Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Una epidemia con uniforme

El suicidio crece entre los veteranos y los militares estadounidenses en servicio activo, daño colateral que afecta a quienes regresan de las guerras con demasiadas pesadillas

Autor:

Juana Carrasco Martín

Prácticamente ya no se habla de ello, pero todavía siguen cayendo soldados estadounidenses en las guerras del Pentágono. A pesar de los artefactos terrestres de la robótica y los drones que emplea en el país centroasiático para evitar pérdidas entre sus tropas, 2 275 militares han muerto en Afganistán. En Iraq se cuentan 4 488 bajas mortales. El número de heridos es una incógnita, pero se afirma que 310 000 veteranos tienen lesiones cerebrales.

De ese costo humano, que va más allá de cuanto sucede en el escenario bélico, se reportan por estos días unas cifras que mayormente dejan reposar en la bruma de «lo mejor es ocultarlo». La CNN las despertó y no es ocioso airearlas, porque son demasiado impactantes, y supongo debieran ser preocupantes para la administración que mantiene vivas esas guerras.

Como promedio diario, 22 veteranos de EE.UU. cometen suicidio, una tasa que sobrepasa en mucho a ese índice entre toda la población estadounidense, lo que indica el mal que las guerras le hacen a un país que vive inmerso en ese estado desde su propio nacimiento como nación.

También es alto el índice entre los militares en servicio activo, y otra cadena televisiva hablaba de ello, la NBC News, que aseguraba que en el año 2012, según datos del Departamento de Defensa, habían muerto más soldados por su propia mano que las bajas en combate en el Ejército, donde la tasa había aumentado en un nueve por ciento desde que esa rama de las fuerzas armadas lanzara una campaña de prevención en 2009.

Leon Panetta, quien fue secretario de Defensa y director de la CIA durante el primer mandato de Barack Obama, en una declaración oficial en que reconocía que los miembros de servicio eran el más valioso recurso, por lo que debían hacer todo lo posible para cuidarlos, consideró: «Estamos haciendo todo para prevenir los suicidios en los militares, reconociendo que es un problema complejo y urgente». Es más, Panetta llamó «epidemia» a esa tendencia al suicidio, y tenía razón, pero muy poco se hizo y se hace en Estados Unidos para cortar lo que le da origen, la propia guerra y todo su horror y tragedia.

Algunos de los casos citados por CNN, cuando analiza los números que considera incompletos, dados por el Departamento de Asuntos de los Veteranos, son un retrato de la dolorosa situación provocada por la ambición desmedida del imperio sobre las riquezas de los demás, por su enfática determinación de erigirse en el juez y policía del planeta, en esa fantasía mesiánica de sus administradores de ser lo omnímodos reguladores de la guerra, más que de la paz, y que el presidente Obama acaba de definir en su discurso ante la 68 Asamblea General de la ONU, cuando calificó la «excepcionalidad» de Estados Unidos.

¿Por qué datos cojos o mutilados en ese registro de los suicidios, ya bien altos? Sencillo, solo corresponden a 21 de los estados del país, territorios que agrupan al 40 por ciento de la población norteamericana; comienzan en 1999 y terminan en 2011, cuando las operaciones en los campos de batalla todavía están vigentes; dejan fuera a tres de los cinco estados más poblados (California, Texas e Illinois); sin embargo, ellos están entre los que aportan un número mayor de hombres y mujeres en uniforme.

Entonces, la cadena televisiva pone casos, con nombres y apellidos, sobre esos datos no contados, pero aportadores de la cruda y cruenta realidad que se ha llevado a los países intervenidos y ocupados y se han traído de vuelta a casa.

«Levi Derby —afirma CNN— se colgó en el garaje de su abuelo, en Illinois, el 5 de abril de 2007», y cita a Judy Caspar, la madre del joven, cuando narra el sufrimiento de su hijo desde que vio morir a una niña afgana, a la que brindó una botella de agua y cuando ella vino a buscarla voló por una mina terrestre.

«Cuando Derby regresó a su hogar, se encerró durante días en el cuarto de un motel. Caspar vio un vacío en los ojos de su hijo. Poco después, Derby fue llamado a un viaje de servicio a Iraq. Él no quería matar nuevamente. Se declaró AWOL y finalmente estuvo de acuerdo con que le dieran una baja deshonrosa». AWOL son las siglas en inglés para Absent Without Oficcial Leave, ausente sin permiso oficial; por esa razón, Derby no consta en los registros del Departamento de Veteranos…

También contribuyen a la falsedad o parcialidad de los datos del Departamento de Asuntos de los Veteranos situaciones penosas que afectan a no pocos ex soldados: «Una persona homeless (sin casa y viviendo en la calle o apenas durmiendo en un precario refugio) de la que nadie puede atestiguar que es un o una veterana, u otros cuyas familias no quieren que se divulgue un suicidio por el estigma asociado a enfermedades mentales y ellos pueden presionar al forense del estado para que no lo registre como suicidio».

