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El dragón no monta bicicleta

Muchas veces se llega al encuentro de la China antigua, con sus templos, murallas, cunas imperiales, añejas costumbres y cultura culinaria, y se termina subyugado por el país de hoy y lo que promete. Si cabe un nuevo signo en el horóscopo de este gigante multiétnico, es el de la modernidad, más allá de cualquier contraste

Autor:

Ricardo Ronquillo Bello

Es un abeto y al forastero se le antoja que tiene una orgullosa figura de gigante humano de 48 metros. Sus ramas más bajas, al alcance de la mano, están rebosantes de cintas rojas (el color de la grandeza y de la suerte), cintas de los buenos deseos; son telas como frutos de las ansias de un país y de su gente.

Situado a unos 2 000 metros de altura, entre las montañas en el distrito turístico de Shennong Ding, en el centro de China, este árbol venerado ha visto desfilar bajo sus pies a seis dinastías, pobrezas ancestrales, hambrunas espantosas, guerras arrasadoras, tratados humillantes, el socialismo con sus aciertos y utopías quebradoras, y la milagrosa transformación de la reforma y la China flamante en el sorprendente tiempo de los últimos 30 años.

Al lado de este abeto las campanas y tambores del templo de Shennogtan tienen en el presente un toque de alegría, de fiesta, de buenaventuranza; y hasta la estatua de 25 metros del sagrado lugar, con sus enormes tarros, que representa la unidad de las 56 etnias del país y la continuidad de las generaciones, ya no parece tener los ojos cerrados sino muy abiertos, asombrados por la enorme transfiguración que ocurre por todas partes.

El visitante llega muchas veces al encuentro de la China antigua, con sus templos, murallas militares, cunas imperiales, añejas costumbres y cultura culinaria, y termina subyugado por la China de hoy y lo que promete. Si en el horóscopo de este gigante multiétnico cabe un nuevo signo, es el de la modernidad, más allá de cualquier contraste.

¿Llorar en carro o sonreír en bici?

Una joven presentadora de la Televisión china se ha hecho famosa por una frase: «Prefiero llorar en un carro que sonreír sobre una bicicleta». La anécdota, que se narra en diversos corrillos de esta nación, revela el conflicto que está suponiendo el contraste entre la modernidad y la tradición.

El profesor universitario Huang You Yi explica que en 1986 los líderes de la nación dijeron que iban a incentivar los coches privados, y para sorpresa de todos, seis años después estos abundaban.

Por el último censo se conoció que en la capital circulan más de cinco millones de vehículos. El resultado, según el mencionado estudioso, es que la bicicleta es ya puro recreo, una forma de deporte, pues una de cada cuatro personas posee un coche en Beijing, pese a la existencia de un sólido sistema de transportación pública que incluye el metro.

Las cifras de los autos en la capital en posesión de particulares crece tanto, que obligó a las autoridades a decidir que quienes los compren deben someterse posteriormente a un sorteo para poder conseguir una chapa para la circulación.

«Nuestra generación ha pasado de la pobreza a la riqueza y a un cambio drástico en las condiciones de vida», apunta Huang You Yi.

Y la modernidad no solo viaja en coche en este gigante. También lo hace entre las garras de las enormes grúas, figuras superfamiliares en el paisaje del país, lo mismo en las grandes ciudades que en remotas comunidades rurales y montañosas. El ímpetu de China donde mejor se expresa es en las construcciones.

El gigantesco y moderno aeropuerto internacional de Beijing, por donde arribamos un grupo de periodistas de México, Panamá, Ecuador, Colombia, Perú, Venezuela y Cuba fue levantado en tan solo dos años, y para nadie es una sorpresa. Lo común aquí son las construcciones rápidas y hermosas, aunque, como señalan analistas, rompan absolutamente con los sellos de la arquitectura tradicional.

Beijing semeja una imponente selva de acero, cemento y cristal, que se combina armoniosamente con coloridos jardines e intermitentes columnas de árboles y pequeños parquecillos. La arquitectura es tan innovadora, que el enorme conjunto donde habitan unos 20 millones de seres humanos deja boquiabiertos a los visitantes por su desafío a la geometría.

