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¿Cómo van Obama y Romney?

Estados Unidos está a punto de elegir Presidente para cuatro años en una de las carreras más reñidas e inocuas de su particular democracia

Autor:

Juana Carrasco Martín

Algunos centraban el posible resultado de las urnas el 6 de noviembre en lo ocurrido en tres debates presidenciales, lo que indica la nimiedad de un proceso donde a la larga no importa quién gane, porque todo seguirá igual en la casa imperial: cualquiera cumplirá los mandamientos de los poderosos, que los indignados estadounidenses han calificado como el uno por ciento.

Pero los matices cuentan, y las cosas para el actual presidente y candidato demócrata, Barack Obama, y el aspirante republicano Mitt Romney en la carrera por la Casa Blanca, tomaron un rumbo inesperado cuando la supertormenta Sandy hizo un paseo catastrófico por los estados costeros del nordeste, por lo general bastión del Partido Demócrata.

En los debates, asumidos como rounds de pelea de boxeo, especialistas y encuestas, con sorpresa, vieron ganar en el primero a Romney frente a un Obama cansado y hasta abatido, que repuso energía para el segundo y dejó el match, al final, en 2-1 a favor del mandatario.

Romney, con una fortuna personal que lo sitúa en el grupo del uno por ciento de los multimillonarios, ha sorteado toda clase de obstáculos desde que inició las primarias dentro del Grand Old Party (GOP) o Partido Republicano, cuando no parecía tener la menor oportunidad, pero su capacidad financiera le permitió estar en todos los estados durante la contienda interna y se impuso al rechazo de sectores ultraconservadores de sus correligionarios, ganando el aval de la Convención de Tampa, en parte también por un aspirante a vice alineado en esas filas del republicanismo.

Las bases más ortodoxas miraban a Romney con recelo por haber sido gobernador de Massachusetts, uno de los estados más liberales del país, y ser mormón. Sin embargo, el pasado día 18, cuando su iglesia dejó de calificar como «secta» al mormonismo, el famoso telepredicador evangelista Billy Graham, en página completa del Wall Street Journal, llamó a votar a favor de los «valores bíblicos»: «aquellos que protegen la santidad de la vida y la definición bíblica del matrimonio, la unión de un hombre y una mujer» y «apoyan a Israel», claro pronunciamiento a favor de Mitt Romney, que tiene esos temas en su programa.

También parece estar imponiéndose a sus propios traspiés, pues cuando da criterios y hace algún discurso improvisado no pocos recuerdan los dislates de George W. Bush, el hijo, y hacen mofa de sus zigzagueos políticos y desmemorias.

En estos días finales de campaña Obama le inventó un calificativo —Romnesia—, y en Cleveland, Ohio, dijo incisivamente: «¡Él espera que tengamos lo que nosotros hemos llamado un caso de Romnesia! Espera que no nos acordemos de que su plan económico tiene más que ver con crear empleos en China que en Ohio».

Una estocada en los temas económicos, a su vez punto débil del demócrata que, sin embargo, ha tratado de explicar que si las cosas no andan muy bien, tampoco están peor que cuando llegó hace cuatro años a la Presidencia.

La realidad del día a día acompaña a la hora del voto y esta no es muy halagüeña para una buena parte del país. El desempleo ha declinado del 8,3 al 7,9 por ciento este octubre, aunque se dice que ningún presidente de Estados Unidos ha logrado ser reelecto con un índice mayor del cinco por ciento entre los sin trabajo.

AP valoraba recientemente otros índices económicos favorables a Obama, como el alza de las ventas minoristas y la construcción de viviendas, por las bajas tasas de interés hipotecario.

Encuestas más o encuestas menos, diferencias y matices de cómo hacer las cosas a la hora de gobernar, pero con líneas estratégicas definidas por la condición imperial de Estados Unidos, falta por ver qué sucederá realmente el Día D, es decir el 6 de noviembre, cuando no se esperan largas colas en los centros de votación porque la abstención es una forma habitual de rechazar o mostrarse apático ante un proceso en el que muchos no creen, y Sandy puede agregar obstáculos en ese sentido, además del impacto que tendrá para la economía ya con daños y pérdidas calculados en 50 000 millones de dólares.

De todas formas, el listón parece parejo para ambos saltadores, según las encuestas que en unos casos favorecen a Obama y en otros a Romney, pero por un puntaje dentro del margen de error. Por estos días también se dan las adhesiones de entidades o personalidades que con su peso intentan inclinar la balanza a uno u otro lado.

Así, el Washington Post anunció en un editorial su abierto apoyo a la reelección de Obama, de quien dijo «entiende la urgencia de los problemas del país como ningún otro y está comprometido a resolverlos de modo equilibrado». Por Mitt Romney se pronunció el Detroit News, el diario del emporio del automóvil, que lo alabó porque «abraza la iniciativa individual y el mundo empresarial»… «Un país construido sobre el individualismo se encuentra cada vez más bajo el control de un gobierno federal que sigue expandiendo su presencia en la vida de los ciudadanos», agregó el periódico.

Los signos de interrogación acompañan a quién será de verdad el vencedor. Entonces hace falta algo más que encuestas para el análisis que también pasa por el dinero, siempre el dinero.

Y una buena cantidad se requiere para las campañas publicitarias, la parafernalia que acompaña a un proceso que es más bien espectáculo manipulador que ejercicio de democracia. Buena parte de los esfuerzos de las maquinarias políticas y de los contendientes se va en buscar los capitales que se necesitan.

