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¿Quién está movilizando tropas en Europa?

Autor:

Juana Carrasco Martín

Las acusaciones estadounidenses y de la OTAN de que Rusia acercó sus tropas a la frontera con Ucrania, levantó la alharaca de los medios y con ello los argumentos para imponer sanciones a Moscú por la escisión de la península de Crimea y la solicitud de integrarse a la Federación rusa.

Con reticencia, los miembros de la Alianza Atlántica han acogido las declaraciones del Kremlin de que ya regresan a sus cuarteles los efectivos movilizados tras el golpe de facto que sacó de la presidencia ucraniana a Víktor Yanukóvich; y la OTAN mantiene su posición de que esa retirada de los militares es todavía imperceptible, cuando estima que hay entre 35 000 y 40 000 soldados rusos en la región fronteriza.

Pero el panorama tenso —que al parecer va tomando tonos menores con el diálogo entre los jefes de Exteriores de EE.UU. y Rusia—, no tiene igual expresión en el ámbito militar, ni se corresponde la respuesta de Occidente, cuando se hace obvio que la OTAN está construyendo un cerco al gigante euroasiático.

Varios son los indicios y algún que otro analista señalaba que la crisis ucraniana ha puesto de vuelta al negocio a la gran alianza militar, con sus desmedido interés en las repúblicas del Caúcaso, el aumento del patrullaje de los aviones espías, los juegos de guerra en territorios no habituales como Polonia y los estados bálticos, y el aceleramiento del cronograma de despliegue del sistema de defensa antimisiles en la Europa central.

Por ejemplo, antiwar.com destacaba los proyectos estratégicos en Armenia, Azerbaiyán y Moldavia; y el semanario alemán Der Spiegel logró un documento confidencial de siete páginas donde se proponían ejercicios conjuntos y entrenamiento en operaciones de «defensa inteligente» entre la OTAN y estos tres países.

Respecto a Azerbaiyán aseguraba que usualmente el interés comenzaba y terminaba en la frontera con Irán, pero ahora ponen la mira en el borde con Rusia de la pequeña república central. En Moldavia, vecina de Ucrania, ya la OTAN tiene una «oficina de enlace», y en Armenia ha obtenido la posibilidad de desplegar ejercicios militares.

Esa escalada de la presencia militar de Occidente también se desencadenaba en Rumania, que no tiene fronteras directas con Rusia, pero adonde planea enviar cientos de uniformados de su infantería a la región oriental.

Allí ya tienen unos mil soldados y el presidente rumano, Traian Basescu, está dispuesto a aceptar 600 más para «misiones específicas» en el Mar Negro, planes que llevarían también un incremento del número de aviones en la base Mihail Kogalniceanu, utilizada en el año 2001 para el transporte de tropas hacia Afganistán y en 2003 hacia el norte de Iraq.

Polonia, que desde hace rato quiere fortalecer sus lazos con la OTAN, se ha servido de la separación de Crimea para solicitar un emplazamiento «permanente» de las fuerzas atlánticas, con al menos 10 000 tropas terrestres. Busca, dice, protección ante una supuesta «amenaza rusa» de invasión a Polonia, al decir del Gobierno del primer ministro Donald Tusk, cuya mayor satisfacción sería tener dos brigadas pesadas de la OTAN en territorio polaco.

En cuanto a la zona norte, las tres naciones del Báltico —Estonia, Letonia y Lituania— se abren también al flirteo, y sobre esos territorios se han reforzado las patrullas aéreas de la OTAN.

El martes 1ro. de abril, también el Parlamento ucraniano votó unánimemente por la aprobación de ejercicios militares conjuntos con la OTAN en los próximos meses, que incluyen uno con Estados Unidos, dos con Polonia y otro con Rumania, para incrementar sus capacidades militares.

Sin embargo, el comandante supremo de la OTAN en Europa, el general estadounidense Philip Breedlov, advierte ladinamente que Rusia está «muy, muy lista» para retornar a su influencia en la región. Un ardid propagandístico sobre supuestas pretensiones rusas, cuando en realidad están tomando cuerpo las tremendas ambiciones estadounidenses y atlantistas respecto a lo que otrora fue parte de la Unión Soviética o de sus aliados en el fenecido Pacto de Varsovia.

Han pasado dos décadas desde que concluyó la guerra fría, aunque el fantasma quiere ser resucitado. Barack Obama lo explica con esta retórica: la OTAN debe responder a Rusia con «fuerza y convicción».

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