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¿Nuevamente en la irracional galopada nuclear?

Estados Unidos como situado en la rampa de lanzamiento, moderniza sus arsenales nucleares. Parecen olvidarse los acuerdos. Rusia está dispuesta a mantener el ritmo. ¿Acaso le queda otro camino?

Autor:

Juana Carrasco Martín

Dos especialistas en el tema, Hans M. Kristensen y Robert S. Norris, ambos miembros importantes de la Federación Americana de Científicos, estiman que a mediados del pasado año 2014 en nuestro maltrecho planeta existían aproximadamente 16 300 armas nucleares distribuidas en 98 sitios de 14 países. De ellas, diez mil permanecían en los arsenales militares, y el resto estaba en espera de ser desmantelada.

De los diez millares, 4 000 estaban en capacidad operacional y 1 800 en alerta máxima, listas para ser utilizadas a la más mínima orden.

Se habla de 14 países y cualquiera de ellos puede desatar el pandemónium, pero en realidad, el 93 por ciento de esas armas de exterminio masivo y efectos radioactivos que matan también el medio ambiental se encuentra almacenado en dos naciones: Estados Unidos y Rusia, más o menos en paridad numérica.

Kristensen y Norris afirman que las ojivas estadounidenses se guardan en 18 silos —12 en 11 estados de su territorio y seis distribuidos en cinco países europeos. Calculan, sin certeza, que las armas rusas están desplegadas en 40 sitios locales.

El escenario nuclear, aparentemente olvidado en las preocupaciones terrícolas —ocupadas más en guerras de fin incierto en geografías alejadas de los «grandes» y en otras no convencionales contra un enemigo terrorista casi fantasmal, pero también mortal—, está de nuevo abriendo cortinas para recordarnos que esas armas siguen presentes y dispuestas, a pesar de que en 2009, en Moscú, Barack Obama, y el entonces presidente y actual primer ministro ruso, Dimitri  Medvedev, firmaron un acuerdo de cortar las armas nucleares estratégicas al que llamaron Nuevo Comienzo (New Start).

Estados Unidos en la rampa de lanzamiento

Apenas un quinquenio después del encuentro en el Kremlin, una planta cerca de Kansas City, estado de Missouri, en el mismísimo corazón de Estados Unidos, se dedicaba a modernizar las viejas armas norteamericanas que pueden ser cabezas de los misiles o lanzarse desde bombarderos y submarinos.

Le llaman en la prensa la «revitalización de la era atómica» y, según los cálculos oficiales, en 30 años esa nueva generación costará un trillón de dólares.

Para esta marcha en reverso de lo que prometía ser el fin de las armas nucleares, surgen justificaciones: acuerdos políticos desde las dos potencias del Este: China y Rusia; crisis  geopolíticas en Europa, especialmente en las áreas que fueron parte de un Pacto finiquitado totalmente, a pesar de lo cual sigue viva y fortaleciéndose la contraparte otaniana; el emergente poderío económico y político de China, y hasta la expansión de algunos otros arsenales en países no muy «amigos», porque el de los aliados cuenta para sumar a sus propios intereses.

Las tensiones crecen, es verdad, a medida que el mundo se aleja de los años en que la caída del socialismo europeo llevó a un mundo unipolar. Ahora, la multipolaridad se va imponiendo, y esto roza intereses que se habían hecho hegemónicos.

Analistas y consejeros políticos en EE.UU. apuntan que esta nueva situación ha hecho políticamente imposible reducir sus arsenales nucleares… Y si no se reducen, pues se expanden, lo que puede hacerse no en número sino en sus capacidades destructivas, y es lo que se está haciendo con la modernización.

Con el empuje e influencia de los halcones vinculados a la industria armamentista, abundan en los medios los argumentos para que Estados Unidos se mantenga en una posición de poderío y emprenda una nueva carrera armamentista, a pesar de la existencia de otro bando a los que preocupa, además, su altísimo costo monetario, y considera que pueden abordar un tren que a la larga va a descarrilarse.

Una falacia se levanta para manipular a quienes puedan tener preocupaciones lógicas: la modernización del arsenal nuclear lo hace más pequeño, más flexible, con mayores capacidades. Pero en verdad esto también atenta contra la seguridad real que implicaría «un mundo sin armas nucleares», como avizorara el mandatario estadounidense al comienzo de su Administración, en un discurso en Praga, aunque puntualizó que «esa meta no se alcanzará rápidamente —quizá no en mis años de vida. Ello requerirá paciencia y persistencia».

El paso modesto que se dio con Rusia de cortar las armas estratégicas en un 30 por ciento y en un plazo de siete años (de 2 200 a 1 550 de las desplegadas), se va quedando cojo, y si entonces los republicanos objetaron, ahora con el control que tienen de ambas cámaras del Congreso, le deparan permanencia a la planta de Kansas y a otros proyectos armamentistas.

Según el Instituto Monterrey de Estudios Internacionales, los gastos en 2014 del Departamento de Energía y de la Comisión de Energía Atómica para la investigación, desarrollo, pruebas y producción de armas nucleares alcanzaron los diez billones de dólares.