El sistema ha permitido que crezcan los llamados súper PACs (comités de acción política), grupos recaudadores que no tienen que rendir cuenta, y a través de ellos fluye esa plata que después tendrá recompensa con privilegios, leyes favorables y otras formas de imponer los intereses de la clase o los segmentos en el poder.

Obama llegó a su meta de recaudación para la campaña, nada menos que mil millones de dólares, una suma para quitar la respiración, y Romney no se queda muy atrás. Los cálculos dan que tanto en la campaña presidencial, como en las de los representantes a la Cámara, que va toda a las urnas, como en los 33 de los cien senadores que ahora se renuevan, se despilfarrarán 6 000 millones de dólares. La publicidad comprará un voto manipulado por la imagen más que por el criterio convencido por un programa u otro, que también a la larga suelen ser promesas vanas —como las avellanas, diría mi abuela Rosario.

Los que sirven: Los votos electorales

Vistas estas particularidades, llegamos a la verdad del proceso llamado democrático: el voto de la ciudadanía vale solo hasta un punto, que permite llegar a la conclusión de que en realidad NO cuenta.

El sistema estadounidense está ajustado para que cada uno de los 50 estados de la unión tenga un número de votos electorales o compromisarios —también se les llama así— proporcional a su población. Por ejemplo, Vermont aporta tres, mientras California se alza con 55. Y esos son los que sí cuentan para que un presidente salga electo; se necesitan 270 de ellos para sentarse en la Oficina Oval de la Casa Blanca.

La trampa mayor es que el que gane la mayoría de los votos populares, es decir los depositados por la ciudadanía, aunque esa ventaja sea solo de una boleta, simplemente se lleva TODOS los votos electorales de ese estado.

De ahí la lucha enconada por ganar, sobre todo, los estados más grandes y decisivos, porque si hipotéticamente uno de los contendientes resulta vencedor en 11 estados que suman los 270 necesarios (California, Texas, Nueva York, Florida, Pennsylvania, Illinois, Ohio, Michigan, Georgia, Carolina del Norte y Virginia), los demás no importan. Por supuesto, en esa lista los hay fuertemente demócratas o fuertemente republicanos.

De todas formas, es posible la paradoja de haber obtenido una suma de votos populares mayor en todo el país, pero perder la cifra mágica de los 270 que abren las puertas de la Mansión de la Avenida Pensilvania.

Como hay estados que tradicionalmente dan siempre su apoyo a uno u otro Partido, sea quien sea el que lo represente, le es «fácil» a los analistas hacer una lista de cuántos votos electorales posibles tienen ya a su haber ambos candidatos. Según The New York Times, Barack Obama tiene 243 votos electorales, solo le faltan 27 para ganar. En cuanto a Mitt Romney, le adjudica 206 y necesitaría 64.

Hay nueve estados considerados los péndulos, cachumbambés o «swing», y en estos días finales fueron visitados una y otra vez por los contendientes.

Según encuestas, hasta el sábado 27 de octubre, Obama llevaba ventaja, algunas muy ligeras, en siete (Iowa que da seis votos; Ohio con 18; Virginia que aporta 13; Nevada que tiene seis votos electorales; Colorado con nueve; New Hampshire con cuatro y Wisconsin con diez). Romney solo llevaba ventaja en la poderosa Florida de 29 votos electorales y Carolina del Norte, con 15 votos.

Pero son solo probabilidades, porque las encuestas, como los políticos estadounidenses, a menudo se equivocan.

De todas formas, el sprint final se está dando con todas las de la ley. No hablemos de la profusión de anuncios que están dejando millones en el haber de las empresas publicitarias y los medios masivos, ya sean para ensalzar o para denigrar, que de todo hay, sino de los encuentros cara a cara con la ciudadanía.

Veamos solo estos datos que muestran a un par de aspirantes con alas en vez de piernas porque en avión o helicóptero brincaron así en octubre, y Romney presenta más horas de vuelo sin duda alguna, pues visitó dos veces Iowa, Nevada y Colorado, estuvo cuatro en Ohio, y tres en Virginia; mientras Obama se llegó una vez a Iowa, Virginia, Colorado y Wisconsin; estuvo dos veces en Florida y Nevada, y Ohio también fue cortejado cuatro veces por el demócrata: no podía ser menos que el republicano, en un estado que aporta demasiado.

Epílogo

Pues aquí quedan las interrogaciones. De analizar las encuestas y un voto que puede ser de castigo para el que no resolvió todos los problemas, parecería que Mitt Romney se lleva el  gato al  agua. Por  otro lado, Obama le va sacando ventaja en los votos electorales y está más cerca de los ansiados 270.

El martes 6 de noviembre en EE.UU.—único país del mundo que hace elección presidencial en un día entre semana, como para no alentar el voto de quienes trabajan—, las urnas dirán si en enero de 2013 hay repetición de protagonista o un nuevo actor en escena.

Sin embargo, un elemento relativamente novedoso que se abre paso en las peculiares elecciones, el «voto temprano», acogido ya por un número de estados, se ha visto afectado por Sandy. Según una encuesta de Reuters/Ipsos, el 40 por ciento de las boletas de esta elección se habrían depositado en esa modalidad, y se estimaba que el 54 por ciento favorecería a Obama, quien por cierto ya votó y está claro por quién, y el 39 por ciento marcaría a Romney.

Los jinetes están en punta, ahora en una pista encharcada por Sandy, y parece que la victoria será por una nariz. Pero nadie da como vencedor a un pueblo con demasiados problemas a sus espaldas y merecedor de mejor trato y protagonismo.

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