Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Nacer dentro del agua

En la boca del Maracaibo existen islas casi desconocidas, en las que perviven relatos fascinantes

Autor:

Osviel Castro Medel

MARACAIBO, Zulia, Venezuela.— En menos de 15 días la profesión periodística, a veces incomprendida pero casi siempre gratificante, nos empujó de nuevo a las aguas.

Esta vez saltamos al lago de Maracaibo, un inmenso plato líquido que al mediodía parece soltar siluetas de vapor de sus entrañas; un plato brillante que tiene sobre sí un puente de 8 678 metros, de los más grandes del mundo.

Excepto en el rostro de nuestra acompañante, la doctora Miladys Fernández, primeriza en estas incursiones acuáticas, no se notaba sobresalto en los viajeros de la lancha rápida. Porque el lago, aunque sobrepasa los 13 000 kilómetros cuadrados, que lo hacen el mayor de Latinoamérica y uno de los 20 principales del planeta, inspira sosiego.

Además, la travesía desde el modesto puerto de El Moján iba a durar solo 20 minutos. El destino de nuestra expedición era Isla de Toas, un pedazo de tierra donde viven unos 8 500 habitantes y que está próximo al golfo de Venezuela.

Toas, otros cuatro islotes habitados y siete sin poblar, componen el municipio de Almirante Padilla —de unos 12 500 moradores—, el único que en la Venezuela continental (se descuenta el estado marítimo de Nueva Esparta) es totalmente insular.

Allá, en esa isla que recibe electricidad mediante cable submarino y agua por tubos sumergidos, nos enteramos de fascinantes historietas; desde burros «asesinados» por mosquitos hasta cordones umbilicales cortados en la noche a la orilla de un muelle.

Parto en el agua

«Corra, doctora, mi mujer está pariendo en la lancha», gritó el hombre desesperado en la puerta del centro de diagnóstico integral (CDI) Félix Moreno.

Yosemi Alfonso Reyes, que estaba de guardia, salió disparada hacia el cercano desembarcadero de El Toro y notó que la muchacha, traída desde uno de los islotes próximos, ya tenía el niño fuera del vientre.

«Pero faltaba extraer la placenta; era de madrugada y tuvimos que hacerlo a oscuras; terminé de asistir el parto y el esposo cortó el cordón con los dientes. Envolví la criatura en mi ropa, que se empapó de sangre, y la traje hasta aquí a las enfermeras neonatólogas y obstetras. Después no hubo mayores problemas».

Así nos lo contó esta doctora habanera de 35 años, que se encuentra entre los 27 cubanos que cooperan con el Gobierno venezolano en la misión Barrio Adentro en el municipio de Almirante Padilla. Y al soltarse en la charla, fue desgranando otras anécdotas de salvamentos que antes no hubieran podido escribirse, porque el CDI de Isla de Toas se inauguró el 17 de julio de 2007.

Al lado de Yosemi nos encontramos con el cienfueguero Sadel Mejías Palmer, de 32 abriles, técnico en terapia física y rehabilitación, quien estuvo entre los primeros en ver nacer este centro que ha transformado la vida de Toas y de los otros cuatro cayos habitados: San Carlos, Zapara, Sabaneta de Montiel y Maraca.

«Viví el inicio y veo que las cosas han cambiado mucho. Recuerdo que en la primera campaña de vacunación hubo gente que se metió al agua para que no las inyectaran», nos dijo.

Y agregó que la incredulidad alcanzó tal grado que una señora llegada al CDI con su hijo operado del húmero expresó que este jamás iba a mover el brazo y que los ejercicios de rehabilitación iban a ser por gusto. «Sin embargo, cuando a los 15 días el muchacho empezó a mover su extremidad la mujer quería arrodillarse, besarnos los pies... No hallaba qué hacer».

En sus irrupciones por esas islas del occidente de Venezuela, Sadel vio enjambres de mosquitos que jamás imaginó. Según nos contó, en San Carlos son tan grandes que los burros silvestres del lugar se lanzan al agua para atenuar las picadas y no ser «linchados».

«En Isla de Toas no hay tantos, pero en el resto del municipio sí y hay que cuidarse muy bien», nos comentó.

Parto en la tierra

En el ajetreo por los pasillos del CDI chocamos con Yoleida Morán, Milton Díaz y Héctor Nava, tres de los toenses que más veneran a los cubanos.

La primera ayudó, junto a su esposo y otras 30 personas, a levantar la construcción del centro médico desde cero, cuando «lo que salía del suelo era fuego, por el impacto de la roca con la mandarria».