A más de 10 años del comienzo de la invasión de Iraq, de donde ya salieron las tropas de combate, pero permanecen soldados estadounidenses, dicen que en tareas logísticas y de seguridad, junto con un buen número de contratistas —el término que sustituyó al verdadero y bien degradante de mercenario—, una encuesta de Pew Research Center citada por NBCNews en marzo pasado, mostraba que solamente cuatro de cada diez de los hombres y mujeres que combatieron allí creían que las razones para ir a esa guerra justificaban las pérdidas en sangre y costos económicos.

Más pistas para la infección

Un reporte del Ejército de julio de 2010, que trataba de explicar esa epidemia daba otra pista: las repetidas misiones de los soldados a las zonas de guerra, es decir a Iraq y Afganistán. No son pocos los que han llevado a cabo dos, tres, cuatro y hasta más retornos a la región mesopotámica o centroasiática, porque existe una cierta disminución en el número de reclutados o en los estándares de retención en las filas armadas, lo que obliga a esos redespliegues que, incluso, han hecho que más de 47 000 permanezcan en las fuerzas regulares a pesar de sus historias de abuso de sustancias tóxicas, delitos menores o «transgresiones serias», como admitía ese informe.

El estrés por combate es, asegura CNN, solo una de las razones por las cuales los veteranos atentan contra su vida, y cita la experiencia clínica del psicólogo Craig Bryan, quien en sus investigaciones encontró que entre los militares que han sido víctimas de asalto violento o violación los intentos de suicidio superan seis veces a igual respuesta conductual entre las víctimas no militares de ese tipo de agresiones.

«Un récord de todos los tiempos», así llamó el Washington Post a los suicidios en 2007, pero desde entonces estos se incrementaron en el 54 por ciento, anotaba NBCNews, teniendo en cuenta los datos hasta 2012.

Hace un año, dos representantes demócratas estadounidenses, Jim McDermott, por Washington; y Leonard Boswell, por Iowa, presionaban para que se incrementaran los fondos anti-suicidios del Departamento de Defensa en 2013.

McDermott argumentó: «El Pentágono está fundado para ayudar a los soldados y necesita hacer mucho más sobre la epidemia de suicidios». No creo que hayan tenido éxito alguno cuando la crisis presupuestaria del Gobierno federal ha llevado a reducciones de gastos, incluso los destinados a la maquinaria bélica, lo que lleva a apretarse un poquito el cinturón, y lo hace en esos gastos «superfluos» y nada importantes para lo que llaman la seguridad nacional de Estados Unidos.

El shock del regreso

Luego de años como uniformados, el regreso a casa de muchos veteranos es traumático, se aíslan o los aíslan y se va creando una barrera que si no se traspasa para buscar o recibir ayuda en la difícil transición, les puede llevar a formar parte de esa epidemia.

Ejemplos han sido dados por otra publicación estadounidense, The Statement, que a finales del pasado año divulgó una serie de reportajes con el tema, tras una investigación y el correspondiente análisis llevado a cabo durante seis meses en el que se reveló el alarmante alto número de suicidios, de la prescripción de sobredosis de medicamentos y el aumento de choques vehiculares entre los jóvenes veteranos de Texas, y que en muchos casos esas dificultades reflejaban la forma en que habían asimilado o no, el retorno a sus casas.

Resulta interesante que The Statement vea una esperanza a pesar de los números fatales en la existencia de varios e innovadores programas de ayuda, pero que están manejados por grupos o individuos fuera del Gobierno, que en definitiva debiera tener la responsabilidad principal y hasta total de este fenómeno social del que es causa sustancial sus propias guerras.

The Statement dice que los expertos consideran que el más exitoso apoyo a los veteranos y donde ellos encuentran estos el mayor problema a su  retorno, es bien simple: encontrarles empleo.

Pero, Keith Boylan, un educador de la comunidad en la organización Swords to Plowshares (Convertir espadas en arados) que agrupa a veteranos contra la guerra, citado por The Statement, considera que los años venideros serán cruciales para forjar el involucramiento y la comprensión pública hacia el asunto de los veteranos de Iraq y Afganistán, que probablemente persistirá por décadas.

Perdura el virus que provoca la epidemia del suicidio, y el antídoto, simple, sencillo, y tan necesario, se mantiene encerrado bajo siete candados en el edificio pentagonal donde los halcones de la guerra siguen deseando, pensando, organizando y ejecutando guerras.

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