el uranio había ido a parar a manos israelíes en algún momento antes de 1965*.

Desde entonces, el programa nuclear de Israel ha avanzado de manera tan impetuosa que actualmente Tel Aviv puede atacar a Irán, aunque Estados Unidos no lo haga.

Por dónde se escapa un secreto

La primera confirmación de que Israel tenía un amplio programa nuclear con fines militares salió a la luz pública en 1986, cuando el científico israelí Mordechai Vanunu, quien trabajaba en el reactor de Dimona, develó al diario inglés London Sunday Time, fotos de las zonas más importantes de ese complejo, así como detalles de la capacidad del régimen sionista para producir armas de destrucción masiva. Su trabajo en Dimona consistía en producir elementos radioactivos para la fabricación de bombas atómicas. Debido a sus revelaciones, Vanunu fue secuestrado por el Mossad (el instituto de seguridad israelí) en Roma y condenado a 18 años de cárcel, la mayoría de estos en aislamiento total.

En una entrevista concedida a la periodista suiza Silvia Cattori, Vanunu aseguró que a pesar de que Israel negaba su producción nuclear con fines bélicos, realmente estaba produciendo cantidades de sustancias radioactivas que solo podrían servir para ese objetivo. El ex técnico calculó que ya en 1986 Tel Aviv disponía de más de 200 bombas atómicas, y que estaban enfrascados en la fabricación de bombas de hidrógeno muy poderosas.

Otras fuentes especializadas confirman las declaraciones del científico judío. Las cifras que barajan los expertos internacionales oscilan entre las 200 y 300 ojivas nucleares, y una revista militar especializada denominada Jane´s asegura que todo ese arsenal se encuentra repartido entre siete puntos de Israel: Dimona (al sur del país); Nahal Sorek, también llamada Los Álamos (en el centro-oeste); la base aérea Palmajim (a pocos kilómetros al norte de Nahal Sorek), donde se realizan ensayos de misiles nucleares como el Jericó; Yodefat (a unos 30 kilómetros al este del puerto de Haifa), usado para el montaje y desmantelamiento de armas nucleares; Eilabun (a 20 kilómetros al este de Yodefat), donde se hallan reservas de armas nucleares consideradas tácticas; Be’er Yaakov (a 35 kilómetros al noroeste de Jerusalén), con importantes instalaciones subterráneas y donde se fabrican los misiles nucleares Jericó II; y Kefar Zekharya (en las colinas de Judea), que según la publicación especializada tiene unos 50 bunkers subterráneos que albergan el mismo número de bases de lanzamiento de cohetes.

Aliado del Apartheid

En mayo de este año el diario británico The Guardian informó que Tel Aviv intentó vender, en 1975, sus ojivas nucleares al régimen del apartheid de Sudáfrica, que según textos secretos constituyen la primera prueba documental oficial de la posesión de armas atómicas por el Estado israelí. Por ello Tel Aviv siempre se opuso a que el Gobierno postapartheid de Sudáfrica desclasificara esos originales, sobre todo en ese momento, cuando en Nueva York se llevaban a cabo conversaciones centradas en la no proliferación de armas nucleares en el Medio Oriente.

Según los documentos, descubiertos por el académico norteamericano Sasha Polakow-Suransky en las investigaciones para su libro sobre las relaciones entre Israel y el apartheid sudafricano (The Unspoken Alliance: Israel’s secret relationship with apartheid South Africa), luego de una reunión secreta celebrada el 31 de marzo de 1975, el jefe del Estado mayor sudafricano, teniente general R.F. Armstrong, reconocía en un memorando las ventajas que le proporcionaría a su país la adquisición de misiles Jericó, pero solo si estos estaban armados con cabezas nucleares. Poco después, el 4 de junio, en otro encuentro ultrasecreto efectuado en Zurich, el ministro de Defensa de la nación africana, Pieter Willen Botha, le pidió a su homólogo israelí, Shimon Peres —hoy presidente— que le suministrara cabezas de misiles. Para ese entonces el proyecto Jericó había sido rebautizado como Chalet, nombre con el que también se referían a las bombas atómicas propuestas por Israel.

De acuerdo con estos trascendidos, aquella Sudáfrica le facilitó a Tel Aviv buena parte del uranio que este país necesitaba para desarrollar sus armas nucleares. Estados Unidos pronto se puso al tanto de esta cooperación, una vez que sus satélites detectaron, en 1979, radiaciones nucleares emitidas en el Océano Índico, que según la cadena televisiva CBS pertenecía a un ensayo realizado por ambos países. Pero desde mucho antes, por los años 60, ya Washington conocía del programa nuclear militar de Israel, solo que este siempre se negó a las inspecciones del OIEA, y en cambio únicamente aceptaba a expertos norteamericanos. Además, Tel Aviv siempre manejó el calendario de las visitas, lo cual le permitió esconder información y pruebas.

Actualmente EE.UU. y sus aliados, que se consideran responsables respecto al TNP, no critican el programa nuclear israelí, al tiempo que Tel Aviv continúa armándose. Su poderío militar es la punta de lanza con la cual mantiene su hegemonía en Medio Oriente. No es acusado por ninguna instancia internacional, ni mucho menos sancionado.

Pero tampoco se piensa en el peligro que representan, en general, las armas nucleares, donde quiera que se encuentren. En lugar de reducir esos arsenales o dejar de producir otros, la solución definitiva a esa amenaza está en el desarme total, sobre todo cuando más de 20 000 de estas armas se encuentran en manos de ocho países.

Sin embargo, para las potencias occidentales, conscientes de la política sionista de aniquilación, suficientemente probada contra el pueblo palestino, «el peligro» está en Irán, un país que se opone a la injerencia extranjera, y cuya política nacionalista es una espina que rasga la garganta de Washington, desesperado por tragarse los enormes recursos del Medio Oriente. Pero, ¿quién le pone el ojo a Israel y su arsenal atómico?

*Artículo: The third temple’s holy of holies: Israel’s nuclear weapons

 

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