Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

La historia es nuestra y la hacen los pueblos

El 11 de septiembre de 1973 en Chile marcó el comienzo de un régimen de terror, violador de los más elementales derechos humanos de miles de personas

Autor:

Yailé Balloqui Bonzón

«Ante estos hechos solo me cabe decirle a los trabajadores: Yo no voy a renunciar. Colocado en un tránsito histórico, pagaré con mi vida la lealtad del pueblo. Y les digo que tengo la certeza de que la semilla que entregáramos a la conciencia digna de miles y miles de chilenos no podrá ser segada definitivamente. Tienen la fuerza, podrán avasallarnos, pero no se detienen los procesos sociales ni con el crimen ni con la fuerza. La historia es nuestra y la hacen los pueblos».

Son pasadas las diez de la mañana del martes 13 de septiembre de 1973, el legítimo presidente de Chile, Salvador Allende, electo democráticamente por el pueblo tres años antes, emite así su último e histórico mensaje a la nación a través de Radio Magallanes, la única progubernamental aún no silenciada por un ejército que, bajo la égida de quien posteriormente se convirtiera en uno de los peores dictadores que ha sufrido la humanidad, Augusto Pinochet, desde la madrugada de ese día habían comenzado a tomar militarmente Santiago de Chile, la capital. «Quizá sea esta la última oportunidad en que me pueda dirigir a ustedes. ....» Fue unas de las últimas frases pronunciadas por Allende. Y tuvo razón.

Minutos más tarde tanques, soldados y francotiradores apostados en los edificios aledaños al Palacio de la Moneda, sede gubernamental, abren fuego, estableciendo desde el principio la ferocidad con que responderían a cualquier intento de resistir el golpe contra el Gobierno democrático. Allende se quitó la vida antes de que las tropas ingresaran al Palacio en llamas.

Había llegado al poder en 1970 con la Unión Popular (en la que confluyeron comunistas, socialistas, radicales y Acción Popular Independiente, entre otros) luego de varios intentos y de haber transitado una carrera política importante desde la década del 30.

A partir de ese momento la gestión de Allende estuvo encaminada al aumento de los salarios, el incremento de los servicios sociales, acelerar la redistribución de la tierra y nacionalizar el cobre y cientos de empresas.

Estas medidas entusiasmaron a campesinos y obreros, que empezaban a poseer propiedades, pero enojaron a las clases media y alta, a empresas norteamericanas.

Y es que Estados Unidos no estaba dispuesto a «permitir» que un nuevo Gobierno socialista y antiimperialista como el que desde 1959 se estaba construyendo en Cuba, emergiera en Chile. El resultado fue el fatal triunfo del golpe, la terrible represión subsiguiente y la imposición de una dictadura, liderada por el general Augusto Pinochet y que sumió a la nación chilena y al continente, en uno de los más deplorables episodios de violaciones de los derechos humanos que ha tenido lugar en América Latina.

El instrumento fundamental de terror de la dictadura de Pinochet fue la tortura y la desaparición. La detención, el allanamiento y la prisión eran las fases iniciales del proceso que culminaba con un martirio que provocaba un terror generalizado. Las ejecuciones y las detenciones con desaparición eran expresiones ejemplarizantes.

¿El resultado final? Diecisiete años de horror. En un país con 12 millones de habitantes se sometió a tortura a 114 000 personas, se ejecutó a 2 456 y se hizo desaparecer a 1 200 detenidos, sin contar los miles que no figuraron en algun registro penitenciario, y nunca volvieron a sus casas. Según informes de organismos de derechos humanos, posteriormente cotejados con los controles policiales, 247 000 chilenos se exiliaron o fueron expulsados del país.

Allende más vivo que nunca

Hoy 11 de septiembre, a 39 años de aquel retroceso político que cambió la historia chilena y de buena parte del continente latinoamericano, el eterno presidente de Chile vive en cada joven estudiante que remarca el agotamiento del modelo neoliberal que junto al terror, las torturas y las desapariciones, se implantó en ese país a partir de 1973.

El agotamiento de ese modelo vivió su cúspide en 2011 cuando los estudiantes se dieron a la tarea de construir el presente a partir de una realidad distinta, y sumar a estas luchas a todos los sectores de la población. Apoyados en los fundamentos allendistas, ellos han sabido reclamar lo que les pertenece por derecho: una educación pública, gratuita y de calidad.

En Chile se ha tratado de moldear la historia a conveniencia de los que sostienen el modelo, pero la esencia de las ideas de Salvador Allende está presente en cada una de las demandas que emergen hoy de todo un país y que no nacen solo del surgimiento  de una nueva generación.

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