El diario The New York Times publicaba el 21 de septiembre de 2014 que la Oficina Congresional del Presupuesto estimaba que en la próxima década los planes de remodelación atómica estarían en el orden de los 355 billones de dólares, «pero eso es solo el comienzo», advertía, porque después de diez años habría que reemplazar los misiles, bombarderos y submarinos que llegaran al final «de su vida útil».

«Ahí es donde está todo el dinero grande», comentaba Ashton B. Carter, ex subsecretario de Defensa, quien ha sido recientemente escogido por Obama para encabezar el Departamento de Defensa de Estados Unidos y relevar en el cargo al «renunciante» Chuck Hagel —quien, por cierto, antes de asumir el cargo de jefe del Pentágono hizo uno de los más dramáticos llamados a la reducción de esas armas, cuando firmó, junto con el general retirado James Cartwright, la propuesta de eliminar 900 cabezas nucleares en activo y eliminar 3 500 de las guardadas en arsenales, porque eran «mucho más grandes de lo que se requerían».

Se afirma que este Carter sí parece estar bien avalado por los senadores del ala conservadora y belicista. Así que el dinero para la modernización podría fluir… mucho más cuando el complejo atómico de Kansas se presenta como una gran fuente de empleo.

En los planes del Pentágono estaban    12 nuevos submarinos lanzamisiles, cien bombarderos y 400 misiles en tierra.

¿Existe una sorpresa Rusa?

Paralelamente, hay un reforzamiento de la Organización del Tratado del Atlántico Norte con una visión más agresiva hacia Rusia, a la que rodean de lanzaderas que describen como escudo antimisiles y con el reclutamiento para la OTAN de los países de Europa del Este, de Ucrania, en cuya frontera común con Rusia se ha elevado de forma peligrosa la confrontación. Por supuesto que la posible entrada de Ucrania en la OTAN constituye una amenaza nuclear contra la nación rusa.

Se vislumbra en el panorama que una costosa carrera en las armas nucleares está sobre la mesa, lo que puede dejar en letra muerta aquel Tratado de No Proliferación que firmaron hace 47 años EE.UU. y la entonces Unión Soviética.

Hasta Mijail Gorbachov alertó hace pocos días, en declaraciones a la agencia Interfax, que Estados Unidos está empujando a Rusia a una nueva Guerra Fría, que tiene el riesgo de una mayor escalada y de llegar a calentar la situación, y puntualizaba: «Todo lo que se oye es sobre sanciones de Estados Unidos y la Unión Europea hacia Rusia. ¿Han perdido totalmente la cabeza?» y agregaba: «Estados Unidos ha estado totalmente perdido en la selva y nos está arrastrando allí también».

El 25 de diciembre pasado se publicó una nueva versión de la doctrina militar rusa que dejó intacta lo referido a que las armas nucleares son solo para ser utilizadas en caso de un ataque con armas de destrucción masiva o de una agresión con arma convencional que «pondría en peligro la existencia misma del Estado», y por supuesto que no contempla ningún ataque preventivo por parte de Rusia.

Pero algunos medios notaban que también había una modernización de las armas nucleares de Rusia dispuesta «para mantener el ritmo del arsenal estadounidense», decía el diario británico The Guardian. ¿Acaso le queda otro camino?

Se mencionaba el misil balístico Bulava, lanzado desde un submarino y el anuncio de introducir otra vez los trenes de misiles nucleares que dan movilidad por todo el país ruso a los misiles balísticos intercontinentales, y un nuevo misil crucero, que la prensa occidental nombra como Iskander-K y cuya existencia ha sido negada por las autoridades rusas.

Londres también corre

El 24 de enero, miles de británicos realizaron una marcha de dos millas hasta el Ministerio de Defensa del Reino Unido para protestar por la revisión inminente del sistema de defensa nuclear Trident con base en la Marina real. Los lemas de los manifestantes eran bien claros: Books Not Bombs (Libros no bombas).

Solo 37 diputados habían votado en el Parlamento contra la modernización del Trident a un costo de 150 000 millones de dólares o cien mil millones de libras esterlinas. El programa fue apoyado por 364 parlamentarios y se abstuvieron 250.

Era la antítesis de lo que piensa la mayor parte de los escoceses, pues una encuesta conducida por Survation encontró que el 47 por ciento se opone a la renovación del Trident, el 32 por ciento lo apoya, y el 21 por ciento contestó «no sé». El submarino portador del Trident tiene su base a solo 25 millas al oeste de Glasgow.

De seguirse ese camino, que implicaría un regreso a la Guerra Fría, a sus incertidumbres, a sus gastos inútiles en detrimento del bienestar de las personas en un momento en que persiste una intensa crisis económica, las perspectivas no son halagüeñas para la seguridad mundial.

La pregunta es larga y compleja: ¿podremos algún día decirle Adiós a las armas, o se regresa a la irresponsable y desbocada carrera armamentista, dejando sin resolver problemas de la enorme población mundial, tan urgentes que sustentan la posibilidad de incontrolables y caóticos estallidos sociales de violencia que hasta pueden darse la mano con el terrorismo?

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