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Plan B, C… para una intervención militar indirecta

Frustrados por el veto de Rusia y China a una resolución que podría dar luz verde a una agresión contra la nación siria, Occidente y sus aliados árabes manejan un abanico de alternativas para concretar su estrategia de cambio de régimen

Autor:

Jorge L. Rodríguez González

Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña y sus asociados de la Liga Árabe se exasperan porque aún no han podido legitimar en Naciones Unidas una guerra abierta contra el presidente sirio Bashar Al-Assad. El último veto de Rusia y China en el Consejo de Seguridad del organismo internacional, les obligó a incrementar el tono amenazante: Occidente cocina más sanciones económicas con el objetivo de mellar el apoyo de la clase media siria al Gobierno; la Liga y la ONU preparan lo que quieren llamar una fuerza «pacificadora» y de observación conjunta para desplegar en el país levantino; el Pentágono evalúa sus capacidades militares para responder a la crisis, los dólares y los pertrechos bélicos árabes sustentan a las bandas armadas opositoras…

El Consejo de Seguridad se apresta a discutir una nueva resolución, cuya letra es fiel a las apetencias y los intereses geoestratégicos del binomio Occidente-jeques del Golfo. La iniciativa, que presentan con el alegado propósito de proteger a la población civil en Siria, es bastante cuestionable. Hace poco, el secretario general de la Liga, Nabil Al-Arabi, desechó el reporte presentado por un equipo de 165 monitores árabes porque el resultado no era el esperado: confirmaba la responsabilidad de bandas armadas terroristas en la violencia y el cumplimiento del Gobierno de Damasco con lo pactado en noviembre con el organismo regional.

Según fuentes de la Liga Árabe, la renuncia del sudanés Mohamed Ahmed Al-Dabi como jefe de esa misión de verificación, fue precisamente una muestra de discrepancia con la desestimación que hicieron Al-Arabi y el Consejo de Cooperación del Golfo sobre las valoraciones del equipo de veedores. Ahora, el ex canciller jordano y enviado especial de la ONU para Libia, Abdel Ilah Al-Khatib, reemplazará a Al-Dabi, quien fue víctima de acusaciones mediáticas una vez que sus declaraciones desentonaron con las pretensiones de Occidente y su lobby árabe (Arabia Saudita y Qatar, principalmente).

En una entrevista publicada por el periódico tunecino Nawaat, Ahmed Manaí, uno de los 165 observadores de la Liga Árabe desplegados en Siria, confirmó que el organismo regional «ha sepultado el informe» de esa misión.

Manaí, antiguo experto internacional de Naciones Unidas, explica que ese reporte daba cuenta de la existencia del denominado Ejército Libre Sirio (ELS) y de otros grupos armados que atacan a las tropas gubernamentales, realizan secuestros de civiles a quienes se libera solo tras el pago de un rescate, y cometen asesinatos y sabotajes a instalaciones petrolíferas, edificios civiles, trenes y vías ferroviarias.

Aún la página oficial de la Liga sigue sin publicar la letra exacta de las conclusiones de los veedores. De seguro no lo hará a juzgar por las declaraciones de Manaí, y por el hecho de que es precisamente Qatar —un Estado que predica a favor de una fuerza de intervención árabe—, quien ocupa la presidencia del organismo. Además, una visión equilibrada de la situación interna siria no serviría a Washington y a los europeos para sustentar su estrategia de cambio de régimen.

Junto con la decisión de involucrar a la ONU, la Liga acordó suspender las relaciones diplomáticas con Damasco, aumentar las sanciones económicas y brindar apoyo político y financiero a la oposición siria.

Al mismo tiempo, la Unión Europea quiere apretarle mucho más el cuello a Al-Assad. Recientemente los Veintisiete llegaron a un acuerdo político, que será oficialmente sellado el próximo día 27 en Bruselas, con vistas a bloquear los activos del Banco Central sirio y las importaciones por sus países de fosfato, oro y otros metales estratégicos procedentes de la nación árabe.

La guerra no será solamente económica o a golpe de una diplomacia de chantajes y presiones. Si las sanciones no logran su fruto —derrocar a Al-Assad—, vendrán, de manera abierta, las opciones militares. Y entonces a Occidente no le importará pasar por encima del veto chino-ruso a una resolución que pudo abrir las puertas a una agresión. No sería la primera vez.

Sin eufemismos… es una guerra

La Casa Blanca apuesta a las sanciones económicas y a las campañas difamatorias para presionar al Presidente sirio, pero advierte que solo por ahora.

«Antes de comenzar a hablar de opciones militares, queremos asegurarnos de que hemos agotado todos los medios económicos, políticos y diplomáticos en nuestro propósito», dijo la belicosa Susan Rice, embajadora estadounidense ante Naciones Unidas, dejando abierta una intervención, adicional a la que ya está ocurriendo entre bambalinas con la desestabilizadora Agencia Central de Inteligencia (CIA), el M16 británico y la infiltración de grupos terroristas desde Libia e Iraq y de mercenarios del Golfo.