Las hercúleas edificaciones, que cubren casi la totalidad de la urbe, pueden tener las siluetas más atrevidas, desde los pantalones de un hombre de pie, como la sede de la Televisión central, hasta redondas, ovaladas, piramidales, cúbicas, triangulares, octogonales…

Por ello no es exagerado que Hu Weiping, director del Centro de Capacitación de la Oficina de Información del Consejo de Estado, institución anfitriona de nuestra estancia, asegure que quien regrese de visita en pocos años ya se encontrará con ciudades completamente renovadas.

Según el profesor universitario Sun Qi Wing, la construcción de esta nación está consumiendo casi la mitad de las minas del mundo. El ritmo se acelera ante el enorme proyecto de urbanización del país, que implica que en un corto plazo la población citadina supere a la rural.

Los planes prevén que en 2015 unos 700 millones —de los más de 1 300 millones de ciudadanos chinos— vivan y tengan condiciones de empleo en esas zonas —ya lo han hecho 630 millones—; y a más largo plazo se espera que la correlación sea del 80 y el 20 por ciento en las zonas rurales, con el desarrollo de una agricultura moderna e intensiva para entonces.

Y la otra gran expresión de desarrollo, a ojos vistas, es la digitalización, que abarca desde los procesos productivos hasta la compleja comunicación social y humana. Como otras sociedades modernas, el común de los mortales parece ser más familiar con la tecnología que con sus semejantes. No hay casi nadie que no esté conectado a sus tablets o teléfonos celulares mientras camina por las calles o se traslada en el transporte público. Hasta para los servicios de taxis han comenzado a desarrollarse formas digitalizadas de contratación, con pago electrónico, que permiten a los choferes conocer la localización exacta de donde se les reclama.

Las estadísticas indican que existen 1 100 millones de usuarios de móviles, incluyendo a los niños, y que la cuarta parte de los móviles inteligentes del planeta están en China, donde se considera que estos abarcan la mitad de todos los existentes.

El académico Gao Gang explica que la influencia digital es tan grande y está revolucionando de tal manera las comunicaciones, que la terminal de bolsillo se convirtió ya en la fuente principal de información para los jóvenes menores de 35 años, con disminución drástica del número de usuarios de los medios tradicionales de comunicación — incluyendo la televisión, con el desarrollo de esta por Internet en múltiples pantallas—. El 45,8 por ciento de los chinos son usuarios de Internet, y se está desarrollando la primera ciudad digital moderna, apoyada en el modelo de las tres dimensiones.

El analista agrega que en el país existen 200 millones de páginas personales, los miniblogs representan a dos tercios de los usuarios chinos de Internet y se envían 800 millones de mensajes de micro mediante esa tecnología nacional.

El fenómeno está obligando a todas las instituciones, incluyendo las mediáticas, a cambiar su relación con la sociedad.

«Cualquier medio que quiera impactar tiene que prestar servicio al público, tiene que establecer una conexión diferente», refiere Gao Gang.

El Diario del Pueblo, del Partido Comunista y principal del país, tiene acceso a todos los ministerios, y cualquier ciudadano puede enviar reclamos, los cuales deben ser respondidos. También son públicas las direcciones de correos de todos los dirigentes, y estos tienen la responsabilidad de responder en plazos determinados a cualquier inquietud.

Big bang del socialismo chino

«La práctica es el único criterio de la verdad». Así reza sobre una pared, en la sede de la Federación Nacional de Trabajadores de la Prensa de China, el cartel que recuerda uno de los editoriales periodísticos que anunció el camino a la gran reforma y apertura aquí del sistema socialista, iniciada en 1978.

Había entonces una gran interrogante sobre el país: ¿Nos aferramos a los dogmas, a los viejos idealismos, o comenzamos a explorar nuevas e irreverentes formas de cambiar la vida económica, social y política del país?

«No importa que el gato sea negro o blanco, lo que importa es que sepa cazar ratones», sería parte de la filosofía, muy concreta y práctica, con la que el líder Den Xiaopin y los reformistas comenzarían a desbrozar el trayecto hacia una nueva economía socialista de mercado.

A estas alturas de la transformación los dirigentes chinos —siempre con el respeto y la veneración debidas a sus méritos históricos— reconocen que la conducción de Mao Zedong fue sabia hacia el triunfo del Partido Comunista por la independencia y en la construcción y unificación en los primeros diez años, pero luego siguieron tiempos de concentración excesiva del poder y de graves errores en la conducción económica que pusieron a la nación al borde del caos.