Andando el tiempo, su hija, Leidi, se convirtió en enfermera del centro. Y su nieta, Kamila Victoria, fue la primera niña nacida en el CDI, pues el centro no está equipado para los partos y estos se realizaban como norma en el hospital público de la isla.

«Vine bajo un aguacero, a las ocho de la noche del 25 de agosto de 2011. Fue un acontecimiento; vinieron a asistirme los doctores Israel, Maikel Durán y Dalia Navas», narró Leidi. También participaron las enfermeras Elsita Heredia, Mirna Chapman y Magalis Morales. El alumbramiento, como fue un triunfo, llevó a que la niña la nombraran Victoria.

Si Yoleida nos sirvió de cronista del CDI, Héctor resultó para nosotros un historiador de Toas y de Almirante Padilla en general. Nos contó de las extracciones exageradas de roca caliza en la isla desde los tiempos de la colonia; de la resistencia del cacique Nigale, quien asentado en Zapara fue capturado y ahorcado en junio de 1607 por los conquistadores españoles.

Nos habló del lago, antaño cristalino y dulce, hoy salobre y algo oscuro debido a la industrialización, la explotación petrolera y los dragados que le infiltraron partes de mar. Y se refirió a la llegada de los primeros cubanos en 2001, «que fueron unos técnicos de deporte, muy recordados todavía».

Algo que nos remarcó una y otra vez: el nombre de Venezuela salió de estas tierras de lago y mar. O bien porque los nativos la llamaban Veneciuela o bien porque los invasores europeos la compararon con Venecia, al ver el Maracaibo, y le agregaron el «uela» en tono despectivo.

Encanto de volver

Entre relatos se disparó, rauda, la jornada. La directora del CDI, doctora Isabel Mesa Pino, que cumple su tercera misión en la República Bolivariana de Venezuela, nos condujo a un breve recorrido por la isla.

Le preguntamos por ese regreso continuado y enseguida salió a relucir su primer esposo, que perdió la vida en la guerra de Etiopía el 3 de febrero de 1978. «Me siento orgullosa de él y me siento orgullosa de lo que he hecho en esta tierra en las tres ocasiones; ahora es la primera experiencia en una isla; llevo seis meses, y aunque no resulta fácil me satisface igual», expuso enfática.

En el camino surgió el tema de la metamorfosis de Toas, antes sin una calle asfaltada y ahora transitada por autos y motos en arterias que intentan parecerse a las de pueblos modernos, aunque falta aún.

Isabel nos invitó a visitar las otras islas, como San Carlos, donde trabajan dos médicos (Pável Coellar Montejo y Enrique Alejandro Rodríguez López) y un licenciado en Cultura Física (José Luis López Cabrera). O la de Zapara, bien pegada al Mar Caribe, y donde tres cubanos, Ricardo Pérez Mirabal, Antonio Idel Pérez Rodríguez y Juan Carlos Rodríguez Suárez, operan cuatro grupos electrógenos que garantizan la electricidad en ese fragmento de suelo de unos 1 400 habitantes.

«He visto lo que hacen allí y es impresionante. Están solitos y sin quejarse», me comenta. Entonces los llamamos por teléfono, y Juan Carlos, que lleva 18 meses allá, nos expresó satisfacción porque antes de su arribo, Zapara se alumbraba ocasionalmente con una vieja planta y «en la actualidad no le falta la corriente».

Pensamos ir, pero el tiempo nos fulminó. Ya era imposible. Había que acomodarse en la lancha mientras el sol taladraba nuestras pieles. Zarpamos y miramos los pedazos de tierra que, caprichosamente, la naturaleza acomodó dentro de la inmensidad del agua; observamos a trasluz, en la ola que sin querer dibuja el motor de la lancha, los contornos de las islas; nos maravillamos nuevamente del lago y, sobre todo, de las grandezas humanas que dejamos atrás y que nos impulsan, categóricamente, al retorno.

Ejercicios y apellidos

Toas fue poblada antaño por la etnia añú que, aunque pervive, resultó casi aniquilada por los conquistadores. Aún moran en la isla algunos descendientes, pero ni siquiera conservan la lengua originaria.

Muchos de sus habitantes y de las islas vecinas tienden a padecer diabetes mellitus; por eso el personal de la salud cubano ha insistido en la práctica del ejercicio físico junto a una dieta balanceada y saludable. También hay incidencia de la anemia falciforme y de algunas malformaciones congénitas, acaso por el cruzamiento familiar. Abundan los apellidos Molero, Morán y Morales.

En el municipio de Almirante Padilla trabajan, además, cuatro colaboradores deportivos: Izaida Guerra, Javier Falcón, Damaris Leyva y José Luis Hernández, quienes han impulsado el deporte participativo y el ejercicio físico como fuente de salud.

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