El ex oficial de la CIA especialista en terrorismo, Philip Giraldi, asegura en Deep Journal que adiestradores de las fuerzas especiales francesas y británicas están sobre el terreno sirio asesorando a los opositores, quienes reciben equipamiento de comunicaciones e inteligencia de las manos de la «Compañía».

Al Qaeda y Washington están unidos en la guerra contra Al-Assad. Los anónimos funcionarios estadounidenses han hecho trascender con los medios de comunicación que la rama iraquí de Al-Qaeda (AQI) ya está operando en terreno sirio. El ministro del Interior de Iraq, Adnan Al-Asadi, confirmó la versión a AFP y agregó que también está en curso el trasiego de armas.

Según detalles ofrecidos por el titular, «las armas son transportadas desde Bagdad a Nínive (provincia), y por ser Siria el destino final, se han encarecido enormemente. Por ejemplo, el precio de un fusil de asalto Kalashnikov, que antes oscilaba entre 100 y 200 dólares, hoy está entre los 1 000 y 1 500.

Poco después de las filtraciones mediáticas, el actual jefe de Al Qaeda, Ayman al-Zawahri, condenó al Gobierno de Damasco e instó a sumarse a la sublevación terrorista contra Al-Assad, según The New York Times.

Funcionarios estadounidenses también revelaron a CNN que el Pentágono prepara un abanico de alternativas de intervención en Siria, aunque trataron de restar importancia al estudio que el Comando Central de EE.UU. hace de manera solapada, aludiendo que el seguimiento de lo que acontece en la nación árabe es solo un ejercicio de rutina, pues el presidente Barack Obama cree posible resolver el problema sin una intervención militar.

Pero la maquinaria bélica norteamericana no quiere estar con los brazos cruzados el día que el Nobel de la Paz decida lo contrario. Por eso se apresura a evaluar sus capacidades para acciones, que van desde el envío de «ayuda humanitaria» y el apoyo logístico y financiero a los grupos opositores, hasta los bombardeos, tal y como hicieron en Libia.

Según los trascendidos, al frente de una operación militar contra Siria se encontraría el general James Mattis, jefe del Comando Central, quien en este proceso de evaluación trabaja de manera muy cercana con el general Martin Dempsey, Jefe del Estado Mayor Conjunto de EE.UU., encargado de presentarle a Obama el libreto a seguir.

La retórica «diplomática» estadounidense es cada día más agresiva con Al-Assad y lo que realmente hace Washington no tiene nada que ver con este concepto, al que  cualquier manual de política o relaciones internacionales nos remitiría: un método o instrumento para la realización de los objetivos de política exterior por medios pacíficos.

Susan Rice ha sido bastante intimidatoria en la práctica. «Tus días están contados», le dijo a Al-Assad, y estas palabras en plena ONU sonaron a declaración de guerra.

Al mismo tiempo, miembros influyentes del Congreso como los senadores John Kerry (demócrata), Joseph Lieberman (independiente y ex demócrata), el republicano John McCain (del Comité de Servicios Armados), y Lindsey Graham (republicano), son partidarios de brindarle a la oposición siria material bélico para enfrentar al Ejército y los agentes de seguridad. Para ellos, acabar con Al-Assad es solo una página de un grueso libro de peripecias bélicas porque sería también «una derrota estratégica para el régimen iraní».

En medio de este contexto, y luego del veto chino-ruso, la Liga Árabe, en uno de sus actos desesperados por acabar con el Gobierno de Damasco, también dejó claro que armar a la oposición siria ya es oficialmente una opción. El pasado fin de semana aprobó proveer a esos grupos de todo el apoyo político y material. Arabia Saudita ya le ha suministrado al ELS —engendro EE.UU./OTAN— unos 3 000 teléfonos satelitales, y Qatar, cañones antitanques y equipos de visión nocturna, según Fox News.

El coordinador logístico del ELS, jeque Zuheir Abassi, pidió a EE.UU. una zona de exclusión aérea y una locación desde la que puedan actuar sin problemas, pues cree que «si nos dan estas dos cosas, la mayor parte del Ejército desertaría para unirse a nosotros», según lo citó la cadena noticiosa estadounidense.

Paralelamente, Washington, París, Londres y la Liga ultiman  detalles para celebrar el 24 de febrero, en Túnez, una reunión de la coalición que llaman «amigos del pueblo sirio». Una experiencia similar, también al margen de la ONU y con el liderazgo del presidente galo Nicolas Sarkozy, tuvo lugar cuando la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) bombardeaba Libia. En esos encuentros acordaron brindarle apoyo diplomático y político al apátrida Consejo Nacional de Transición —peón de la Alianza Atlántica en suelo libio—, y desembolsarle los activos del país norteafricano congelados previamente como parte de la guerra económica. (Con «amigos» como esos…)

Con estos ingredientes, el mejunje occidental/árabe se vuelve cada vez más peligroso para Siria. A la guerra, aunque los centros de poder digan que no es su opción, es a lo único a lo que han estado apostando. Quieren expulsar a Al-Assad y construir un satélite prooccidental. Sin medias tintas.

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