Experiencias como esas, sostiene Hu Weiping, no deben repetirse, por lo que ahora siguen apostando al Partido Comunista como puntal de la unidad y la estabilidad nacionales y a formas más colectivas de dirección política, y no a las presidencialistas occidentales clásicas, menos democráticas y de consenso. «En Estados Unidos el presidente tiene la potestad de decidir lo que tendrían que aceptar los numerosos integrantes de la máxima instancia política China, así que aquí solemos decir que tenemos, en vez de uno, varios presidentes», subraya.

Han pasado 30 años desde el inicio de la reforma, y aunque no sin duras consecuencias en materia ambiental y de diferenciación social y críticas de diversos signos, la modernización y apertura parecen demostrar que fue el camino acertado, pues logró transformar a China de un país feudal y empobrecido en una nación moderna y poseedora de la segunda economía del mundo, después de Estados Unidos.

En 1978 el PIB del país era solo de 3 000 millones de yuanes, mientras en 2012 superaba los 51 millones de millones de yuanes, y los ritmos de crecimiento económico en estos últimos 15 años fueron del ocho por ciento.

Cuando inició la crisis financiera global, en 2008, la economía china se vio en aprietos, pero a partir del 2010 se recuperó y comenzó a crecer nuevamente de manera acelerada.

La resistencia y el despegue respondieron a un importante paquete de medidas, que incorporó la ampliación del consumo interno y del déficit fiscal, la reducción de las tasas de impuestos, y una política monetaria más relajada, señala Guangming Zhu, director del periódico La Economía, fundado por iniciativa de Den Xiaopin y órgano del Gobierno chino.

El ejecutivo explicó que también se establecieron 120 medidas específicas para ramas como la siderúrgica y automotriz, y se estimuló la innovación científica y tecnológica para lograr nuevos puntales del crecimiento, se aportó por la oposición al proteccionismo empresarial, la ampliación de la cooperación internacional con países desarrollados y además con los más pobres, la promoción de políticas de libre comercio para convertir a China no solo en «fábrica del mundo», sino en mercado mundial, y se aumentó la inversión internacional, entre otras disposiciones.

A todo lo anterior debe agregarse que varias empresas de la nación asiática se cuentan en las listas de las más poderosas internacionalmente. El Fondo Monetario Internacional reconoció esos éxitos incluyendo a China entre sus países miembros, y actualmente esta aparece como el tercer país en las cuentas de dicha entidad, por lo que alcanza un peso cada vez más determinante en la economía internacional.

Entre los grandes éxitos hay que contar el monto de la reserva extranjera, que alcanza los 3,8 millones de millones de dólares, casi la mitad del PIB de la nación, por lo que se reorienta el manejo de ese dinero para ponerlo en función de una mayor modernización y desarrollo.

Otro logro significativo que impacta positivamente a escala planetaria es que con el siete por ciento de la tierra cultivable se alimenta a una población que es el 22 por ciento de la mundial. La producción cerealera, por mencionar un rubro, alcanza unos 500 millones de toneladas, un percápita de 450 kilogramos.

El lado feo del aceleramiento económico de los últimos 30 años ha sido la contaminación ambiental, que según reconoce el académico Huang You Yi afecta el aire y los ríos en la mayor parte del territorio.

«En los últimos 30 años los Gobiernos locales autorizaron la introducción de industrias contaminantes que han traído bienestar, pero mucha contaminación», razona. Como ejemplos menciona las famosas neblinas tóxicas de Beijing, surgidas por la existencia de más de un centenar de fábricas de hierro y cemento, que ahora comienzan a cerrarse como parte de un proyecto de estímulo a lo que los economistas llaman una economía verde y que, entre otras propuestas, busca también abrir oportunidades de empleo en el sector turístico.

«El Gobierno decidió ralentizar el ritmo económico para hacerlo de manera más verde y enfocado hacia el mercado interno», apunta el profesor Sun Qi Ming.

Los entendidos hablan del impulso de una estrategia de desarrollo energético a corto y mediano plazos, y de diez sectores nuevos de la energía, entre los que se cuentan líneas de vehículos eléctricos, el uso de las energías solar —cuya expansión ya es visible en campos y ciudades— y la eólica, el desarrollo de las telecomunicaciones y nuevas herramientas eléctricas. Además, se estudia una legislación sobre el desarrollo de energías limpias y de nuevas fuentes energéticas. China es el principal consumidor de energía del mundo, con el diez por ciento del total.

