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G7: desde jaula de oro se prohíbe que vuelen papalotes

En un planeta cada vez menos seguro, las reuniones de los ricos trascienden más por su gasto en blindajes que por su aporte de soluciones. La Cumbre del G7 es otro ejemplo

Autor:

Enrique Milanés León

Los jerarcas del mundo viven una especie de síndrome de la jaula de oro. Cada vez que celebran una reunión para decidir qué destino darán a las pobres mayorías, un cercano rumor, un mensaje irreverente, una firme protesta… les obligan a parapetarse tras las vallas y escudos que miles de policías colocan convenientemente para que los poderosos sigan escuchando solo lo que quieren y creyendo que, en efecto, «nos han dado» la mejor existencia posible.

Le está pasando, de nuevo, al G7 que, en vísperas de otra Cumbre, el domingo y el lunes próximos en Alemania, ha sentido este jueves en Munich los ecos de una manifestación de casi 35 000 personas.

Mientras la anfitriona Angela Merkel prevé en la agenda de diálogo la lucha contra el cambio climático y el terrorismo global, la promoción del comercio internacional y la respuesta ante epidemias, los manifestantes han sido más contundentes al exigir parar el tratado trasatlántico (de libre comercio entre Europa y Estados Unidos), salvar el clima y combatir el hambre.

«Hambre» es una palabra fuerte en política internacional. A tal punto, que su mención pudiera justificar por sí sola medidas de seguridad sin precedentes para proteger a los «siete grandes» estadistas convocados al castillo de Elmau. Pero en las protestas se habla más que de hambre.

De la mañana del domingo a la noche del lunes, un espacio de 200 kilómetros será cerrado en Alemania a la aviación privada, a los drones, a los paracaidistas y… ¡hasta a los papalotes! Solo los vuelos comerciales tendrán permitido rasgar el cielo de la zona.

En tierra, 20 000 agentes, entre alemanes y austriacos, integran un recio dispositivo de seguridad y las fronteras ya son vigiladas con celo inusual en los lindes de una Unión que ha premiado a sus ciudadanos con la libertad de movimientos.

El castillo que acogerá a los líderes de Estados Unidos, Alemania, Francia, Reino Unido, Italia, Canadá y Japón (el Presidente ruso fue excluido, junto con su país, del Grupo desde la incorporación de Crimea a esa Federación) dispondrá de un sistema de seguridad a la altura de lo que en época medieval representaban los fosos, alambradas, puentes levadizos y trampas.

Elmau está controlado en un perímetro de 16 kilómetros alrededor del inmueble y fue enjaulado por una verja de tres metros de altura y siete kilómetros de largo para que ningún «siervo» inconforme consiga plantarle cara a los dueños que, en esta época, cobran el «diezmo» de la austeridad y los recortes sociales.

Los inconformes, los indignados (palabra que no caduca en este mundo de exclusiones) le reprochan al G7 la poca efectividad para resolver los conflictos agudos del planeta y, en ese panorama, cuestionan hasta el costo mismo de una Cumbre de horas para la cual el Estado de Baviera ha presupuestado 130 millones de euros, que seguramente pudieran tener un destino mejor que blindar una charla de poderosos que no quieren, de cerca, ver volar ni un papalote.

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