Lo grande y lo pequeño

Pese a tener tanto a favor, hay pocas ínfulas entre los funcionarios y académicos chinos. Esa es otra de las gratas sorpresas para los occidentales que lo visitan.

«China es un país en vías de desarrollo, es pobre por su Producto Interno Bruto per cápita —la mitad del de Estados Unidos y ubicado por debajo del 90 en el puesto mundial en este acápite—, y por la baja presencia del sector de los servicios», reconoce Huan You Yi.

«La parte Este es la más desarrollada; en la Oeste hay grandes extensiones de desiertos y montañas, faltan el agua y los recursos minerales y hay más atraso. Casi parecen dos países distintos el Este y el Oeste», admite.

El mismo analista advierte que son abismales las diferencias entre los que más y los que menos tienen, con independencia del bienestar general creciente que vive el país.

Según datos del Gobierno, existen unos 30 millones de pobres, aunque un empresario próspero puede ingresar diez millones de dólares.

«El Gobierno está cambiando el modelo de desarrollo. Promueve que las zonas más ricas ayuden a las más pobres. Un total de 30 ciudades se han hermanado con ese propósito, y 30 grandes empresas participan en el proyecto», dice el estudioso.

Sin embargo, en lo anterior no terminan los significativos desafíos que deben enfrentarse. Hasta conseguir novia pudiera ser un problema en lo adelante. El severo envejecimiento poblacional del país, provocado, entre otras causas, por políticas anteriores de planificación familiar, hacen que existan 116 hombres cada 100 mujeres.

El último Pleno del Comité Central del Partido Comunista, organización que cuenta con 80 millones de militantes, se pronunció por la profundización general de la reforma, ante las fallas, contradicciones y problemas presentes. entre ellos, el sistema de consultas con otros partidos, el enfrentamiento a la tecnocracia y a la corrupción.

Liu Jun Jie, profesor de la Escuela Central del Partido Comunista, explicó que más de 30 funcionarios con rangos de ministros han sido sancionados por corrupción.

Otros empeños mayúsculos, abundó, son adaptar la reforma política a la económica. Para ello se requiere buscar mecanismos que eviten la concentración de poder en pocas manos, y para gobernar con apego a las leyes.

«El núcleo del desafío es el pueblo como lo esencial, no permitiendo la existencia de facciones en el Partido Comunista», subraya el profesor de la Escuela del Partido.

«Si el Partido no logra resolver el problema de la corrupción podría llegar hasta a perder el poder», concluye.

Los radicales cambios de los últimos años han acentuado otros retos que ponen puntos rojos sobre el futuro. Frente a la tradición y cultura solidaria y su vocación ancestral, los estudios demuestran que los jóvenes dan más importancia a su propio desarrollo, a la vez que se imponen entre ellos el consumismo y el deseo de destacarse.

Ante la pregunta de si son felices los chinos, los analistas indican que el índice de felicidad de los mayores es superior, porque nacieron y vivieron la mayor parte del tiempo en una China más pobre y atrasada.

Una encuesta social reciente revelaba que el 33 por ciento de los jóvenes dicen no estar contentos si no tienen viviendas propias, algo cada vez más difícil de conseguir ante el incremento de los precios de los inmuebles.

«Los jóvenes tienen que pagar su universidad y tienen que buscar por ellos mismos el trabajo al concluirla, lo cual es difícil. Ellos no pueden tener, como nosotros, viviendas subsidiadas por el Gobierno; tienen que comprarlas, y son muy caras. Deben dedicar gran parte del salario a ello y al pago de los jardines de la infancia, que también son comerciales. Y cuando pagan la hipoteca de la vivienda y los jardines de infancia casi no les queda dinero. Viven en una sociedad muy competitiva. La ventaja es que ahora son más libres para elegir, son menos dependientes del Gobierno y tienen más fuentes de aprendizaje y conocimiento», apunta Huan You Yi.

Son otros desafíos al llamado «sueño chino», que junto al fortalecimiento económico y al deseo de que la nación pueda tener más confianza después de una historia marcada por pérdida de territorios y tratados desiguales, pone en el alfa y la omega la búsqueda de la mayor felicidad y de condiciones de vida para su pueblo.

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